Sale temprano de casa, bien abrigada, con un anorak
afelpado y una bufanda a juego con el gorro de lana, que lleva calado hasta las
cejas. Solo enseñaba sus ojos, como si fuese una musulmana con el burka. Lleva
de la mano un niño de unos dos años, tan abrigado como ella. Dos manzanas más
abajo, se detiene y entra por una pequeña puerta adornada con dibujos
infantiles. Da un beso al niño y lo deja en manos de una chica muy joven. El
pequeño llora y patalea, pero ella vuelve a la calle corriendo, tiene prisa por
coger el autobús. Lo coge de milagro y se abre paso entre empellones, está
lleno, es hora punta. Viaja durante tres cuartos de hora apretada y de pie
hacia el centro de la ciudad. Entra en un edificio enorme de oficinas y se
dirige a la compañía de seguros en la que trabaja.
Lleva dos horas trabajando, tiene sueño, su hijo no la ha
dejado dormir bien y le cuesta, incluso, poner en orden sus papeles. Entre
póliza y póliza suena el teléfono, es de la guardería: el niño tiene fiebre y ha
de ir a buscarlo. No sabe qué hacer, el jefe le pondrá cara de perro. Llamar a
su marido es impensable (los niños son de las madres), no tiene a quién
recurrir. Se arma de valor y pide al jefe un día de «asuntos propios» el jefe
la mira incrédulo, hace tiempo que los ha agotado todos. Sus compañeros la
miran con ironía, las compañeras con comprensión, una de ellas se levanta y le
dice:
─Tienes mala cara,
te acompaño al médico.
No le gusta mentir
siempre ha sido sincera, es su forma de ser, pero hoy finge sentirse mal. El
médico, varón y cascarrabias, le dice que no le pasa nada, que la palidez y el
mareo se le pasará con un poco de aire fresco.
─Eso –dice la compañera─ necesitas aire fresco, saldremos
a almorzar fuera.
Ve el cielo abierto, coge un taxi y se va a la guardería a
buscar al niño. Le da un Paracetamol y lo deja con una vecina. Vuelve al
trabajo y termina la jornada con gran preocupación. Al llegar a casa, encuentra
a su marido y al niño viendo la televisión. Al fin, se relaja. Su hijo está
mejor. Ha sido un día heroico, cotidiano. Está acostumbrada.
© Socorro González-
Sepúlveda
No hay comentarios:
Publicar un comentario