Caer en un abismo y no tener más remedio que
seguir adelante es lo que sentía Miriam cuando acostada en la camilla de la
ambulancia era trasladada al Hospital.
El dolor era tan fuerte, tan pertinaz
que le costaba un gran esfuerzo el
simple hecho de respirar, en cambio, su mente trabajaba con gran rapidez
pensando en lo que sería su vida si lograba sobrevivir al impacto de aquel
coche que se alejó.
A su alrededor todo eran ruidos, una sirena que
no dejaba de sonar, los hombres vestidos de blanco pidiendo el instrumental y
unos gritos, al parecer suyos, que se oían a veces profundos y graves y otros
como si se ejercitara para soprano.
Ella no escuchaba lo que le decían, solo
pensaba que como siempre toda su vida estaba marcada por los latigazos de los acontecimientos,
éstos se adelantaban a sus intenciones. Su madre decía que siempre comenzaba la
casa por el tejado y tenía razón.
Sin trabajo, sin marido, sin hogar, la
frialdad de la muerte la saludó justo en el momento que le estaban colocando sobre
su pecho el fruto de una relación no recordada.
© Marieta Alonso Más
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