Apoyado en
una de las columnas talladas del corredor que conducía a las dependencias
palaciegas, Madmartigan contemplaba con aire distraído cómo sus soldados
cambiaban de guardia sobre el portón de la ciudad. Aún sentía escalofríos al
pensar que aquellas eran sus tropas, que él era el capitán de la guardia
principal de Tir Asleen. Aunque no sabía si esa sensación se debía más a la
importancia del cargo, o al amargo recuerdo de cómo había conseguido el puesto.
En ese instante, unos pasos suaves a su derecha distrajeron sus
pensamientos, haciendo que girase la cabeza ligeramente con curiosidad. Pero el
movimiento se completó del todo y su expresión se tornó en una de absoluto
aturdimiento en cuanto comprobó quién era la recién llegada.
Había cambiado desde que la había visto unas horas antes. Sus
rebeldes rizos pelirrojos, en vez de recogidos, ahora caían prácticamente
sueltos sobre sus hombros y brillaban bajo las antorchas como el fuego mismo
que las consumía. Tan solo unos pocos mechones trenzados desde las sienes hasta
la nuca añadían alguna decoración al peinado. Por otro lado, las ropas regias,
aunque casi militares, de color oscuro con las que había llegado se veían ahora
sustituidas por un sencillo vestido blanco, con una capa a juego sujeta
mediante dos delicados broches dorados a los hombros de la prenda femenina en
cuestión.
En cuanto sus miradas se cruzaron, Sorsha mostró media sonrisa a
la vez que emitía un comedido “hola” en su dirección. Madmartigan se incorporó
del todo al escuchar de nuevo su voz; su corazón palpitaba a mil pulsaciones
por minuto, pero procuró disimularlo por todos los medios bajo una fingida
apariencia cautelosa.
—Hola… —replicó en el mismo tono—. ¿Qué haces aquí abajo?
Quizá había sido un poco brusco.
«Por los dioses, Madmartigan. Un piropo, algo que le haga sentirse
cómoda…».
Pero tenía que admitir que, después de la conversación en el
campamento, algo dentro de él aún se retorcía de dolor al contemplar la
posibilidad de ser amable con ella.
«Sé agradable», se obligó, no obstante.
Sorsha agachó la cabeza al escuchar la pregunta, con la actitud
clara de quien ha acusado el golpe; pero procuró disimularlo pasando un mechón
de pelo por detrás de su oreja, cruzándose de brazos y apoyando su espalda
contra el muro del palacio; cerca de él; pero, a la vez, a una distancia no
invasiva. Claro que entendía que pudiese estar molesto con ella. Al fin y al
cabo, durante las últimas horas había actuado con él como una auténtica cretina
cuando estaba claro que solo pretendía ayudarla.
—Mi padre se ha retirado ya y yo… Bueno, necesitaba que me diese
el aire.
Era una verdad a medias, pero tampoco quería decirle claramente
que había estado durante quince minutos dando vueltas por el castillo, como un
pato mareado, mientras trataba de encontrarlo. Sin embargo, él pareció conforme
con su respuesta.
—¿Cómo estás? —preguntó entonces, cauto.
Ella suspiró a la vez que mostraba lo que parecía media sonrisa
cansada.
—Mejor, la verdad —reconoció—. Pensé que sería mucho peor. Aunque
reencontrarme con mi padre después de tantos años —meneó la cabeza con cierta
inseguridad— ha sido complicado. Eso es cierto —acto seguido, lo miró con
intensidad; tanto que Madmartigan tuvo que contenerse para no acercase de dos
zancadas y hacer una locura—. Gracias por acudir a rescatarme, por cierto.
El guerrero se humedeció los labios mientras apartaba ligeramente
la vista para camuflar que se había ruborizado sin quererlo.
—De nada —repuso con voz enronquecida. No estaba seguro de lo que
podía o debía decir, pero al final consiguió resumirlo en una frase escueta—.
No podía dejar que te ocurriese nada —para su alivio Sorsha sonrió al
escucharlo, evidentemente agradecida, pero no dijo más. Momento que aprovechó
Madmartigan para dejarle caer algo que llevaba esperando a verbalizar desde que
había aparecido—. Estás preciosa… Por cierto.
Ahí llegó el turno de enrojecer para la muchacha.
—Algo parecido me dijiste cuando nos conocimos, ¿recuerdas?
Madmartigan mostró media sonrisa maliciosa.
—Sí —replicó en tono mordaz—. Hilda se acuerda perfectamente.
Touché. Sorsha se mordió el labio con culpabilidad al tiempo que
enrojecía más y más por momentos; algo que consiguió camuflar a medias
apartando el rostro de la luz que proyectaba la antorcha más cercana, y
quedando así en penumbra.
—Siento lo que te dije en el campamento —musitó en voz lo
suficientemente alta para que él la escuchase, antes de obligarse a mirarlo de
nuevo.
El guerrero había cambiado las ropas de viaje y la armadura por
una reluciente camisa blanca y un jubón negro azulado de manga larga con el
emblema de Tir Asleen bordado sobre el pectoral izquierdo. Su larga melena
oscura lucía limpia y sedosa y se veía, como siempre, adornada por las dos
pequeñas trenzas que caían por delante de sus orejas y la tira de cuero que
recogía una parte del cabello sobre la nuca. La muchacha tenía que admitir
estaba dolorosamente guapo aquella noche.
—No te preocupes —contestó él al cabo de unos segundos que a la
princesa se le hicieron eternos —. Nockmaar es la ciudad en la que has vivido
casi toda tu vida. No debe ser agradable que te obliguen a abandonarla por la
fuerza.
Sorsha enarcó las cejas, claramente sorprendida.
—No pensé que me entenderías tanto… —admitió al cabo de unos
segundos.
A lo que él replicó:
—¿Por qué crees que no insistí en que vinieses a Tir Asleen?
«Aunque me doliese en el alma», quiso agregar, pero se contuvo.
La princesa, por otra parte, abrió mucho los ojos a la vez que
hacía un esfuerzo evidente por no quedarse boquiabierta. De hecho, en ese
momento, sintió el impulso de lanzarse hacia delante, abrazarlo y fundir sus
labios con los suyos, dejando libertad al fuego que la consumía por dentro. Y,
aunque consiguió contenerse a tiempo, dio un par de pasos hacia él. Además, un
recuerdo había cruzado por su mente en ese instante. Algo que necesitaba, no
sabía bien por qué, confirmar o desmentir antes de hacer nada comprometedor.
—¿Puedo preguntarte algo, Madmartigan? —él la invitó a continuar
con un gesto—. ¿De qué conocías a Eleion?
El guerrero apartó el rostro para tratar de evitar que Sorsha
viese el ramalazo de temor y dolor mezclados a partes iguales que lo había
atravesado, algo que logró solo a medias.
—¿Por qué quieres saberlo? —inquirió con voz ronca.
Sorsha se humedeció los labios, insegura, antes de responder.
—Cuando se presentó por primera vez en el castillo, te llamó
Madmartigan de Galladoorn y además me dijo que no te tenía aprecio por diversos
motivos. Sumado al hecho de que tus soldados no son muy buenos guardando
secretos… —lo encaró directamente—. Dicen que lo retaste a duelo por mí. ¿Es…
cierto?
Horas antes, al escucharlo de boca de un oficial a hurtadillas, le
había parecido una locura, pero quizá era posible. Sin embargo, ahora la
seriedad que reflejaba el rostro del guerrero daba casi miedo.
—Es cierto —le confirmó—. Y en cuanto a por qué le conozco… En fin
—resopló—, no es algo que me guste recordar… —alzó la vista hacia ella con
cautela—. ¿Qué más te contó?
“Ah, no. No va a ser tan fácil, he preguntado yo primero”, pensó
ella antes de erguirse de brazos cruzados, en actitud decidida.
—No pienso decírtelo hasta conocer primero tu versión —declaró.
«Ay», pensó entonces Madmartigan. «Después de esto no querrá
volver a verme jamás».
Pero tenía que hacerlo. Y lo sabía. Se lo debía si quería apostar
por una relación con ella.
—Está bien —claudicó con cierta pesadumbre, sintiendo los nervios
a flor de piel—. Te lo contaré.
Capítulo 18 del fanfic “Madmartigan y Sorsha:
el antes y el después”, basado en personajes de la película “Willow” (1988,
Lucasfilm)
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