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sábado, 3 de febrero de 2024

Amantes de mis cuentos: Caracoles

 




 Un hombre cincuentón comenzó a sentirse mal. No sabía qué le sucedía pues siempre había tenido una salud de hierro. Los mejores médicos le atendieron sin poder hacer nada por él. La vida se le escapaba. En el certificado de defunción se puso «Infarto». El mismo día de su entierro, su mujer comenzó a sentirse mal y se reunió con su marido tres días más tarde. Nadie se explicaba esas muertes tan repentinas y sin causa aparente.

A un sobrino, aficionado al ocultismo, se le ocurrió consultar con una espiritista. La santera, una mujer grande y gorda, le preguntó lo que quería saber:

—¿Qué fue lo que llevó a mis tíos a la tumba?

La mujer pasó un buen rato moviendo caracoles, consultando cartas, caminó despacio por las cuatro paredes de aquella habitación y en un punto determinado le entraron unas convulsiones que la hicieron caer al suelo. Poco a poco se fue apaciguando. En el rostro sudoroso apareció una media sonrisa y con voz ronca habló:

—Toma una guataca y te vas a casa de tus tíos. No entres en ella. De espaldas a la puerta de la casa camina por la calle de enfrente, a dos cuadras tuerce a la derecha, te encontrarás un parque solitario donde hay un grupo de palmeras y un banco. Quítalo y justo en el mismo centro de donde estaba el banco comienza a cavar. Lo que allí encuentres, no lo toques, quémalo de inmediato. Tapa el agujero y regresa a contarme lo que has visto.

Dicho y hecho el sobrino compró la azada e hizo el recorrido. Encontró una camisa con las iniciales de su tío. Dos muñecos de trapo que representaban a un hombre y a una mujer con alfileres estratégicamente colocados en la zona de la cabeza y el corazón, más una caja que no supo qué contenía. Lo quemó todo y regresó.

La espiritista rascándose la cabeza oyó en silencio el relato de lo acontecido mientras iba esparciendo cartas.

 —Tú sabías que tu tío tenía dos amantes.

 —Primeras noticias.

—No te estoy preguntando. Sé que las conoces y si no me equivoco estás pensando quedártelas en usufructo. Tus tíos la palmaron por cuenta de un «trabajo» hecho a conciencia. Y no por amor, ni orgullo herido, sino por dinero.

Al sobrino los ojos se le salían de las órbitas. La santera puso los caracoles sobre la mesa y los movió al descuido:

 —Carajo, qué es lo que veo.

 —¿Qué sucede?

 —Ahora todo tiene sentido. Tú eres el único heredero. Aléjate ya. En la caja había un pañuelo tuyo y una pócima para matrimonio. Estás en peligro.

 —¿Cuál de ellas lo hizo?

 —Están compinchadas.


© Marieta Alonso Más


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