¡Advertencia:
relato adulto!
***
Clanc
Bulma resopló y giró de nuevo la llave inglesa, irritada. Tenía que
funcionar, de alguna manera tenía que conseguir que...
—¡Ah!
«Maldición», pensó,
iracunda, mientras sacudía la mano dolorida por un inoportuno giro de muñeca. «No puedo creerlo...»
—Ah, mujer. Veo que por fin te has puesto a trabajar en mi máquina...
Como un resorte, Bulma se incorporó al escuchar su voz tras ella. Despacio,
su cabeza giró hasta que el recién llegado entró en su campo de visión. La
mujer maldijo por lo bajo. Aquel día no estaba precisamente de humor para
aguantar tonterías. No después de mandar a Yamcha a freír espárragos, de una
vez y para siempre...
—¿Qué has dicho, Vegeta? —silabeó entre dientes, muy despacio.
El guerrero, por su parte, no pareció siquiera inmutarse por su tono; sino
que se adelantó un par de pasos, se cruzó de brazos y le espetó:
—Que a este paso me voy a hacer viejo antes de que acabes esta maldita
sala, ¿no crees?
Bulma apretó los puños, notando cómo la llave inglesa de la mano derecha se
clavaba dolorosamente en su palma, bajo el guante. Inspiró hondo por la nariz,
contó mentalmente hasta cinco... Y estalló sin poder evitarlo.
—¡Mira, Vegeta! ¡O te largas ahora mismo de aquí o te juro por Dios que te
estrello esta llave en la cabeza! —le gritó, volviéndose del todo.
A Vegeta aquel arrebato le cambió la cara en un segundo, lo que demostró el
rojo iracundo ascendiendo a su rostro.
—¿Disculpa, mujer? ¿A quién te crees que estás hablando?
Bulma lo señaló con un dedo acusador.
—¡Te digo que no me vengas con estupideces, maldito insolente que solo se
dedica a mandar, ofender y holgazanear! —prosiguió Bulma, sin miedo alguno—.
¡Así que desaparece de mi vista! ¡Ahora! ¡Y déjame trabajar en paz!
Sin moverse del sitio, Vegeta gruñó de forma audible y apretó los dedos
contra sus antebrazos, reprimiendo las ganas de estrangularla allí mismo por
aquella falta de respeto tan manifiesta hacia su persona. Él, un príncipe... “El
príncipe” de todos los Saiyan. ¿Cómo se atrevía aquella mujer vulgar a echarlo?
De ahí que, visto y no visto, el guerrero avanzara de dos zancadas hasta
situarse a la altura de Bulma, apoyara los brazos sobre la pared del centro de
mando de la sala, a ambos lados de su menudo cuerpo, bloqueando su escape.
—¡Tú, terrícola estúpida! Vigila tu lengua —le recomendó, furibundo, a
pocos centímetros de su rostro—. ¡No te atrevas a hablarme de esa manera o te
arrepentirás!
Bulma lo observó, congelada, durante dos segundos que parecieron eternos.
Pero, al cabo de ese breve lapso, frunció el ceño, lanzó las manos hacia
delante e hizo algo que jamás, en circunstancias más relajadas, hubiera
imaginado. Lo tomó con rudeza por la camiseta, lo atrajo hacia sí... Y lo besó.
No fue un gesto tierno, más bien una declaración de intenciones muy poco
románticas; pero la joven científica se estremeció casi sin quererlo cuando por
fin sus rostros se separaron y sus miradas se cruzaron de nuevo.
—¡Ea! —le gritó entonces Bulma, soltándolo con rudeza—. Ahí tienes lo que
esta terrícola es capaz de hacer con su lengua, principito mimado. ¿Alguna otra
queja o me vas a dejar trabajar en paz?
Vegeta la observó,
aturdido y sin saber qué hacer. De repente, era como si algo hubiese explotado
sin consentimiento en su cabeza y, por algún motivo, el guerrero no fuera capaz
de razonar. Y cuando su parte sobria le hubiese dicho que saliese de allí dando
un portazo, la parte instintiva se impuso de golpe a todo lo demás. Provocando
que, de un momento a otro, las manos de Vegeta aferraran las caderas de Bulma y
la atrajesen hacia el cuerpo torneado de él. Cuando sus labios se fundieron de
nuevo, Bulma abrió los ojos de par en par, incrédula. En ningún momento había
imaginado semejante giro de los acontecimientos. En honor a la verdad, su único
impulso había sido tratar de echarlo de allí haciendo lo que él más detestaba
en el Universo: tener contacto con un terrícola. Pero todo pensamiento
coherente se diluyó cuando la lengua de él empezó a recorrer el interior de sus
carrillos. Bulma puso los ojos en blanco, le echó los brazos al cuello y le
devolvió el beso con pasión. ¿Eran sus cuerpos o en aquella sala de repente
empezaba a hacer mucho calor?
Al cabo de unos minutos
de reconocerse mutuamente contra el cuadro de mandos a medio terminar, Bulma le
pidió a Vegeta que esperase un segundo y se dirigió a echar el pestillo a la
puerta. Si alguien los encontraba en semejante situación… No obstante, Bulma ya
había decidido que no iba a desperdiciar la oportunidad de tener un encuentro
con Vegeta a solas…
Cuando volvió a su
posición inicial, Vegeta la tomó por la cintura. Pero, para sorpresa de la
mujer, no la abrazó de frente; sino que, con menos rudeza de lo que Bulma
esperaba, le dio la vuelta y la ciñó de espaldas a él, quitándole la camiseta
de trabajo apenas un segundo después. Bulma jadeó. Aquello se estaba
descontrolando, pero ella fue la primera que se encorvó hacia atrás cuando él
le mordió el cuello y le sujetó los pechos con una sola mano, todo en uno. El top negro que llevaba la mujer a modo de
sujetador se estaba empezando a deslizar hacia su cintura, dejando sus pezones
a la vista.
En el momento en que
Vegeta la volteó de nuevo y comenzó a descender, besando, lamiendo y
mordisqueando cada centímetro de piel y curvas de la joven, esta se aferró al
metal que tenía a su espalda y lo observó hacer, notando su lencería cargarse
de humedad mientras él alcanzaba el suelo y se arrodillaba frente a ella.
«¿Vegeta? ¿Arrodillado?»,
pensó con cierta inocencia, envuelta en su propia nube de placer. Él la miró en
ese instante con una expresión extraña y el rostro algo cargado de rojo. «¿Avergonzado?
¿Excitado?», elucubró Bulma, sin atreverse a abrir la boca más que para jadear,
ansiosa por saber qué vendría después.
Vegeta, por su parte,
notaba la entrepierna tan dura que pensaba que la tela de los pantalones iba a
reventar de un momento a otro. En su embotada cabecita solo cabía un deseo:
arrancarle la ropa a Bulma, a jirones si hacía falta, antes de hacerla
totalmente suya contra el control de la sala de gravedad. Sus iris azules, cargados de deseo mal
reprimido, lo llamaban desde la altura. Y el guerrero no se lo pensó más.
Así, sin prisa, pero sin
detenerse casi ni a respirar, Vegeta echó las manos hacia delante y comenzó a
quitarle los pantalones a la joven científica, al tiempo que ella se quitaba el
top y los brazaletes. Mientras
ascendía, el Saiyan se bajó los pantalones en un solo movimiento mientras Bulma
alargaba los brazos para quitarle la camiseta. Vegeta se apretó entonces contra
ella, volviendo a besarla sin delicadeza, antes de introducirle una mano entre
las piernas. Estaba húmeda, mucho, y eso lo excitó sobremanera. La mujer gimió
y susurró su nombre, haciendo que el guerrero se excitara aún más, cuando los
dedos de él ascendieron y rozaron su punto erógeno. Sin oposición, Bulma se
dejó aupar por Vegeta, las manos de él aferrando sus nalgas, antes de abrazar
sus caderas con las piernas y empezar a notar, como en un sueño, su miembro
viril adentrándose en ella. No fue brusco, para sorpresa de Bulma, sino lento y
cadencioso, haciendo que sus cuerpos se acomodaran perfectamente el uno al
otro.
Así, apoyados contra el
cuadro de mandos de la sala, los espontáneos amantes dejaron que su contención
se diluyera entre jadeos y gemidos cada vez más intensos. Al menos, hasta el
momento en que Bulma acercó los labios al oído de Vegeta y susurró, casi sin
ser consciente de lo que hacía:
—Déjame montarte, Vegeta.
Si él se sorprendió por
aquella petición, apenas lo dejó translucir. Sin demora, el guerrero bajó a
Bulma al suelo, se apartó y se dejó guiar hasta una zona cercana y despejada de
herramientas. Una vez allí, el Saiyan se tendió sobre el suelo y dejó hacer a
Bulma sin oposición. De hecho, cuando vio cómo ella se movía sobre él, el
guerrero casi tuvo que morderse el puño para no gritar de placer. Extasiado,
observó cómo las curvas de la joven ondulaban en la tenue luz de la sala en obras,
mientras sentía acercarse el final de forma inexorable. Y ahí fue cuando él
mismo, casi sin avisar, se incorporó, aferró a Bulma por la cintura y susurró,
excitado:
—Échate.
La mujer lo miró de
frente, casi sin verlo de lo a punto que estaba de llegar al orgasmo; pero,
igual que él en su momento, no renegó de su petición, sino que enseguida se
tumbó de espaldas sobre el suelo y dejó que él la montara a su vez, ansioso
como un toro a punto de salir al ruedo. Cuando el clímax llegó para ambos,
Vegeta se obligó a enterrar su gemido final en los labios de ella. Se sentía
demasiado pletórico como para ser cierto.
De hecho, en cuanto ambos
recuperaron el resuello y se separaron, se quedaron mirando absortos al techo
durante casi un minuto entero, sin atreverse a mirar al otro. La primera que
giró la cabeza en dirección a su amante fue Bulma, justo antes de atreverse a
acercar sus dedos a los de él. Apenas unos centímetros los separaban. Y, sin
embargo, la mujer no debió sorprenderse cuando aquel simple roce provocó en
Vegeta el mismo efecto que si lo hubieran pinchado.
El guerrero apartó la
mano casi de golpe, incorporándose acto seguido sin mirar a Bulma. En tensión,
esta contempló cómo el Saiyan permanecía un instante sentado en tensión,
mirando a ningún punto en concreto, antes de levantarse sin más preámbulo y
empezar a vestirse. En ningún momento Vegeta se dio la vuelta para mirarla.
Bulma lo observó, como paralizada, durante todo el proceso. Incluso cuando él
se acercó a la puerta, descorrió el cerrojo y salió, la mujer no fue capaz de
decir ni hacer nada para retenerlo. Algo en su interior le decía que era mejor
así.
Cuando la puerta se cerró
tras Vegeta, la joven científica exhaló con fuerza por la boca, aún recostada
sobre el suelo, y miró a su alrededor. La sala estaba hecha un completo
desastre y a ella le hormigueaba cada poro de su piel solo con evocar el tacto
de Vegeta; pero tenía que rendirse a la evidencia. Probablemente, reflexionó,
aquello no se repetiría. Había sido un momento de tensión, que había estallado
entre los dos y, bueno, había cristalizado como un polvo desesperado. Ambos,
por azares de la vida, se sentían muy solos. Quizá era lo que tenía que ser:
dos adultos buscando el calor de otra criatura, aunque solo fuera por una vez
en sus vidas.
Mientras se levantaba y
se vestía para volver a trabajar, Bulma trató de dejar de pensar en Vegeta.
Cuando volviera a verlo, debería tener la mente clara y no volver a caer en
aquella tentación. «Muy probablemente», pensó con ironía y, a la vez, con una
punzada de dolor en el alma, «a él ni se le cruza por la cabeza volver a
humillarse con una mortal».
Pero poco podía imaginar
la joven heredera de Capsule Corp. lo cerca que estaba de errar en su
suposición.
(Historia ambientada
en Dragon Ball Z entre las sagas Pre-Androides y Androides)
Idea original:
RedVioletti ©
Imagen: RedVioletti
© & Paula de Vera ©
Adaptación a texto:
Paula de Vera©
© Paula de Vera García
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