Las virtudes cardinales, pintura de Rafael Sanzio Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano. |
Aunque no vivió
completamente según este boceto de vida y, admitía que incumplió sus preceptos
muchas veces, creía que intentarlo lo hizo una mejor persona y contribuyó
enormemente a su éxito y felicidad. No trabajaba en todas ellas al mismo
tiempo. Más bien, en una y solo una cada semana, «dejando todas las demás a su
suerte ordinaria».
Templanza: no comas
hasta el hastío; nunca bebas hasta la exaltación.
Silencio: habla solo
lo que pueda beneficiar a otros o a ti mismo; evita las conversaciones
insignificantes.
Orden: que todas tus
cosas tengan su sitio; que todos tus asuntos tengan su momento.
Determinación:
resuélvete a realizar lo que deberías hacer; realiza sin fallas lo que
resolviste.
Frugalidad: gasta solo
en lo que traiga un bien para otros o para ti. No desperdicies nada.
Diligencia: no pierdas
tiempo; ocúpate siempre en algo útil; corta todas las acciones innecesarias.
Sinceridad: no uses
engaños que puedan lastimar, piensa inocente y justamente, y, si hablas, habla
en concordancia.
Justicia: no lastimes
a nadie con injurias u omitiendo entregar los beneficios que son tu deber.
Moderación: evita los
extremos; abstente de injurias por resentimiento tanto como creas que las
merecen.
Limpieza: no toleres
la falta de limpieza en el cuerpo, vestido o habitación.
Tranquilidad: no te
molestes por nimiedades o por accidentes comunes o inevitables.
Castidad: frecuenta
raramente el placer sexual; solo hazlo por salud o descendencia, nunca por
hastío, debilidad o para injuriar la paz o reputación propia o de otra persona.
Humildad: imita
a Jesús y a Sócrates.
Habrá
que intentarlo
Cumpliendo este código, seríamos perfectos.
ResponderEliminarTienes toda la razón, Blanca. Un abrazo
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