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jueves, 7 de septiembre de 2017

Mª Isabel Martínez Cemillán: Establecimientos centenarios V: Farmacias





Bueno, pues seguimos con los establecimientos centenarios, porque la verdad es que, afortunadamente, aún quedan bastantes en Madrid y algunos, muy poco conocidos.

Hoy «tocan» las farmacias, alguna con más de cinco siglos de existencia, como por ejemplo la «Antigua Farmacia de la Reina Madre», calle Mayor, 59 creada  en el siglo XVI, pero que debe su nombre al siglo XIX, con una bonita historia.

Cuentan que la Reina Regenta María Cristina, madre amorosa, estaba preocupada por una pertinaz ronquera de su hija  Isabel, que los «físicos» de la Corte no lograban curar; alguien, seguramente algún cortesano, comenta que una mixtura que vendían en la cercana farmacia de la calle Mayor era muy buena para los males de garganta, manda traerla, la toma la reina niña Isabelita y la ronquera desaparece, desde entonces María Cristina encarga todos los «remedios» a esa Farmacia.

Los licenciados -encantados- solicitan anunciar ser proveedores de la Real Casa, concedido sin problemas, lo ostentan, orgullosamente, sobre la puerta. A principio del siglo XX, deciden darle un aspecto más moderno y encargan a un arquitecto, Carrasco, que la remodele pero conservando algunos elementos originales y éste consigue realizar el mejor ejemplo del «estilo modernista», tan escaso en Madrid.

En su pequeña biblioteca guardan además de parte de su antiguo botamen, alguna de las fórmulas casi milagrosas que la dieron fama, como la «pomada encarnada» contra la calvicie o los «trocitos de momia», acreditado remedio contra la temida tuberculosis.

Aún quedan dieciséis farmacias centenarias, entre ellas: Lavapiés, Del Globo, Puerto,  León, Deleuze, sería muy largo enumerarlas todas, nos limitamos a dos notables:


Farmacia del León, en pleno Barrio de las  Letras, siglo XVIII, situada, al parecer en el mismo lugar en que un exótico individuo tenía enjaulado un gran  león que, mediante unos céntimos de entrada, dejaba contemplar, dando nombre a la calle. 

Reformada en el siglo XX, ostenta en su fachada de bonitos azulejos la imagen del feroz león, precioso botamen, una caja registradora de bronce y la documentación de que su primer dueño, tenía bajo el suelo «un sótano donde almacenaba las materias primas y un pozo con agua suficiente para elaborar cocimientos y mixturas» porque entonces aquellos hombres de ciencia elaboraban ellos mismos sus productos.

Por último, la  Farmacia Deleuze, calle San Bernardo, número 39, de gran valor histórico, no demasiado conocido, abierta en 1780, con el nombre de Botica San Bernardo.  Porque en 1737 Felipe V crea el Real Colegio de Boticarios de Madrid, formado por dos viejas cofradías, la de San Lucas y Nuestra Señora de la Purificación -1589- y la de Nuestra Señora de los Desamparados -1654-, antiguas instituciones gremiales sanitarias bajo las Ordenanzas de los Austrias, garantes del control sanitario de la Villa y Corte, con actividad hasta que en 1898 se crea el Colegio Oficial de Farmacéuticos y la Real Academia de Farmacia, en la calle de San Juan, que desde entonces y hasta hoy se llamará Farmacia.

Pues don Baltasar de Riego, farmacéutico titulado y pintor, según dicen, creador de las «tertulias de rebotica», lugar de reunión de variopintos personajes, escritores como Espronceda y Ventura de la Vega, médicos famosos, políticos, la crema de la intelectualidad. Y ya en el siglo XX pasa a la familia Deleuze, que cambia el nombre por el suyo propio, y la reforma por completo con una decoración «rococó», propia de un palacio, maderas nobles talladas, hornacinas, lienzos en las paredes, araña francesa en el techo y magnífico botamen fabricado en la Real Fábrica del Buen Retiro, creada por Carlos III.

Cuando en 1980, les comunican a los Deleuze que se derriba el edificio, guardan todo, mobiliario y elementos conservándolo hasta que avalados por el Ayuntamiento, restablecen en el nuevo absolutamente toda la anterior decoración, incluso la tradicional fachada. Y es una Farmacia especial y tan bonita que merece la pena entrar a comprar una aspirina para verla bien.


© Isabel Martinez Cemillán.

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