Trampa era la atracción principal del circo
que visitaba aquel pueblo cada año. No estaba
contento con la vida que llevaba. Su domador le trataba bien, pero él se pasaba
el día renegando por estar encerrado en aquella jaula pestilente y ansiaba su
libertad. Un día en que le trajo comida, en vez de camelarle para que huyeran
los dos juntos, actuó a lo bruto y en un descuido le arrancó la mano. En medio
de la confusión creada se fue a recorrer mundo.
Encontró a unos animales que tenían
unos pies redondos y un cuerpo de lata. Hacían demasiado ruido. Se separó de
ellos y se adentró en la selva. Tantos años en el circo no pasaron en balde y
se dio cuenta que le gustaba estar acompañado. La soledad no estaba hecha para
él.
Apareció un zorro y le preguntó si
quería ser su amigo. Le dijo que sí y le vendió una bolsita que contenía un
polvo blanco. Lo probó y le gustó. Sintió tal euforia que siguió andando y
esnifando. Estuvo a punto de morir. Gracias a una familia de monos se pudo
desintoxicar. Pero un día en que celebraban una boda, le incitaron a beber
alcohol y estuvo bailando salsa toda la noche. A la mañana siguiente tenía un
horrible dolor de cabeza que le hizo sacar a la superficie todo lo fiero que
tenía dentro. Los monos al primer zarpazo espabilaron y corrieron como alma
llevada por el diablo.
Trampa se quedó de nuevo en soledad y
se echó a dormir. No supo cuánto tiempo estuvo tumbado pero cuando logró
levantarse sentía tal hambre que tuvo que buscar algo de comer y fue cuando
echó de menos a quien le cuidaba. Se quejó de su mala suerte. Su amigo bien
podía haberse venido con él. No se acordó de la mano cercenada.
Siguió vagando. En su deambular se
encontró una hembra de su especie que le llevó a la manada. Eran treinta leonas
que necesitaban un macho. Fue tanta la actividad y la agresividad que desplegó
para reproducirse que las hembras se fueron dispersando una a una. Hasta un
león viejo que se le ocurrió acercarse por allí se llevó su parte. Agotado se
quedó. Sus patas eran incapaces de levantarse. Llegó a pensar que la libertad
tenía muchos riesgos. Su vida era más apacible entre rejas, aunque le hicieran
trabajar.
Sus nuevos amigos le abandonaban a poco
de conocerle. Eran unos egoístas. Logró ponerse en pie pero estaba tan débil
que se bamboleaba. A los pocos días el hambre le acució de tal manera que supo
que sus fuerzas se habían quedado en el camino.
© Marieta Alonso Más
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