Tengo un papá de verdad y otro de mentira.
Mi papá de mentira vive con nosotras y se llama
Pedro, mi papá de verdad se llama Eduardo y no tiene trabajo. Eso le dijo mi hija menor a una vecina. No
supe qué agregar. En realidad no hay nada que aclarar, además, me importa un
bledo lo que piense la que vive en la puerta de al lado.
Esa tarde no pude leer, me recosté debajo de
un árbol y me quedé mirando a las niñas jugar en la piscina. Ellas son de
verdad, como de verdad son las risas que llegan hasta mi escondrijo, como las
ramas que me protegen del sol, como el pie que no puedo parar y que sigue
moviéndose como si tuviera vida propia. Ellas tienen vida propia… ¿o la que yo
les inventé? Me llaman para que vaya a bañarme, dejo el libro sobre la tumbona.
El pie ha dejado de temblar, le gusta caminar por el césped, meterse en el
agua. A mí también me gusta el agua, me da seguridad, siento el silencio. Las
palabras no llegan y no tengo miedo.
No puedo quedarme mucho, tengo que preparar
la cena. No te preocupes, organiza algo de comida fría, hace calor, ya sabes
que nuestros amigos no son exigentes. No son mis amigos, y me da igual que sean
o no exigentes, yo sí lo soy.
Manuela tiene los ojos rojos, le digo que
salga de la piscina, pero me pide un rato más. No importa, después le pondré
colirio. Se parece a su padre, siempre quiere un poco más. Ana se sube a mi
espalda, le gusta que nade con ella encima, se cae cada tanto, está mayor, ya
no usa manguitos. Tengo que irme, chicas, he de preparar la cena. ¿Te ayudamos?
A Manuela le gusta adornar la mesa, y lo
hace bien. Ana quiere saber quiénes vienen a cenar. Unos amigos. ¿Amigos de
verdad o de mentira? La miro. Los de verdad son los que te hacen reír, mamá.
© Liliana Delucchi
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