Creo que estoy muerta. Lo último
que recuerdo es el chisporroteo de las llamas, cortinas convertidas en ceniza, lámparas
que caen al suelo estrepitosamente, esqueletos de butacas, gritos, gritos, y gritos.
Hasta hace unos instantes yo era
joven, guapa, con una maravillosa voz de soprano, y sentía que la última nota
se había ahogado en mi garganta, mientras en el piano continuaba sonando un do
sostenido, hasta que, de pronto, cesó la música.
Ahora estoy tiznada y
recelosa haciendo una fila frente a una mesa con un gran cartel en el que está
escrito: «Reencarnaciones» en letra gótica y de color malva, mi color preferido.
Veo salir a seis cucarachas. Pregunto a los de mi alrededor. No saben. No
contestan.
Un grupo de pulgas aparecen
por la puerta. Una docena de cigarras esperan la orden de salida. Me preocupa que
Kafka esté al frente de este departamento. Me preocupa que me conviertan en una
hormiga. Y no es que no me gusten, las tengo en gran estima por lo bien que
programan su trabajo, por cómo se comunican entre ellas y por la gran capacidad
de resolver problemas complejos, pero no… Me preocupa porque ser una hormiga
conlleva grandes peligros, puedo quedar aplastada por el zapato de un
desaprensivo, caer en la boca de un snob en un restaurante de lujo o ahogarme
en una inundación.
No me seduce la idea de
volver a morir tan pronto, quiero llegar a vieja, a estar rodeada de nietos. Ruego
en voz alta: ¡Dadme el placer de una larga vida! ¡No es mucho pedir!, exclamo
sin ninguna convicción de ser escuchada.
Al que estaba delante de mí
le han convertido en una avispa con un formidable aguijón venenoso. Está feliz,
cree que le ayudará a sobrevivir. No tengo tiempo de hablar con él. Me llaman,
me toca el turno.
Sobre la mesa colocados de
mayor a menor hay un escarabajo, una mariposa, una mosca, un mosquito, una
chinche. Y lo único que se me ocurrió decirle con voz entrecortada, emoción
contenida, y ojos llorosos a aquel ser lleno de bondad que me miraba
complaciente, desde su asiento, era que me devolviese a la tierra tal como había
sido: una mujer.
‒¿Por qué, hija mía?
‒Pues, mire usted, siempre he
anhelado ser una empollona, una erudita, una especialista de… los insectos.
© Marieta Alonso Más
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