Apenas percibí el pitido de
las puertas del tren de cercanías. Bajé rápidamente.
Hoy se me antojaba una cena
ligera, una ensalada con aguacate ganaba fuerza en mi paladar. Podía pasar por
la tienda ecológica del barrio. El dependiente era un chico encantador. Sus
ojos color avellana y su sonrisa transparente cautivaban mis días.
—Perdone, el tren para Torrejón
de Ardoz.
Escuché detrás de mi espalda
con un marcado acento americano.
—Sí, claro. ¡Dese prisa! En
ese andén —señalé con mi mano.
Le vi subir apresurado pero
muy feliz.
¡Cielos! Le he enviado en
dirección contraria, hacia la estación de Chamartín, exclamé.
© Sol Cerrato Rubio
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