Mi marido, como buen alemán, es un forofo del «Oktoberfest», y todos los años abandonamos nuestra cálida Málaga para adentrarnos en esa fiesta tan popular en Múnich. Lo conocí en un viaje de placer con mis amigas, aún recuerdo la emoción al comprobar que entre todas me había elegido a mí. Éramos jóvenes y cuando nuestras miradas se cruzaron sentimos algo que todavía perdura.
Él sostenía una jarra
de cerveza entre sus manos y esa imagen es la que sigo viendo al cabo de treinta
años. Creo que no pasará de este verano que pongamos en el salón un barril de
tan sabrosa bebida. Lleva tiempo intentando convencerme de lo práctico que
puede resultar ese adorno.
Es tal su orgullo
alemán que le sienta fatal que sean los checos los que más la consuman, y los
chinos quienes más la produzcan. Me cuenta una y otra vez, lleno de entusiasmo,
que un historiador alemán, Aventinus, escribió que la leyenda de Gambrinus está
basada en un rey germánico a quien los dioses habrían enseñado a elaborar
cerveza.
—No hagas caso a otras
versiones, confía en mí. Alemania es única.
Yo asiento, es bueno
mantener la paz del hogar, pero para mis adentros pienso que como Andalucía no
hay nada. Y eso que Theresienwiese, ese prado donde se celebra el Festival está
muy céntrico y muy cerca de la Estación Central. Además, reconozco que las
chicas vistiendo el atuendo típico de Baviera están muy favorecidas, aunque
claro al lado del traje de faralaes no tienen nada que hacer.
Los alemanes son muy
suyos, hasta el punto que la cerveza de este Festival tiene que ser fabricada
dentro de los límites de la ciudad de Múnich.
Menos mal que mi
hombre no le hace ascos a nuestro vinito dulce, ni a esa copa de jerez fino o
manzanilla mezclado con limonada, sí…, hablo del «Rebujito», ese que se cuela y
nos hace revivir sin darnos cuenta.
Durante el primer año
de casados llegamos a un acuerdo: todo lo de España y todo lo de Alemania es
bueno. Sin comparaciones. Y gracias a ese convenio disfruto a mares del
codillo, de las salchichas, del chucrut con tocino y cebollas picantes, del
Steckerlfisch plato donde se ensartan en unas finas cañas diferentes tipos de
pescados que me recuerdan a los espetos de mi querida Málaga. Mi adorado
alemán, en la Feria de Málaga se pone morado de boquerones fritos, berenjenas
con miel, ajoblanco, espetos de sardinas…, y antes de que se le ocurra decir
nada le miro, sonríe y comenta socarrón:
¡Qué ricos son los
Steckerlfisch de sardina!
© Marieta Alonso Más
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