Au début des temps
Quand Eve eut son premier
enfant, elle pensa que c’était le bon moment pour faire savoir à son mari
qu-elle avait sa place dans le nouveau foyer. Dans ces circonstances, elle
devait se mettre au travail, ne pas être fainéante, ne pas regarder, depuis le
fauteuil, le paradis au loin, lui dit-elle compatissante. Et Adam ne se rendait
pas compte qu’il fallait faire de la nécessité une vertu. Il passait la journée
à mettre de l’ordre dans ses idées, il regrettait de ne pas avoir accompli le
mandat de fidélité et d’obéissance, et bien sûr, il aurait préféré ne pas avoir
atteint la connaissance du bien et du mal. Il se fit la promesse de ne plus
jamais manger de pommes. Il lui semblait que tout son avenir se déroulait
soudainement devant lui.
Mais le serpent ne cessa pas d’importuner. Son fils ainé se consacra à
l’agriculture: c’était un jeune homme
fort et bien nourri qui naquit pour être sauvage et tua son frère par jalousie.
Le second s’occupait des brebis, un saint, qui offrit à Dieu le plus choisi de
son troupeau par générosité et non pas par devoir. Après sa mort, naquit le
troisième. Et c’est ainsi que s’écoulait
leur existence.
Après leur expulsion du Paradis, l’horloge de la vie d’Adam s’en alla trop
loin, en un clin d’œil il atteignit neuf cent trente ans. Et en parcourant son
infini vide, il vit au loin la forme diminuée d’un homme bon, qu’il pria de
l’éloigner des tentations pour qu’il ne lui arrive jamais rien de mal.
Et il sut que tout irait bien. Parce que si le mal ne reculait pas dans
l’effort, le bien non plus.
Traducida por:
María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia. Con 21 años se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente muy orgullosa.
Un millón de gracias María.
En el principio de los
tiempos
Cuando Eva tuvo su primer
hijo pensó que era el momento adecuado para hacerle saber a su marido cuál era
el sitio que ocupaba en el nuevo hogar. Dadas las circunstancias tenía que
ponerse a trabajar, nada de zanganear, ni de estar sentado viendo a lo lejos el
paraíso, le dijo compasiva. Y es que Adán no se daba cuenta que había que hacer
de la necesidad, virtud. Se pasaba el día ordenando sus pensamientos, le
pesaba no haber cumplido con el mandato de fidelidad y obediencia, y por
supuesto, hubiese preferido no haber llegado al conocimiento del bien y del mal.
Se prometió no volver a comer manzanas, nunca más. Parecía que todo su
futuro se desplegaba súbitamente ante él.
Pero la serpiente no dejó de importunar.
El primogénito se dedicó a la agricultura, era un joven fuerte y bien nutrido que
nació para ser salvaje y asesinó a su hermano por pura envidia. El segundo pastoreaba
ovejas, un santo, que ofreció a Dios lo más selecto de su rebaño por
generosidad y no por obligación. Tras su muerte tuvieron al tercero. Y así fue
transcurriendo la existencia.
Después de la expulsión del
Edén, el reloj de la vida de Adán se desbocó, en un santiamén llegó a los novecientos
treinta años. Y recorriendo su interminable vacío, vio a lo lejos la
menguada figura de un hombre bueno, al que le rogó que lo alejara de las
tentaciones para que jamás le sucediera nada malo.
Y supo que todo iría bien.
Porque si el mal no cejaba en el empeño, el bien tampoco.
© Marieta Alonso Más
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