La niña de unos siete años
encogida en una esquina, horrorizada por la violencia y por el brillo del filo
del cuchillo que levantaba la pareja de su madre, no podía emitir sonido.
Primero oyó la pelea entre ellos, cosa común, luego un puñetazo que hizo caer a
su madre, cuando levantó la vista fue cuando la vio.
−Os voy a matar a las dos –y
movía la cabeza como si le apretase el cuello de la camisa.
Su madre impertérrita la
miraba, sabía que le estaba diciendo que huyera, pero para poder huir tenía que
pasar por el lado de ese hombre. Entonces vio cómo mamá posaba la mirada en la
mesa donde un mortero de piedra se ofrecía como arma letal.
Desde entonces, cada mañana
madre e hija despiertan no con aquel sueño aterrador de antaño, si no con la
imagen de un paisaje luminoso, el crujir de un columpio, el sabor de una
limonada y la sensación, de haber dormido a pierna suelta.
© Marieta Alonso Más
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