Aquella mañana, el Bosque de Benwick lucía frondoso y brillante como nunca, bajo un sol casi primaveral que lucía en un cielo despejado de nubes. Ban aspiró con deleite mientras salía del Gran Árbol, su hogar, y se encaminaba hacia el interior de la foresta. Si tenía que ser sincero, ni en sus mejores sueños hubiera imaginado tener una vida semejante. Una mujer maravillosa, un hijo precioso y un reino a sus pies… Aunque sin demasiados humanos, claro.
Ante aquel pensamiento, el hombretón
rio para sí y sacudió la cabeza. A pesar de todo y por muchos años que pasaran,
Ban tenía que admitir que seguía manteniendo su máxima respecto a sus
relaciones con otras criaturas: con los humanos, para bien o para mal, no se
terminaba de entender. Aun así no se había podido negar cuando, hacía escasos
meses y tras reunirse con Meliodas en su nuevo hogar, este había insistido en
poder tener buenas relaciones entre sus respectivos reinos. Lo que incluía, por
otro lado, permitir a los humanos entrar a Benwick para comerciar. Sólo tras la
amorosa insistencia de Elaine, el rey de aquel universo mestizo había decidido
claudicar por fin.
Quizá por ello, Ban no debió
sorprenderse en absoluto cuando su vista atisbó un carro rodeado de jarana,
situado a unos metros hacia el norte de su camino. Sin prisa, el rey se
aproximó caminando despacio hacia allí; aunque debió suponer que toda actividad
cesaría de golpe como lo hizo al hacer su aparición en el pequeño claro.
―¡Majestad! ―exclamó un hada.
―¡Rey Ban! ―se exaltó otra―. ¿Qué
hacéis aquí? ¡Qué honor!
El aludido sonrió, educado apenas
por costumbre ante aquellos alardes, pero sin perder de vista al incrédulo
comerciante parapetado junto a la enorme carreta atestada de trastos.
―Rey… ¿Ban? ―musitó este, en un tono
tan bajo que este creyó casi que no lo había oído bien.
Sin embargo, ante la pregunta el
humano más alto reprimió una sonrisa sardónica; se adelantó un par de pasos y
saludó al vendedor con una inclinación de cabeza.
―Saludos, comerciante. Precioso día
¿verdad?
El otro humano, de talla casi
ridícula en comparación, lo observó boqueando durante varios segundos que se
hicieron eternos, como si no supiera qué responder de buenas a primeras.
―Ah, eh… ¡Sí, claro! ―reaccionó al
final, llevándose la mano de inmediato al sombrero a modo de saludo, mientras
sonreía con aire avergonzado―. Buenos días, majestad. Es un honor tenerle por
aquí.
Ban contuvo el impulso de poner los
ojos en blanco. Tras su reciente nombramiento como monarca, todavía no había
conseguido liberarse de la incomodidad que le provocaba que intentaran
adularlo, fuera en el contexto que fuese; sin embargo, tras contar hasta cinco
en su mente, el rey se limitó a mostrar media sonrisa que pretendía ser
conciliadora y se acercó un paso más, las manos en los bolsillos y en actitud
indolente.
―No puedo quedarme mucho, vendedor
―aseguró Ban, sin alzar la voz, pero en un tono algo más amistoso―. Sólo venía
a ver si tenías mercancía apropiada para un crío de apenas un año.
El comerciante le dirigió una
rapidísima mirada intrigada, aunque no escapó a la aguda percepción del
monarca. No obstante, este se limitó a mantener el gesto afable todo lo posible
mientras el comerciante terminaba de entender lo que le estaba pidiendo.
―Oh, bueno… ¡Sí, supongo que tengo
algo por aquí! ¿En qué estábais pensando?
Ban resopló para sí, meditando.
Buscaba un regalo para Lancelot y la idea había surgido casi sin pensar; pero,
en honor a la verdad, no estaba seguro de qué podía regalar a su bebé que
procediese del materialismo humano. Aun así, no debió sorprenderse cuando su
parte más mortal tomó el control de su lengua y respondió:
―Pues, no lo sé, te lo confieso.
Sólo quería llevarle de vuelta algún muñeco o un juguete divertido a mi hijo.
―Cuando el rostro del comerciante se desencajó a causa de la comprensión, Ban
se excusó con una sonrisa de genuina ignorancia―. Lo siento, no soy ningún
experto aún en estos lares…
Sin embargo, tras escuchar aquello
fue como si todo recelo del comerciante desapareciese por ensalmo. Al
contrario, los ojos le brillaron de una manera curiosa antes de exclamar:
―¡Oh, por supuesto! ¡Por favor,
déjeme ayudarle entonces! ―Acto seguido y sin dar tiempo al monarca humano a
hacer o decir nada, el vendedor se giró de nuevo hacia el carromato y metió
casi medio cuerpo dentro por el costado, mientras no paraba de rebuscar. Al
cabo de varios minutos de arrojar objetos a su espalda, el hombrecillo soltó un
pequeño grito de triunfo y sacó la cabeza del carromato, luciendo una amplia
sonrisa y sosteniendo un bulto de tela en las manos―. ¡Ajá, aquí lo tengo!
Para sorpresa mayor del otro humano
presente y ante la atención morbosa de las hadas que se arremolinaban alrededor
de ambos, el vendedor le tendió entonces el blando muñeco al rey de Benwick.
Este lo evaluó con curiosidad: no tenía nada de especial, en realidad. Los ojos
de pequeños botones cosidos en un rostro redondo y abultado de paja. El cuerpo
estaba hecho de diferentes retales, desde el cuello hasta las extremidades. Sin
embargo, su redondez y blandura lo hacían parecer bastante más adorable de lo
que se intuía a primera vista. Quizá por eso, Ban no tardó en tomar una
decisión.
―Está bien, me lo llevo ―aceptó. El
comerciante asintió―. ¿Cuánto pides por él?
―¡Oh! ―pareció sorprenderse este―.
Por favor, majestad. No me debéis nada, de verdad…
Ban frunció el ceño sin acritud,
antes de sacudir la cabeza.
―Por favor. No quiero tratos
privilegiados, comerciante. Aquí no somos así. ―Al ver que el aludido todavía
dudaba, Ban suspiró y se miró en los bolsillos. Aún guardaba algo de dinero de
su época en Liones por si acaso necesitaba salir del Bosque o enviar a un
recadero al mundo de los mortales, pero hacía casi dos años que no pagaba nada
en metálico. Sólo por esa vez...―. Toma, aquí tienes ―indicó, lanzando al
vendedor dos monedas de plata―. Espero que sea suficiente.
―Mi señor…
Ban contuvo su diversión a duras
penas. Fuera como fuese, no esperaba regatear y así lo demostró dándose la
vuelta y dirigiéndose de nuevo hacia el Bosque. De humano a humano y a pesar de
la diferencia de circunstancias, Ban sabía lo que podía costar ganarse el
jornal diario en su antiguo mundo.
―¡Muchas gracias! ―se despidió
entonces, dejando al pasmado comerciante en medio del claro, pero sintiendo que
había hecho lo correcto. No obstante, también aprovechó a añadir con alegría―.
Ah, y… ¡Bienvenido a Benwick, mercader!
***
―¡Vamos, Lance! ¡Venga, que tú
puedes!
Ante la enésima expresión de ánimo
de Jericho de aquella mañana, Lancelot contrajo el rostro en una mueca
concentrada al tiempo que volvía a levantar el pequeño pie y posaba la planta
con tiento sobre la hierba.
―¡Muy bien, cielo! ―lo felicitó
Elaine, sin perder la paciencia―. Vamos, ahora la otra.
Lance apretó el gesto, pero hizo el
esfuerzo para alzar su peso sobre la pierna contraria, mientras su madre tiraba
apenas de sus manitas hacia arriba y lo ayudaba sin violencia a mantener el equilibrio.
―¡Eso es! Ahora, ven con la tía
Jericho ―lo llamó su madrina, acuclillada a apenas dos metros de distancia,
abriendo las manos―. ¡Venga!
El niño la observó con algo que
parecía cautela, antes de animarse por fin y tratar de dar un paso hacia delante.
Con el primero no tuvo problema, tampoco con el segundo; sin embargo, al
tercero, Lancelot trastabilló sin quererlo y volvió a caer de rodillas sobre el
blando suelo. Dado que su madre todavía lo sostenía por las diminutas muñecas,
el golpe no fue nada aparatoso. No obstante, unas pequeñas lágrimas de rabieta
asomaron de inmediato al rostro del pequeño, con lo que las dos mujeres
presentes se apresuraron a correr a acunarlo entre sus brazos.
―Lance. Vamos, mi amor. Ya está
―susurró Elaine―. Lo estás haciendo muy bien…
―Sí. Venga, que ¡ya vas dando más
pasos! ―intentó consolarlo Jericho.
Sin embargo, durante varios minutos no pareció haber manera humana o feérica de
hacer que el pequeño dejara de hacer pucheros. Menos aún cuando lo invitaron
dulcemente a que lo volviese a intentar; de hecho, en esa ocasión Lancelot se
revolvió como pocas veces en su vida y hasta llegó a patalear en brazos de su
madre, sin atender a más razones que su propia cabezonería para no seguir
intentándolo. Elaine suspiró y cruzó una mirada con Jericho que demostraba
cierta impaciencia. Sin embargo, antes de que la humana pudiese decir nada, se
escuchó una voz jovial en la puerta que alivió los ánimos de todos los
presentes en un segundo.
―¡Hola! ¡Ya estoy de vuelta!
Historia inspirada en Ban & Elaine, personajes de
“Nanatsu No Taizai”
Imagen: Ban y Elaine, de gissy-kawaii
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¡OPD! 2 añoz después me encuentro con esta jollitaaaa, quedó precioso el one shot,¡me encanta cómo escribes!, espero que haya un segundo capítulo, y en caso lo haya, por favor avisarme por los comentarios :)).Otra petición más, por favor nunca dejes de escribir, es un arte y un don que posees que no cualquiera lo tiene, no dejes es pulirlo :D❤️
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