Se dice que el origen del
perfume pudiera ser litúrgico. La etimología de la palabra es: «a través del
humo» y hace referencia al aroma que desprende una sustancia al ser quemada.
Quizás todo comenzara en la
prehistoria cuando el hombre primitivo se hizo dueño del fuego y por casualidad
cayeran algunas ramas o resinas de un árbol y un agradable olor se elevara
directamente hacia el cielo, lo que hizo desear ofrendarlo a las divinidades. Se
comenta que los Dioses al castigar a Esmirna se conmovieron al verla llorar por
lo que la convirtieron en el árbol de mirra que llora resinas aromáticas.
El olor a incienso trae a
la memoria templos, fieles, cirios, procesiones. Los Reyes Magos llevaron de
regalo aceites preciosos al Niño; la hermana de Lázaro ungió los pies de Jesús
y Nicodemo envolvió su cuerpo con lienzos perfumados de mirra y áloe, según era
costumbre al enterrar a los judíos.
En el Oriente Medio, miles
de años antes de Cristo, era de uso frecuente quemar mirra, casia, nardo, como
signo de respeto. Fueron los sumerios los que desarrollaron diversos ungüentos
y perfumes. Los egipcios, siempre con ojo avizor, tomaron de los sumerios todo
lo referente a la cosmética, que podría explicar la práctica del embalsamiento.
Hay una planta, el nenúfar Sagrado del Nilo, símbolo de eternidad en el Alto
Egipto, de color azul y un aroma refrescante, que recuerda al jacinto, a las
violetas, a las mandarinas, a los higos. Tanto se valoraba el perfume que en la
tumba de Tutankamon se hallaron más de tres mil potes con fragancias que aún
conservaban su olor.
Elaboración de perfume en el Antiguo Egipto Museo del Louvre |
En la Grecia clásica no
solo aromatizaban sus cabellos, la piel, la ropa, también el vino. Ciertos
escritos recomendaban hierbabuena para perfumar brazos y sobacos, canela para el
pecho, aceite de almendra para manos y pies, y extracto de mejorana para el
cabello y las cejas. También hablaban de los aceites olorosos a base de limón,
mandarinas y naranjas.
Los soldados romanos se
ungían con perfumes antes de entrar en combate. Desde lejanas tierras trajeron
a Roma perfumes desconocidos como la glicina, la vainilla, la lila, el clavel,
cedro, pino, jengibre, mimosa. Nerón creó en el siglo I la moda del agua de
rosas y cuenta la leyenda que la rosas nacieron blancas y sin olor, pero un día
se volvieron rojas al clavarse Venus una espina y derramar su sangre sobre ellas,
la fragancia le llegó más tarde, al recibir un beso de Cupido. Volviendo a
Nerón, el susodicho, en el entierro de su esposa Popea, gastó todo el perfume
que producían los perfumistas árabes en un año. A sus mulas, incluso, las
perfumaba, y se las oía gemir con deleite.
La reina del Nilo, Cleopatra,
untaba sus manos con aceite de rosas, azafrán y violetas; y sus pies con una
loción a base de almendra, miel, canela, azahar y alheña. Disimulaba las
arrugas con una pasta de pulpa de frutas, se sumergía cada mañana en leche de
burra mezclada con hierbas y miel de abeja. Se cuenta que perfumaba su cuerpo
para ganar el corazón de los hombres.
Mahoma amaba los perfumes y
el mismo Corán promete a los fieles de corazón, un paraíso perfumado y bellas
hurís de ojos negros, hechas del más puro de los almizcles y es que fueron los
árabes los que perfeccionando los conocimientos de las culturas que los
precedieron, elaboraron refinados perfumes.
Perfumero de Maria Antonieta |
No todo el mundo los amaba.
Enrique IV de Francia, aquél a quien se le atribuyen las frases: «París
bien merece una misa» y «Un
pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos» fue
vilipendiado por sus enemigos: no se lavaba, ni tenía por costumbre perfumarse.
Lástima. Siendo considerado por los franceses como el mejor de sus monarcas, al
intentar mejorar las condiciones de vida de sus súbditos, el ocupar el primer puesto
entre los mugrientos, no es de mucha alcurnia.
Los viajes de Colón y
Magallanes al Nuevo Mundo contribuyeron al descubrimiento de nuevas sustancias
aromáticas.
Al morir la alquimia y
nacer la química el arte de la perfumería evolucionó. Se comenzaron a deslindar
los conceptos, que hasta entonces habían estado revueltos: perfume, agua de
tocador y agua de colonia.
A principios del siglo
XVIII, Juan María Farina, un barbero italiano de origen español, creó en 1710 la
original Eau de Cologne, que así describió: «He
descubierto un perfume que me hace recordar a un amanecer italiano, a narcisos
de montaña, a azahares de naranjo justo después de la lluvia. Él me refresca y
refuerza mis sentidos y mi fantasía». Entre
sus clientes se encontraban personajes de la talla del Kaiser Carlos VI,
Fernando VI rey de España, Goethe, Voltaire, Mozart, Napoleón Bonaparte, la
Reina Victoria de Inglaterra… Al agua el nombre le viene por la ciudad alemana,
famosa entonces por poseer en su catedral la tumba de los Reyes Magos y después
por la aromática agua. En agradecimiento la ciudad de Colonia rinde homenaje a
Juan María Farina con una estatua en la torre del Ayuntamiento.
Gabriela Mistral escribió:
Escóndeme,
que el mundo no me adivine.
Escóndeme,
como el tronco su resina,
y
que yo te perfume en la sombra,
como
la gota de goma, y que te suavice con ella,
y
los demás no sepan de dónde viene tu dulzura…
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