Cape Cod al atardecer Edward Hopper |
Can ha sido el primero en darse cuenta,
con la cola levantada, como hacen los perros cuando están alerta. Da igual que
Thomas intente llamarlo con un trozo de carne, el animal reconoce a su antiguo
amo, lo huele, lo intuye y, más allá de los pastos amarilleados por el verano,
adivina su presencia.
No sé cuánto tiempo hace que se fue. ¿A
quién quiero engañar? Claro que lo sé. Diez años, cinco meses y siete días.
Avanzaba marzo con previsiones de buen tiempo, cuando escuché cerrarse la
puerta con tanta fuerza, que temblaron los cristales y cayó un trozo de
escayola del tejadillo. Apreté los ojos contra la almohada y estuve media hora
más de lo habitual en la cama. Al bajar a la cocina, Thomas me miró desde su
tazón de café con leche. Se ha ido. Lo sé. Y nunca más volvimos a
nombrarlo.
Pero allí estaba, en nuestros pensamientos
durante las agitadas semanas que siguieron a su partida; en las interminables
noches de verano, en las febriles y obligatorias visitas al pueblo, ante las
preguntas de los tenderos y los vecinos.
El tiempo fue amortiguando el vacío, pero
él seguía allí, como los pinos que envuelven la casa.
El martes pasado llegó la carta. La
primera, la única. "voy el sábado por la tarde, me llevaré a Can.
Saludos".
Estábamos juntos el día que nació, fue el
primero de los cachorros en aparecer, con el pecho blanco como una nube y el
manto canela. Íbamos todos los días a casa de los Parker, te preocupabas si no
comía, creías que los otros engordaban más que él, querías que nos lo
llevásemos. Me costó convencerte de que debíamos dejarlo hasta el destete;
rumiabas improperios entre la hierba mientras yo te enredaba el pelo con hojas
secas.
-Es mi única familia –decías.
-¿Y Thomas? –te pregunté.
-Mi hermano es idiota.
-¿Y yo?
-Todavía no eres mi esposa.
Nunca llegué a serlo. Antes de que Can
cumpliera los seis meses, alguien te dijo que buscaban trabajadores para el
ferrocarril. Me prometiste que conocería el Pacífico, Los Ángeles, San Diego,
iríamos hasta México.
-Mientras tanto, te quedas en mi casa, Thomas
cuidará de ti. Es estúpido, pero bueno.
Tu hermano cuidó de mí, y de tu hijo. Los
tres formamos una familia tranquila, mientras algo pasaba en Perú que requería
tu presencia.
Al volver, dos años después, te sorprendió
el tamaño de Can. En cuanto a tu hijo, afirmabas que tenía el color de pelo de
Thomas. Esa noche bebiste entera una botella de tequila. La mañana siguiente
fue la del portazo.
Can levanta las orejas, barrunta tu
presencia. He mandado al niño a casa de los Parker, son los únicos que saben de
tu regreso, los únicos que saben que mi hijo no puede ver cómo te llevas a su
compañero de siempre. Es mejor así.
© Liliana Delucchi
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