Mi
Teide, díjome un canario tan anciano, que ya no cumpliría los ochenta y cinco. Mire
usted, toda mi vida la he gastado aquí, no he tenido necesidad de salir de la
isla, mis hijos sí, son unos aventureros, pero yo no, ni siquiera he visitado
dos veces el pueblo de al lado, para qué si todo lo que necesito lo tengo aquí,
y sabe, me alegro de que así sea y espero que el buen Dios me conceda cerrar
mis ojos mirando a El Teide. Se ve desde mi ventana, mi mujer el primer día de
casados puso la cama en el lugar adecuado y todas las mañanas sin necesidad de levantarnos
le saludábamos y luego llegaba el beso de los buenos días.
Esa
cumbre nos daba vida, sabe, fue testigo de la familia que formamos y de lo que
hemos luchado por salir adelante. Ayer mi nieto lo comparó a una tarta de
chocolate negro al que el chocolate blanco se le había metido entre las grietas
haciendo rayas y curvas. Y pasando la lengua por los labios me convenció de que
ese cono boca abajo tiene el pico de frambuesa en verano y de nata en invierno
y mira por dónde ese símil nos abrió el apetito y qué rico nos supo el gofio
con el que desayunamos todos los días.
Ahora
sube mucha gente que no habla en cristiano, pero cuando yo era un muchacho, la
de veces que a solas o con los amigos recorría su sendero y al llegar arriba
era como si hubiera hecho una gran proeza. Allá en el pico una tarde de
primavera me declaré a la que fue mi mujer durante sesenta años y de la que me
separé porque Dios lo quiso así. No tenía consuelo, ¡oiga!, me rebelé contra
Dios yo que siempre fui su amigo, menos mal que después de estar una semana sin
querer levantarme ni probar bocado, mi hija se fue en busca del cura y lo
trajo. ¡Buena es ella! Se sentó al borde de mi cama y el aire le movió la
sotana. Yo me di la vuelta para no verle, ni caso me hizo porque empezó a
hablar y de pronto, escuché algo que me hizo recapacitar, «alma de cántaro, decía,
no ves que si Dios se la llevó primero fue para que ella no sufriera perdiéndote
a ti» y me puse a pensar que tenía razón, por nada del mundo hubiese querido
darle un disgusto a mi viejita, y dirigiéndome al cielo le dije que si aceptaba
su voluntad era solo por esa razón. El cura me dio dos palmadas en la cabeza,
me ayudó a levantarme y me mandó al huerto que lo tenía muy abandonado.
Ya
mi hija está tranquila respecto a mí, es muy mandona, y todas las mañanas viene
a casa, vive al lado, y trae una lista con todos los recados y trabajos que
tengo que hacer. Cada día se parece más a su madre tanto, que veces la llamo
como a ella, solo en el físico porque en el carácter salió a mí. Cabezota como
yo.
Ayer
le pedí que un día de estos me acompañara a la cima, me ha dicho que sí, que
nos subimos al teleférico y que desde allí me resultará más fácil. Los dos
queremos ver juntos esa vista querida, sentir bajo nuestros pies la energía que
desprenden sus rocas, bajar poco a poco, despacito, para después seguir
trabajando hasta que Dios me quiera llevar, pero eso sí con una condición, que
me dé tiempo a decirle adiós a ese mi amado pico.
© Marieta Alonso Más
Muy tierno....saludos...
ResponderEliminarEspero te haya gustado. Un abrazo.
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