La costumbre de preparar
platos y dulces típicos para cada ocasión es una ley no escrita que se llevaba
a rajatabla en mi familia y en muchos otros hogares. Comíamos y seguimos con la
costumbre de comer las ricas torrijas en Semana Santa, el roscón para el día de
Reyes, los huesos de santo en la festividad de Todos los Santos. Son
tradiciones que endulzan nuestras fiestas.
He de reconocer que a mí los
huesos de santos me empalagan un poco, que me gustan más los buñuelos, pero no
creáis que por eso dejo de comerlos. Su forma de hueso pequeño con su tuétano da
nombre a este dulce elaborado con pasta de almendra, y normalmente relleno de
yema, aunque también podemos encontrarlos rellenos de trufa, coco, chocolate, frambuesa…
Ingredientes
Para el mazapán:
200 gramos de almendra molida
150 gramos de azúcar
80 mililitros de agua
ralladura de limón
azúcar glas
Para el dulce de yema:
4 yemas de huevo
100 gramos de azúcar
50 mililitros de agua
Cuando era niña mi abuela alardeaba
de tenerme como pinche de cocina. Lo primero era hacer el mazapán, para ello
llevaba a ebullición el azúcar y el agua, y cuando el almíbar empezaba a
hervir, añadía la almendra molida y la ralladura de limón. Luego removía bien hasta
integrarlo todo. Una vez que estaba fría la mezcla la amasaba y hacía una
especie de bola con el mazapán. Y la dejaba una hora y media más o menos para
que reposara y enfriase.
Mientras tanto se dedicaba al
relleno. Hacía el almíbar a fuego lento, le añadía las yemas batidas y continuaba
meneando la mezcla hasta que espesaba, y la dejaba enfriar.
Me pedía ayuda para estirar
el mazapán con un rodillo hasta tener unos cuatro milímetros de grosor. Yo no
sabía lo que eran cuatro milímetros, pero ella estaba al tanto y me decía:
¡Basta! Y yo levantaba el rodillo. Entonces dividía la masa en tiras
rectangulares para después cortarla en cuadrados de unos cinco centímetros de
lado. Mi abuela se ayudaba con un lápiz para que la forma de canutillo hueco le
quedara perfecta. Y los dejaba secar.
Con la ayuda de una manga
pastelera me enseñó a rellenar los rollitos con el dulce de yema, y le daba el
toque final espolvoreándolos con azúcar glas. El momento cumbre era cuando me
dejaba meter el dedo en la manga para saborear los restos.
No sé si me he olvidado algún
paso, o algún ingrediente. No los he vuelto a hacer. Ahora voy a la pastelería
de la esquina a comprarlos.
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