Qué profunda emoción
recordar el ayer
cuando todo en Venecia
me hablaba
de amor… Charles
Aznavour
¡Me gusta Venecia!
En la época de los
festivales, en la época de las grandes muestras de cine y exposiciones de arte,
en el carnaval veneciano. A finales de otoño, principio de invierno, esa
Venecia con poco turismo donde se pueden escuchar voces, pasos, el cantar de
las aves. En el interior de la ciudad no hay tráfico rodado.
El agua es su mayor hechizo, cuando
la lluvia y la bruma que empapa sus calles produce el milagro de que todos los
puentes, cuatrocientos cincuenta y cinco, sean puente de los suspiros, los
palacios, canales, la luz, el color, ese archipiélago de ciento dieciocho
pequeñas islas.
Sentarse en los cafés, disfrutar
de sus músicos. Es difícil no ponerse romántico y salir a bailar en la plaza de
san Marcos, esa que Napoleón llamó: «El salón más bello de Europa», la única de
Venecia que alcanza la categoría de Piazza, y que se inunda en primavera y otoño
con la llamada acqua alta. Dar vueltas y vueltas a los pies de la increíble
Basílica, contemplar el Campanille, el Palacio Ducal, la Torre dell’Orologio…
Sentarse a solas en la Basílica
de Santa María Gloriosa dei Frari a contemplar La Asunción de Tiziano. La
iglesia de la Madonna dell’Orto donde se encuentra enterrado Tintoretto. La
Basílica de Santa María della Salute, obra maestra del barroco veneciano… En
Venecia nació Antonio Vivaldi, falleció Richard Wagner, los restos del compositor
Ígor Stravinski descansan en el cementerio de San Michele.
La ciudad goza de un amplio
patrimonio artístico y de un largo historial de pintores, arquitectos, artistas
que con su presencia hicieron suya esta preciosa ciudad. Hasta su deterioro
forma parte de su encanto y sin darnos cuenta formamos parte de ese fuerte
viento que sopla desde la laguna.
Pasear por su centro
histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad, adentrarnos en esa ciudad fundada
en el siglo V, en toda esa belleza surgida de la actividad comercial con los
reinos de China e India, nos hace meditar que quizás, la riqueza no solo genera
materialismo puro, que puede que al oro también le guste la cultura y sea
fuente de inspiración.
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