El
golpe de la puerta de la taquilla al cerrarse sonó bastante menos de lo que el
agente especial Osmosis Jones esperaba. Aquella Nochebuena le había vuelto a
tocar patrullar en la boca, como llevaba haciendo casi tres años desde aquel
incidente con la ostra en el estómago, eso no era nada nuevo. Pero esta vez,
ocho meses después de haber acabado con Thrax, lo que casi le había costado la
vida, su ascenso en el cuerpo le había permitido dedicarse a otro tipo de
investigaciones.
Sin embargo, en una noche como aquella nadie era
prescindible, o eso le había dicho el jefe antes de endilgarle la tarea de
dirigir un comando de novatos que precisamente habían ido a graduarse de la
academia de Policía para Leucocitos de Frank el día anterior. Que en el periodo
navideño se necesitaban refuerzos no era ninguna novedad y menos si se tenía en
cuenta el tipo de comida a ingerir: pavo, dulces, alcohol... Pero si a todo ese
mejunje se sumaban esos malos hábitos higiénicos de Frank que ni siquiera el
nuevo alcalde, Tom Colónico, había conseguido cambiar del todo, la Nochebuena
volvía a plantearse como un reto solo a la altura de los más avezados. Y
dirigir a una pandilla de niñatos que aún no había pasado la inocencia
adolescente, en esas circunstancias, a Jones le parecía más un castigo que algo
bueno.
Osmosis se frotó los ojos con cansancio. Por suerte
para él, Frank se había ido a dormir la mona un par de horas antes, sobre las
cinco de la mañana y, cuando por fin habían conseguido neutralizar a los dos
últimos gérmenes, que se habían escondido entre dos muelas para hacer cosas muy
poco agradables a la vista, el comando había podido volver al tercer precinto
de linfonódulos; donde habían sido relevados por los guardias de tráfico
digestivo. Ahora, ellos serían los encargados de derivar a cada nutriente en
dirección a su destino. Lástima que la mayoría de ellos fuesen grasas de
contrabando que algunas células de moral poco ortodoxa aprovechaban a canjear
en los territorios adiposos del cuerpo por sustanciosas cantidades de dinero.
Aquello lo único que conseguía era que más y más células se mudaran a aquellos
rincones que los inmobiliarios llamaban "gangas en el bajo Frank". Y
Jones, que había crecido cerca de zonas similares, había aprendido que la
palabra "higiene" en aquellos rincones era poco menos que un tabú.
«Colónico tendrá que retomar los planes de
reordenación urbanística de la papada de Phlemming», rezongó de mal humor para
sus adentros mientras se ponía la chaqueta, guardaba la placa y la pistola en
su cinto y salía de la comisaría. «Las cosas no han mejorada nada desde hace
ocho meses...», se lamentó acto seguido. «Si tan solo pudiésemos...» De
inmediato, dejó caer los hombros, derrotado por algo más que el puro
agotamiento. «¿Qué?». Estaba muy bien elucubrar; pero, ¿qué iba a hacer un
simple leucocito como él?
Al salir de la zona de vestuarios en dirección a la
entrada de la comisaría, sus reflexiones se vieron interrumpidas de golpe
cuando vio una aglomeración de compañeros gritando y obstruyendo la puerta del
edificio; los agentes que ya habían terminado sus respectivas tareas y estaban
listos para volver a sus hogares. Sin demasiadas ganas de jarana, Jones se
aproximó al despacho de su jefe, pero estaba vacío. Probablemente se habría ido
a pasar las fiestas con la parienta. «Con que nadie es prescindible, ¿eh?»,
reflexionó con acidez. «Ya lo veo».
El alboroto persistía en la puerta y además, de vez en
cuando se escuchaba algún silbido de admiración hacia lo que fuera que hubiese
fuera. Osmosis se aproximó despacio y pidió el paso, bromeando como era su
costumbre –un vicio que en ocasiones no podía evitar–. Al menos, hasta que uno
de sus compañeros le dio un codazo acompañado de una mueca pícara y lo obligó a
mirar hacia fuera. Y el joven policía tuvo que hacer un esfuerzo para que la
mandíbula no se le cayera hasta el suelo de la impresión.
Apoyada contra una reluciente motocicleta decorada en
tonos violetas y con dos discos escarlata dibujados justo en la parte trasera,
sobre la matrícula, se encontraba una visión que a ojos de Osmosis era poco
menos que divina. Llevaba botas negras a juego con el traje de chaqueta y
pantalón de color índigo, el cual estilizaba su cuerpo lo suficiente como para
que por la cabeza del leucocito pasaran todo tipo de fantasías indecentes. La
joven se apartó el flequillo de la cara mientras trataba de contener la risa
ante la expresión bobalicona del agente Jones. Con media sonrisa, enmarcada en
unos labios carnosos de color fucsia oscuro, se incorporó al verle y murmuró
con coquetería:
–Hola, Jones. Veo que te alegras de verme.
En ese momento Osmosis pareció volver a la realidad,
mientras escuchaba las risitas de sus compañeros tras él. Tratando de ignorar
con media sonrisa los comentarios que le dirigían algunos de ellos, del estilo
"menuda chica te has buscado, Romeo" o "espero que se le dé
bien..." acompañado de un gesto muy poco inocente, Osmosis Jones, héroe
superviviente frente a la Muerte Roja, se acercó con aire seductor a la joven
que lo había saludado.
–Leah...––murmuró, aún sin poder evitar un deje
sorprendido en su voz, mientras la miraba de arriba a abajo–. Estás... ¡Wow!
Sabía que quizá no había sido especialmente elocuente
pero su expresión corporal, así como el movimiento de sus manos repitiendo en
el aire la forma de su cuerpo debieron de hacer el resto, porque cuando ella
aproximó su rostro al suyo hasta apenas encontrarse a un nanómetro de
distancia, la joven célula sintió cómo todos los canales iónicos de su membrana
despertaban. «Contrólate, tío», se recomendó. Aquella mujer lo volvía más loco
que ninguna, pero no podía hacer una indecencia allí delante de todos sus
compañeros.
–Digamos que ascender sienta bien –replicó ella en
tono enigmático, mientras paseaba dos dedos sobre el asiento de la motocicleta.
Ante lo cual, Osmosis olvidó todos sus anhelos físicos
en un instante y su expresión volvió a reflejar la mayor sorpresa del mundo,
acompañada por un brillo orgulloso en sus ojos.
–¿Qué...? ¿Qué dices, nena? –Ante su asentimiento, no
pudo evitar abrazarla y alzarla en vilo, dándole una vuelta en el aire–. ¡Oh,
Leah! ¡Nena, eso es genial! ¡Sabía que lo conseguirías!
Ella soltó una risita a la vez que trataba de quitarle
importancia con un encogimiento de hombros.
–Gracias, Ozzy. Lo cierto es que me lo acaban de decir
hace unas horas –Se apartó el flequillo de nuevo de los ojos con aire
distraído–. Tom necesitaba una nueva portavoz y responsable de prensa y
comunicaciones, así que...
Dejó la frase en el aire, pero Jones no necesitaba que
le dijese nada más. Con cariño, la abrazó con una enorme sonrisa. Lo cierto era
que habían hablado de aquello hacía un tiempo, más o menos al tiempo que Tom
Colónico había ganado las elecciones a la alcaldía de Frank. Después de la
desastrosa derrota de Phlemming, cuya campaña Leah había abandonado después de
que aquel hubiese dejado morir literalmente a su hospedador, la situación para
ella se había vuelto muy complicada. Leah procedía de una familia trabajadora
de glóbulos rojos, más o menos del mismo barrio que Osmosis; pero, sumado al
problema de la pobreza, estaba el hecho de que, debido a un problema genético,
ella pertenecía a una estirpe diferente a la de sus congéneres. Ella era una
"falciforme", un glóbulo rojo anómalo, de ahí el color de su
citoplasma; lo cual no le había puesto las cosas fáciles, ni durante su niñez,
ni mucho menos durante el instituto.
Pero Leah no se dio por vencida en ningún momento: era
la más estudiosa de su clase, la que más se aplicaba y la que menos pensaba en
salir y hacer gamberradas. Cuando consiguió estudiar Política de Frank y entrar
a trabajar para Phlemming cuatro años antes, pensó que por fin su vida empezaba
a dar el giro que tanto anhelaba. Lástima que aquel hubiese terminado siendo un
cafre de tomo y lomo. Suerte que sus ideas parecían coincidir con las del
flamante nuevo alcalde de Frank; el cual había contactado con ella casi al día
siguiente de ganar, para preguntarle si quería trabajar para él.
Justo cuando Osmosis se inclinaba para besarla con
intensidad, se oyeron una serie de silbidos procedentes de la puerta de la
comisaría y los dos tortolitos se separaron, algo azorados.
–Oye, Ozzy, ¿qué tal si vamos a un sitio más privado?
–sugirió Leah pasando las manos alrededor del cuello de él–. No creo que este
sea el mejor lugar para celebrarlo.
Ante lo cual, su interlocutor señaló con un gesto de
la cabeza su reluciente coche aparcado a unos diez milímetros de distancia y
sonrió igual que ella lo había hecho antes.
–Nena, tienes razón –admitió, rodeando sus hombros con
un brazo y conduciéndola hacia allí–. De hecho, quiero enseñarte un sitio, si
no te importa dejar la motocicleta aquí...
–No, claro que no –Leah enarcó una ceja curiosa–.
¿Adónde quieres llevarme?
Ante lo cual, el leucocito mostró una sonrisa
enigmática y canturreó:
–Ya lo verás…
(Fanfic
inspirado en “Osmosis Jones, la película”. Capítulo 1 del fanfic “Osmosis
Jones: Maldita Navidad” por Paula de Vera © Imagen de “chocolatecherry”
-Deviantart-.)
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