Allá por 1505, el cardenal
Francisco Jiménez de Cisneros inició en España el sistema de fijar apellidos.
Este sistema continúa hasta hoy con algunos cambios. Era necesario, ya que
antiguamente, hermanos nacidos del mismo padre y de la misma madre podrían
tener apellidos diferentes.
A partir del siglo XIX tanto
en España como en la América de habla hispana se fue imponiendo esta regla,
primero como uso y luego como norma a nivel administrativo, legal…, llegando al
sistema de doble apellido, primero el del padre y luego el de la madre.
Los apellidos
patronímicos se originaron a través del nombre de pila del padre,
añadiéndoles los sufijos «ez», «oz», «iz» y hasta «az» que significan «hijo de».
Hay otras teorías: según la
Gramática de Larramendi, el término tendría su origen en el euskera. Otros
expertos lo atribuyen a los nombres visigodos. A saber.
En cambio, los apellidos
toponímicos se originaron a través del nombre de un lugar. Primero fueron como
nombres personales no hereditarios, hasta que posteriormente se convirtieron en
apellidos.
Hay muchas más categorías. Veamos
algunos ejemplos:
Nombres patronímicos. De
Garcés, Garcia; de Gonzalo, González; de Rodrigo, Rodríguez…
Nombres toponímicos: Ávila,
Tudela, Segovia…
Nombres de oficios: Herrero, Zapatero,
Pastor… En la Edad Media en gran parte de Europa los oficios eran hereditarios,
eso facilitó la identificación de una determinada familia.
Nombres de características
físicas: Moreno, Rubio, Calvo…
Hoy, la identificación formal
de una persona está formada por el nombre, pudiendo ser más de uno, el apellido
paterno y el materno, por este orden. Hay también excepciones, ya que desde 1999,
la legislación española permite cambiar el orden de los apellidos.
Por supuesto que lo escrito
aquí no agota todas las posibilidades.
Y…
¿Cuál es su apellido?
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