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viernes, 1 de abril de 2016

Amantes de mis cuentos: La hora de la verdad

El triunfo de la muerte
Pieter Brueghel el Viejo (1562)


Tú que estás con un pie en la tumba, Ernesto, dime qué se siente cuando las fuerzas te abandonan, cuando te ves convertido en un guiñapo.

Espantó una mosca con la mano. En su interior luchaba por mantenerse en silencio como siempre había hecho ante él o por dar rienda suelta a esa necesidad de hablar, de no callar, de  exprimirle encima todo su dolor.

¿Te acuerdas cuando nos conocimos? Estaba loca por ti. El calor de nuestros cuerpos quemaba más que el sol de mediodía. Sí. Al principio, porque el tiempo se encargó de apagar la lumbre. Ingenua de mí pensaba que me querías. ¿Me oyes, Ernesto?

Ernesto tenía los ojos cerrados.

Marché del pueblo para vivir contigo y tu familia. En mala hora, Ernesto en mala hora. Tu madre nada más conocerme comentó: Esta debe saber más que los “ratones coloraos”. Ha elegido mejor que mi hijo.

¿Cómo te sientes, Ernesto?

Mal.

Entonces, me oyes.

       Y el otro se quedó callado.

Nunca tuviste el valor de enfrentarte a los tuyos. Yo tampoco. Al principio achaqué a tu familia la culpa de nuestros problemas. ¿Recuerdas cuando tu madre se hizo cargo de nuestro primer hijo porque yo era una inútil que no iba a saber cuidarle? Le diste la razón. Cuando protesté me dijiste que no buscara problemas. Y por no buscar problemas se hizo cargo del segundo y del tercero. Hasta que se cansó, entonces les decía: ¡Anda, hijos! Iros con vuestra madre que no hace nada.

El moribundo parecía dormir.

Es una suerte que no tengas fuerzas para contestarme. Siempre me mandabas a callar, delante de todos.

Menos mal que tu padre murió. Tus hermanas se casaron a trancas y barrancas pero salí de ellas. No tuve tanta suerte con tu madre. Con ella me quedé. Al salir rumbo al trabajo siempre me decías: ¡Cuida a madre!  Al cerrarse la puerta de la calle, madre, me miraba y decía: ¡Ya has oído a tu marido!

Me humillaste tantas veces. Una vez amagaste una bofetada.

Ahora te marchas, Ernesto. ¡Cuánto he esperado un gesto, una palabra, una caricia de tu parte!

¿Qué me dices, Ernesto, qué me dices?


¡Imbécil!



© Marieta Alonso Más         

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