Era una librería vieja,
revieja, como yo ahora, donde las obras que no estaban en las estanterías se
amontonaban en las esquinas. Siempre olía a jazmines. Me entretenía en buscar
el búcaro, que nunca estaba en su sitio, y las encontraba agonizantes como si
hubiesen pasado toda la noche leyendo y el cansancio las dejara mustias.
Su propietario, Paco el de Euqueria,
era un joven alto, delgado, con gafas redondas con las que intentaba tapar sus
grandes ojos azules. Un intelectual, decían en el barrio. Yo era un niño que
ante los humanos me sentía violento, me atragantaba cuando me rodeaban más de
tres personas, daba igual que fueran adultos como niños. Con él me sentía a mis
anchas porque me recomendaba libros que leía con avaricia, sentado sobre una torre
de tomos contrapuestos.
Mi primera lectura fue «El
principito». Paco me dijo que su autor, un tal Antoine, había nacido un 29 de
junio, como nosotros dos. Me prometí leerlo cada año en ese día, promesa que
cumplí a rajatabla. ¡Y eso que ya tengo noventa años!
El librero se echó una novia
en invierno, Laura, era preciosa. Fui el primero en conocerla y lo celebré
leyendo «Corazón». Se casó el otoño siguiente mientras descubría las aventuras
de «Sandokan».
Al nacer su primer hijo, ¡cuánto
alboroto!, me encontraba inmerso en «La vuelta al mundo en 80 días». Gracias a
él en mi juventud leí todos «Los episodios nacionales» y me enamoré de Galdós,
perdón, de la forma de escribir de ese gran escritor.
La muerte de Paco, por un
maldito accidente, me pilló con «Los miserables». Cruzaba la calle cuando le arrolló
un coche. Como yo no tenía oficio ni beneficio, y Laura, su mujer, quedó con
cuatro hijos pequeños, me pidió que regentara el negocio.
Así fue como obtuve mi primer
empleo. Imagino que mi edad o Paco desde arriba me ayudaron a vencer la
timidez. Con los adultos seguí siendo algo borde, en cambio, con los niños me llevaba
muy bien. Eran ellos los que tiraban de sus madres para entrar en la librería. Pedían
que les recomendara cuentos y novelas y les hablara de personajes literarios que
les hiciesen soñar.
En memoria de aquel librero
que tanto bien me hizo ponía jazmines en el escaparate, y regalaba el día de nuestro
cumpleaños «El principito» al primer niño que entrara por la puerta.
Hoy, al cabo de los años, el
mayor de los hijos de Paco sigue la tradición.
© Marieta Alonso Más
Que maravilla de cuento. Lo disfrute!
ResponderEliminarMe alegra muchísimo que le haya gustado.
EliminarUn cuento precioso, querida amiga. Besitos mil.
ResponderEliminarMuchas gracias Blanca. Me alegra que te haya gustado.
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