El nombre «Ribera Sagrada» se debe a la cantidad de cenobios y ermitas
románicas que eligieron este impresionante lugar de la cuenca del río Sil para
sus oraciones solitarias. La belleza y magnitud de sus cañones hacen de ellos
los mares interiores de Galicia.
Los peregrinos en época
invernal para evitar la dura ascensión por las cumbres nevadas de O Cebreiro,
optaban por una ruta ya descubierta por los romanos. Las raíces de este Camino
de Invierno se remontan a una vía romana que unía la explotación aurífera de
Las Médulas, con la Vía XVIII del Itinerario Antonino. Seguía por la rica
cuenca aurífera del Sil, por el sur lucense, y el túnel romano de Montefurado.
Se continuaba hacia la planicie de Lemos y Chantada salvando el cauce de los
ríos Lor, Cabe y Miño por puentes romanos, como el conservado en Barxa de Lor.
Aunque lo habitual era cruzar en barcas.
Desde allí hacia la sierra de
O Faro, en cuya ermita se podían invocar los favores de Nuestra Señora para
llegar a Santiago, tras cruzar las tierras del Deza, uniéndose en Lalín al
Camino del Sudeste.
La presencia de los
templarios en el castillo berciano de Cornatel, y los sanjuanistas, en
Novaes, Quiroga dan fe de la importancia de este camino en
el medievo. También fue esencial la villa de Monforte de Lemos que desarrolló
un importantísimo patrimonio histórico artístico ligado al linaje de los
Castro, condes de Lemos. En el recinto amurallado de San Vicente do Pino,
además del monasterio, se sitúa el palacio condal, y la torre del
homenaje, donde se ubica un parador nacional de turismo desde 2000.
No menos grandioso es el Colegio del Cardenal -el Escorial gallego-, donde
se guardan pinturas de la talla del Greco, y el convento de las Clarisas,
con uno de los más importantes museos sacros de España.
El Camino de Invierno no deja indiferente.
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