Foto: José Mesa |
A
tan solo diecinueve kilómetros de Orense, se encuentra Parada do Sil, población desde la que
parte una pequeña carretera rural, que
nos conducirá a un lugar fascinante.
La naturaleza reina soberana del lugar, casi
envuelve el asfalto, como si quisiera recordarle que invade sin permiso su
territorio. Los helechos cubren los
arcenes. La frondosidad de los castaños y robles, dosifican la entrada de la
luz en su interior, como si un universo de estrellas alumbraran sus hojas.
Los
silbidos del milano y del águila, el cántico del mirlo y el graznido del pato acompañan el camino.
Una
pronunciada bajada, finalizará en una explanada el recorrido de los que
utilizaron el vehículo.
Y
así, el paisaje nos ha ido preparando
poco a poco, para la sorpresa final: El Monasterio benedictino de Santa
Cristina de Ribas del Sil, casi oculto por la espesura del bosque que lo
envuelve, lo abraza con ternura, intentando protegerlo en su abandono y
hechizando al visitante.
Elegante
y armónico conjunto de edificios románicos, tanto el interior como el exterior
merecen ser contemplados pausadamente. En la actualidad podemos contemplar la
iglesia románica, la torre y una parte del claustro y edificios conventuales,
poco restaurados.
Destaca principalmente la iglesia de esbelta y amplía nave,
de cinco tramos separados por arcos
apuntados que se hacen corresponder con los contrafuertes del exterior,
existiendo ventanas entre los paños, que permiten la entrada de la luz. Es
oscura, pero invita a la oración, al recogimiento, a la intimidad que necesita
el espíritu para aligerar sus cargas. Su cabecera es tripartita con arcos de
medio punto y ojivales. Sorprendentes capiteles. Pinturas murales clasicistas
en el ábside. Enfrente un rosetón reparte la luz, con una cruz lobulada en el
centro, rodeada de ocho huecos. Situado encima de la puerta de acceso.
Junto
a la fachada una bonita portada con cuatro arquivoltas semicirculares que permite el acceso al claustro, que hay que
contemplar con detenimiento. También podemos apreciar la base de la torre. Un
castaño en un lateral, bordeado por hojas secas, recuerda que el verano se está
acabando; los turistas pronto dejarán de visitar este maravilloso lugar.
Los
ermitaños que eligieron la zona en el siglo IX, buscando el aislamiento, la
perfección espiritual y que poco a poco se convirtió en un cenobio, nunca
pensaron que el lugar sería abandonado. Hoy en el claustro donde meditaron
sobre lo natural y sobrenatural, el bien y el mal, el sonido del viento parece
difundir sus letanías. Se oye un repique de campana desordenado. Un turista
rompe el ensueño.
© Marisa Caballero
Estupenda descripción la que realizas de la naturaleza que envuelve al monasterio como de éste, lugar de meditación y oración en sí.
ResponderEliminarAmbas cosas que este tiempo ha cambiado por la prisa y los ruidos. Aunque siempre queda en ciertas almas ese rescordo de quietud, de encontrarse consigo mismo y con ése algo que unos llaman Dios, otros vida, otros naturaleza, otros energía...
Muy bonito. Buen día Marieta.
Muchas gracias por tu amable comentario.Un cordial saludo
EliminarQuise decir....rescoldo.
ResponderEliminarSaludos.