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viernes, 25 de marzo de 2016

Liliana Delucchi: La Carta

Cape Cod al atardecer
Edward Hopper


Can ha sido el primero en darse cuenta, con la cola levantada, como hacen los perros cuando están alerta. Da igual que Thomas intente llamarlo con un trozo de carne, el animal reconoce a su antiguo amo, lo huele, lo intuye y, más allá de los pastos amarilleados por el verano, adivina su presencia.

No sé cuánto tiempo hace que se fue. ¿A quién quiero engañar? Claro que lo sé. Diez años, cinco meses y siete días. Avanzaba marzo con previsiones de buen tiempo, cuando escuché cerrarse la puerta con tanta fuerza, que temblaron los cristales y cayó un trozo de escayola del tejadillo. Apreté los ojos contra la almohada y estuve media hora más de lo habitual en la cama. Al bajar a la cocina, Thomas me miró desde su tazón de café con leche. Se ha ido. Lo sé. Y nunca  más volvimos a  nombrarlo.
Pero allí estaba, en nuestros pensamientos durante las agitadas semanas que siguieron a su partida; en las interminables noches de verano, en las febriles y obligatorias visitas al pueblo, ante las preguntas de los tenderos y los vecinos.

El tiempo fue amortiguando el vacío, pero él seguía allí, como los pinos que envuelven la casa. 
El martes pasado llegó la carta. La primera, la única. "voy el sábado por la tarde, me llevaré a Can. Saludos".

Estábamos juntos el día que nació, fue el primero de los cachorros en aparecer, con el pecho blanco como una nube y el manto canela. Íbamos todos los días a casa de los Parker, te preocupabas si no comía, creías que los otros engordaban más que él, querías que nos lo llevásemos. Me costó convencerte de que debíamos dejarlo hasta el destete; rumiabas improperios entre la hierba mientras yo te enredaba el pelo con hojas secas. 
-Es mi única familia –decías.
-¿Y Thomas? –te pregunté.
-Mi hermano es idiota.
-¿Y yo?
-Todavía no eres mi esposa.
Nunca llegué a serlo. Antes de que Can cumpliera los seis meses, alguien te dijo que buscaban trabajadores para el ferrocarril. Me prometiste que conocería el Pacífico, Los Ángeles, San Diego, iríamos hasta México. 
-Mientras tanto, te quedas en mi casa, Thomas cuidará de ti. Es estúpido, pero bueno. 
Tu hermano cuidó de mí, y de tu hijo. Los tres formamos una familia tranquila, mientras algo pasaba en Perú que requería tu presencia. 
Al volver, dos años después, te sorprendió el tamaño de Can. En cuanto a tu hijo, afirmabas que tenía el color de pelo de Thomas. Esa noche bebiste entera una botella de tequila. La mañana siguiente fue la del portazo.

Can levanta las orejas, barrunta tu presencia. He mandado al niño a casa de los Parker, son los únicos que saben de tu regreso, los únicos que saben que mi hijo no puede ver cómo te llevas a su compañero de siempre. Es mejor así.

© Liliana Delucchi


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