En mi pueblo manchego -que era grande- no recuerdo que hubiera teléfono en las casas. Nadie te contaba nada sobre él, nadie hablaba, salvo excepciones, claro.
Mi padre decía que tenían
uno en la oficina, pero como no podía llamarnos… Y el dueño del cine también, era
vecino y amigo de mi padre, fui alguna vez a no sé qué -desde luego que a llamar
no, pues seguro que no sabría hacerlo- y lo
vi allí, en su despacho, negro y muy grande, como los que salían en el cine.
Así transcurría la vida en
los años sesenta, sin preocuparnos de llamar por teléfono, o de que nos
llamaran. Teníamos familia en Valencia, pero nos comunicábamos por carta, que
de eso sí sabíamos en casa… Entre que mi padre escribía a diario, o le escribían
a él por lo de los periódicos, y nosotros que ya hacíamos nuestros «pinitos»
escribiendo cartas a los primos, que cuando venían a pasar temporadas, nada más
irse, nos poníamos todos con papel y bolígrafo para contarnos lo bien que lo
habíamos pasado y cuando iban -o
íbamos- a
venir otra vez.
Central telefónica antigua Imagen: wikipedia, la enciclopedia libre |
Años después, llegó el
teléfono a casa, verde, lo pusieron en una mesita y, al principio, lo mirábamos
mucho, pero como no llamaba nadie… A mi padre, sí, claro, y hasta daba noticias
al periódico; luego ya empezamos todos a llamar; a los tíos, a un técnico, al
practicante…
A veces, te asustaba, con
ese ruido que hacía, pero poco a poco, nos fue gustando y ya era uno más junto con
la televisión, como en todas las casas. Al llegar a Alcalá de Henares, había
uno en la pensión, negro y con un candado, si queríamos llamar a casa, la
señora nos lo abría.
Hace unos años, pasó algo
raro, iba la gente hablando por la calle con un aparatito pegado a la oreja. Y
ya vamos todos, además, lo miramos mucho…
© Lumigarmo
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