Me llamo María Luisa y llevo
cuarenta años ejerciendo mi profesión: kiosquera. Conozco a todos los vecinos
del barrio. Y al turista que se atreve a preguntarme una dirección lo convierto
en amigo, tanto que recibo tarjetas de todos los rincones del mundo. Mi oficio
lo heredé de mi padre, así como la garita desde donde observo todo lo que pasa
a mi alrededor. Temo la llegada de la jubilación. ¿Qué será de mí?
Hoy he tenido una genial idea
para cuando llegue ese momento: Iré todos los días a la plaza y me sentaré en
el banco al lado del kiosco, enfrente de Eutiquio. Todos los días viene con una
telera de pan dentro de una bolsa y da de comer a sus queridas palomas. Y
discute con Casilda para que se vaya a otro banco, que no moleste, que a quién
se le ocurre llevar una escudilla con leche para los gatos. ¿Es que no ve que
espantan a las palomas?
Saludaré a don Eusebio que
cada día me compra el periódico y no se deja línea por leer. Y a Manuela, mi querida
barrendera, a ver si por fin toma la decisión de abandonar al borracho de su
marido.
¡Maldita mosca que no para de
posarse en mi nariz! Lástima de no tener un matamoscas a mano. Se iba a
enterar.
También estaré atenta a los
imprevistos. Como la vez aquella, una tarde realmente calurosa de agosto, ‒el
termómetro de la parada de autobuses marcaba 50ºC a la sombra‒, en que una
pareja de sordos ‒debían serlo por lo alto que hablaban‒ se declaraban su amor.
Cuando se pusieron de acuerdo en que cada uno quería más que el otro, a él se
le ocurrió pedirle un beso y ella que no. Él que sí. Ella con la cabeza
reiteraba su negativa y él afirmaba con la suya. Todos mirábamos atentos a ver
qué iba a pasar y cuando ¡por fin!, se dieron un beso, que casi se desmayan por
la falta de aire, y ella le dejó que tocara por aquí y por allá, la plaza
entera aplaudió.
‒María Luisa, ¿de qué se ríe?
Si solo le he pedido una botella de agua.
Era el pequeño de la señora
Rocío que lo único que ha hecho en su vida ha sido criar hijos y ahora nietos.
‒Perdona, quillo. Estaba
soñando despierta.
© Marieta Alonso Más
Buenísimo, amiga!
ResponderEliminarMe siento feliz cuando lo que escribo gusta. Un abrazo
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