El Sol y la Tierra se
confabulan en el universo alcanzando en el solsticio de verano su inclinación
máxima.
Y nosotros y nosotras recorremos
las distancias necesarias para alejarnos de la rutina de los días laborables.
Ya sea al calor en las dunas
de arena de una playa salvaje, o al frescor de las laderas asentadas en la
vetusta sierra.
Lejos, abandonamos
edificios, apartamentos, ciudades...
¡Nuestros hogares!
Las oficinas y los
espacios de trabajo.
Nos seducen las
imágenes de países lejanos, lugares exóticos con cascadas verde azuladas que
manan de lo alto de las montañas.
Monumentos históricos
en villas escondidas del abrumador pasó del tiempo.
Mares turquesas,
palmeras e ínsulas emergiendo de los cinco océanos del planeta.
Comidas ligeras,
reuniones familiares, terracitas veraniegas.
Se abandona las capas
de ropa de los días de abrigo.
¡Uno se siente más
ligero y libre sin tanto vestuario!
Las noches se hacen
definitivamente misteriosas.
Y la luna a veces nos
saluda bajo un manto de estrellas.
Por un momento, por un
instante, por un segundo olvidamos nuestros quehaceres.
Todo fluye, se diluye en la ternura de una suave
caricia, en la espuma de una jarra de cerveza tostada, en la hamaca colorida de
una siesta tranquila, o en las burbujas de un refresco helado.
Nuestro cuerpo se
revoluciona, senderismo en las calzadas de los caminos, alturas inverosímiles
en las cimas, deportes náuticos en las mareas, submarinismo en los abismos de
los piélagos, baile al son de las músicas tropicales.
Adiós, adiós, no sé si volveré a los días perdidos. A esos días sin color ni sonrisa. Sin relax ni algarabía. Sin encuentros ni latidos, sin mimos y con tantas prisas.
Vivir, reír, escribir
mil poemas que hablen de ti.
Cambiar el escenario y
la dermis.
Andar descalzo como
los gatos.
Nadar mar abierto sorteando los plateados. ¡Sí, sí, sí, sí!
¡Quiero recordarte
verano y no perder nunca tu inspiradora esencia!
© Sol Cerrato Rubio
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