Puerta de entrada de caoba. Realizada por el decorador Rafael Guerrero en 1885 |
Lhardy,
tienda y restaurante, ocupan un lugar preferente entre los establecimientos
centenarios de Madrid que, afortunadamente, subsisten. Fundado en 1839 por
Emilio Lhardy, un auténtico emprendedor francés, experto en repostería, que
decide abrir en pleno centro de Madrid, al lado de la Puerta del Sol, el más
moderno establecimiento de la ciudad en una de sus calles más transitadas, la
Carrera de San Jerónimo, aún sin asfaltar, pero ya con visos de comercial,
donde al principio solo vende pastelería, fiambres y queso, pero que poco a
poco amplía servicios con un producto estrella: un riquísimo «consomé»
servido en lujoso samovar ruso, de plata, instalado al fondo de la tienda,
delante de un gran espejo que ¡Cuántos miles de rostros famosos, importantes, y
anodinos habrá reflejado a lo largo de los siglos!
Samovar |
El
éxito es tan enorme que ayudado por su hijo, Lhardy amplía el negocio con un
restaurante situado encima de la tienda y según cuenta Larra: «Las
fondas en Madrid eran pocas y malas, con pésimos servicios y demasiado aceite y
ajo en sus platos».
El Restaurante
Lhardy fue una grata y novedosa sorpresa no sólo para los extranjeros que ya nos visitaban sino para la alta
sociedad madrileña como demuestra la elevada notoriedad que alcanzó al encargarse
de organizar y servir el festejo del bautizo del hijo primogénito del Marqués
de Salamanca, fastuoso banquete con los más importantes invitados.
Lujo,
buen gusto, exquisito servicio, acertada decoración en sus seis salones:
Isabelino, Blanco, Japonés, Sarasate, Gayarre y Tamberlick.
¡Cuántos
hechos, cuántos acontecimientos, cuántas historias, muchas ignoradas, habrán
presenciado sus elegantes tapizadas paredes, cuántos personajes ilustres las
habrán utilizado, citas políticas, amorosas, románticas, misteriosas,
trascendentales, cuántos recuerdos y anécdotas!
Salón Isabelino (Primer piso) |
Isabel
II, deseosa de conocer Lhardy, logra a los 17 años, cenar en el Isabelino (de
ahí el nombre), el dictador Primo de Rivera, en
secretas reuniones políticas de «alto»
nivel, Alfonso XII y sus «privadas»
reuniones de incógnito, y en la época de los «Cenáculos
de literatura» Perez Galdós, nombrándolo en varios de
sus Episodios Nacionales. Azorín en sus magníficos artículos, García Lorca, y
tantos y tantos otros.
Y
también sorprendentes noticias: Mata-Hari, tras cenar en Lhardy, fue detenida
al llegar al Hotel Palace, donde se alojaba, acusada de espionaje.
Consuelo
Bello, La Fornarina, gustaba cenar en el Japonés, así llamado por sus adornos y
preciosas lámparas, porque ella había actuado y triunfado en un teatrito: El
Salón Japonés, del que guardaba buen recuerdo. Tras una exquisita cena, en el salón
Blanco se fundó «la Cofradía de la Buena
Mesa»
que alcanzó preciado renombre.
La
fama de Lhardy también se debe a su excelente cocina, aunque algo cara, por ejemplo:
Bartolillos, 15 pesetas; azucarillos, 10 pesetas; ¡En 1905!, y no digamos los
grandes y tradicionales platos que hoy perduran, el Cocido a tres vuelcos, los
sabrosos Callos, las Croquetas…
Un
irónico periodista publicó:
El que en su tienda
repara
en apetito se
enciende
y la vista no separa;
pues eso, lo que nos
vende,
¡Cuesta un ojo de la
cara!
Lhardy,
a sus 178 años, sigue siendo el de siempre, regentado por los herederos del
fundador, con su comer fino y tradicional, y su clientela, y es que entrar por
su elegante puerta de caoba de Cuba, tomar un calentito consomé del samovar
acompañado de una deliciosa croqueta de la «estufa»,
sigue siendo un auténtico placer gastronómico.
Lo
fue, lo es y lo será, esperamos, muchos años más.
© Isabel
Martínez Cemillán
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