─¿Me cuentas un cuento, abu?
─Sí. ¿Recuerdas cuando te llevaba de la mano al corral
para ver los gatitos, que tenía la gata detrás de una tinaja? Uno de esos
gatitos, cuando creció, quiso ser astronauta…
─¿Qué es un astronauta, abu?
─Alguien que viaja hasta los astros en un cohete
espacial.
El gatito del cuento se hizo mayor. Su madre le había
enseñado a buscar la comida él solo. Una noche, andaba por los tejados de la
casa buscando algún ratón o un pájaro distraído, cuando se fijó, por primera
vez, en la Luna. Era redonda y brillaba de un modo especial.
Se quedó mudo de asombro y, a
partir de ese día, cada noche subía al tejado a contemplarla.
─Está enamorado de la Luna ─dijo Terrible, el perro que
cuidaba de las ovejas.
─¡Es un iluso! Cree que puede alcanzar la Luna ─decía la
gallina, mientras recogía a los pollitos debajo del ala para dormir. ¡No sabe
que la Luna está muy, muy lejos de la Tierra!
─Si quieres llegar a la Luna tendrás que hacerte
astronauta ─dijo Josefina, la cabrita
sabihonda.
─Yo sé de una perrita que viajo en un cohete, se llamaba
Laika ─dijo el perro pastor.
─¿Por qué no construimos nosotros un cohete? ─dijo la
mula.
─¡Mira, quién fue a hablar!
─¿Qué sabrás tú de cohetes?
La mula se puso muy triste y se fue a la cuadra
cabizbaja. Estaba anocheciendo. El gatito subió al tejado, como cada noche,
pero estuvo esperando mucho rato y la Luna no salió. Pensó que estaba enfadada
con él. Como los gatos no van al colegio, no sabía que la Luna, que es un
satélite de la Tierra y que está iluminada por el Sol, no se ve siempre igual.
Unas veces se ve redonda y brillante, otras en forma de raja de sandía o con
dos cuernos y otras no se ve. Es lo que se llama las fases de la luna, que va
de luna llena a cuarto menguante hasta desaparecer en luna nueva, después cuarto
creciente hasta estar otra vez brillante y redonda.
─¿Por qué no van al colegio los gatos, abu?
─Porque no hay colegios para gatos, Dariel. Sigo con el
cuento.
La madre gata estaba muy preocupada. El gatito se pasaba
las noches en el tejado y apenas comía. Todos los animales del corral se
reunieron:
─Escuchad, muchachos ─dijo la cabrita Josefina. No
podemos dejar que nuestro compañero muera de tristeza, ¿Por qué no fabricamos
un cohete, como dijo la mula? Entre todos podremos conseguirlo.
Se pusieron a la tarea. La gallina alborotó al gallinero
con la noticia. Los pollitos se pusieron a recoger plumas para hacer un edredón
por si en la Luna hacía frío.
─El cohete tendrá forma de huevo ─dijo el gallo. Lo
haremos de hojalata, que es fuerte y pesa poco.
─Yo me encargo del traje de astronauta ─ladró el perro,
pensando en un chubasquero amarillo, que se ponía el pastor cuando llovía y en
su casco de motorista.
Todos, como científicos improvisados de la NASA, se
pusieron a trabajar y guardaron su invento en el pajar para que no lo viera
nadie más. Como escapar de la órbita terrestre es lo más costoso, ellos
pensaron en cómo dar impulso al cohete para salir del corral y elevarse en el
aire. Entre todos idearon que la mula diera una coz muy fuerte al cohete para
impulsarle a salir del corral y ataron al cohete un montón de globos para que
se elevara en el aire.
Llegó el día señalado para el viaje, es decir, la noche.
Era una noche de luna llena, sin nubes. El gatito, vestido de astronauta y
después de despedirse de todos, entró en el cohete. Y, cuando la Luna estaba en
lo alto del cielo, empezó la cuenta atrás: ..nine, eight, seven, six, five,
four, three, two, one… ¡zero!
La mula dio una coz muy fuerte al cohete, que salió volando
rompiendo las cuerdas que lo sujetaban al tronco. Se elevó por encima del
tejado y se dirigió hacia la iglesia del pueblo. Todos aplaudían contentos,
pero antes de traspasar la altura de la torre, las cigüeñas, asustadas al ver aquel
armatoste que se acercaba a sus nidos, se pusieron a picotear los globos, que comenzaron
a desinflarse. El cohete perdió impulso y movido por el viento fue a alunizar
en el tejado rojo de una casita de las afueras.
Allí, sentada en el tejado estaba una gatita gris,
relamida y coqueta tomando el fresco, que dio un respingo al ver a aquel trasto
posarse en el tejado. El gatito creyó que estaba en la Luna al ver la preciosa
cara de la gatita. Bajando del cohete y
quitándose el casco se puso a ronronear a su alrededor. Ella se puso muy contenta al ver al apuesto
astronauta. La Luna en lo alto del cielo se reía. Y, colorín colorado este
cuento se ha acabado.
─¿Qué pasó después, abu?
─Nada, este verano te llevaré a ver la camada de gatitos
rubios y grises que ha tenido la pareja detrás de la tinaja.
©Socorro González-Sepúlveda Romeral
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