Bueno, pues seguimos con los establecimientos centenarios, porque la verdad es que, afortunadamente, aún quedan bastantes en Madrid y algunos, muy poco conocidos.
Hoy «tocan» las farmacias, alguna con más de cinco
siglos de existencia, como por ejemplo la «Antigua Farmacia de la Reina Madre», calle Mayor, 59
creada en el siglo XVI, pero que debe su
nombre al siglo XIX, con una bonita historia.
Cuentan que la Reina Regenta María
Cristina, madre amorosa, estaba preocupada por una pertinaz ronquera de su
hija Isabel, que los «físicos» de la Corte no lograban
curar; alguien, seguramente algún cortesano, comenta que una mixtura que
vendían en la cercana farmacia de la calle Mayor era muy buena para los males
de garganta, manda traerla, la toma la reina niña Isabelita y la ronquera
desaparece, desde entonces María Cristina encarga todos los «remedios» a esa Farmacia.
Los licenciados -encantados- solicitan anunciar ser
proveedores de la Real Casa, concedido sin problemas, lo ostentan,
orgullosamente, sobre la puerta. A principio del siglo XX, deciden darle un
aspecto más moderno y encargan a un arquitecto, Carrasco, que la remodele pero
conservando algunos elementos originales y éste consigue realizar el mejor
ejemplo del «estilo modernista», tan escaso en Madrid.
En su pequeña biblioteca guardan además de
parte de su antiguo botamen, alguna de las fórmulas casi milagrosas que la
dieron fama, como la «pomada encarnada» contra la calvicie o los «trocitos de momia», acreditado remedio contra la temida
tuberculosis.
Aún quedan dieciséis farmacias
centenarias, entre ellas: Lavapiés, Del Globo, Puerto, León, Deleuze, sería muy largo enumerarlas
todas, nos limitamos a dos notables:
Farmacia del León, en pleno Barrio de
las Letras, siglo XVIII, situada, al
parecer en el mismo lugar en que un exótico individuo tenía enjaulado un
gran león que, mediante unos céntimos de
entrada, dejaba contemplar, dando nombre a la calle.
Reformada en el siglo XX, ostenta en su
fachada de bonitos azulejos la imagen del feroz león, precioso botamen, una
caja registradora de bronce y la documentación de que su primer dueño, tenía
bajo el suelo «un sótano donde almacenaba las materias primas y un pozo con agua
suficiente para elaborar cocimientos y mixturas» porque entonces aquellos hombres de
ciencia elaboraban ellos mismos sus productos.
Por último, la Farmacia Deleuze, calle San Bernardo, número 39,
de gran valor histórico, no demasiado conocido, abierta en 1780, con el nombre
de Botica San Bernardo. Porque en 1737
Felipe V crea el Real Colegio de Boticarios de Madrid, formado por dos viejas
cofradías, la de San Lucas y Nuestra Señora de la Purificación -1589- y la de Nuestra Señora
de los Desamparados -1654-, antiguas instituciones gremiales
sanitarias bajo las Ordenanzas de los Austrias, garantes del control sanitario
de la Villa y Corte, con actividad hasta que en 1898 se crea el Colegio Oficial
de Farmacéuticos y la Real Academia de Farmacia, en la calle de San Juan, que
desde entonces y hasta hoy se llamará Farmacia.
Pues don Baltasar de Riego, farmacéutico
titulado y pintor, según dicen, creador de las «tertulias de rebotica», lugar de reunión de
variopintos personajes, escritores como Espronceda y Ventura de la Vega,
médicos famosos, políticos, la crema de la intelectualidad. Y ya en el siglo XX
pasa a la familia Deleuze, que cambia el nombre por el suyo propio, y la
reforma por completo con una decoración «rococó», propia de un palacio, maderas nobles
talladas, hornacinas, lienzos en las paredes, araña francesa en el techo y
magnífico botamen fabricado en la Real Fábrica del Buen Retiro, creada por
Carlos III.
Cuando en 1980, les comunican a los
Deleuze que se derriba el edificio, guardan todo, mobiliario y elementos
conservándolo hasta que avalados por el Ayuntamiento, restablecen en el nuevo
absolutamente toda la anterior decoración, incluso la tradicional fachada. Y es
una Farmacia especial y tan bonita que merece la pena entrar a comprar una
aspirina para verla bien.
© Isabel Martinez Cemillán.
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