Si yo
hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, vengo a ser como metal
que resuena, o címbalo que retiñe.
Y si tuviese el don de profetizar, y entendiese todos los misterios y toda
ciencia, y si tuviese toda la fe, como para mover montañas, y no
tengo amor, nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y
si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente y bondadoso; el amor no tiene envidia, el amor
no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca sus propios intereses, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca falla; las profecías se acabarán, y
cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; más cuando venga lo perfecto, entonces lo que es incompleto acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba
como niño; más cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño.
Ahora vemos imágenes borrosas por un espejo; más entonces veremos cara a
cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré con exactitud.
Sin embargo, quedarán la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero
el mayor de ellos es el amor.
1
Corintios 13,4-7
Se trata de una carta escrita por Pablo
de Tarso, el «Apóstol de los gentiles» a la comunidad cristiana de Corinto,
desde Éfeso, sobre el año 54 d.C.
Es uno de los capítulos más
populares de la biblia a causa del ardiente alegato que hace del amor como
fuerza fundamental del cristianismo. Lectura de referencia en la celebración
del matrimonio cristiano.
Pablo nació entre el año 5 y el año 10 en Tarso, actual Turquía,
por entonces capital de la provincia romana de Cilicia, en la costa sur del
Asia Menor.
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