La vida se compone de etapas. Si me preguntan
a mí, de preguntas incómodas. Cuestiones que te quieren hacer responder
a lo largo de tu vida y que, en ningún momento, quieres contestar pues
pertenecen a tu intimidad.
En mi caso, cuando aún era una niña me
preguntaban si seguía siéndolo. No entiendo esa malsana obsesión de saber si a
una chiquilla le ha llegado su primera menstruación. Cuando me convertí en adolescente,
las intrusiones versaban sobre si tenía pareja, que ya me diréis vosotros qué
le importa a una conocida de mi madre si una chica a la que ha visto dos veces
en su vida sale con alguien.
Tampoco me hizo gracia cuando la gente empezó
a interesarse por cuándo me casaba. Porque hay que casarse, claro. Que
ya no iba a ser una novia joven, menuda insolencia. Y cuando ya me convertí en
esposa (nadie me ha preguntado si soy feliz que, puestos a preguntar, me parece
una cuestión mucho más interesante) vino la pregunta actual y es,
efectivamente, si vamos a tener descendencia.
¿Habrá una pregunta más incómoda, más
maleducada y más insolente? Lo dudo. Porque la persona que pregunta no se ha
parado a pensar ni por un segundo en la maleta que carga esa pareja. Hay
muchas razones para no tener hijos, tantas como parejas y que alguien que no
conoce esa circunstancia quiera indagar me resulta, directamente, una falta de
humanidad y de educación aberrante.
En general, deberíamos de dejar de ser tan
osados con los demás. No es plato de buen gusto que lo único que le interese al
del frente sea tu útero, tu peso, cómo llevas el pelo, si estás muy pálida o
muy morena o si has envejecido.
Así que, si dudáis en hacer o no una pregunta
personal, no la hagáis. Es incómoda y no denota interés, solo falta de
educación.
© MJ Pérez
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