Aquella
noche, la quietud de la noche envolvía el Sunny como una manta. Nada más salir
de la bañera, el sonido del agua al caer de su cuerpo al suelo tras salir de la
bañera invadió a Nami de una calma que llevaba tiempo esperando, más aún desde
su regreso físico a la normalidad. Al mirarse en el espejo, la joven no pudo
evitar sonreír levemente al notar lo familiar de su reflejo: el cuerpo
elegante, de vuelta y en perfectas condiciones, con cada curva en su sitio.
Aunque la impotencia de ese retorno físico a la infancia en los últimos días
aún estaba presente, había algo en su interior que le decía que por fin podría
respirar tranquila... Al menos, por unos días.
El silencio del barco la acompañó
mientras salía del aseo y se dirigía hacia la silenciosa cubierta. Sus
compañeros dormían, en su mayoría, y el mar estaba en calma. La luna se
reflejaba a intervalos sobre las pocas olas que acompañaban su estela, y la enorme
vela mayor crujía y gemía apenas ante el empuje del viento, llevándolos siempre
hacia delante en su aventura.
A pesar de estar agotada, los
pensamientos de Nami bullían sin cesar, girando en torno a todo lo que había
pasado en los últimos días: la derrota de Z, el haber desbaratado sus planes
para cubrir el mundo de lava volcánica... Había sido una batalla ardua, en la
que finalmente habían escapado de la Marina por los pelos y gracias a su peor
enemigo en ese momento. En particular, Nami seguía un poco enfadada con Luffy
por haber rescatado a Z, sobre todo después de saber que era un asesino de
piratas peor que cualquier marine… Pero, al final, todos estaban bien. Y ahora,
Nami se sentía más fuerte y más ella misma que nunca en los últimos dos años.
Al llegar a la cubierta, su mirada
recorrió el barco vacío como por costumbre. Al menos, hasta que una figura
solitaria en la zona central llamó su atención y le hizo dar un respingo
involuntario.
Zoro.
No le sorprendió verlo allí a esas
horas, aunque quizá si se extrañó de verlo despierto y alerta, encarando el
mar. Estaba apoyado en la baranda, con una taza de té en las manos, mirando el
mar, inmóvil y alerta, pero con esa expresión serena que a la joven siempre le
aportaba una extraña paz mental.
Un suspiro se le escapó de forma
involuntaria. Hacía dos años que no se encontraban tan cerca, sin la presión de
las batallas ni la tormenta de emociones del pasado. Aunque apenas habían
podido hablar con calma en estos últimos días, entre la huida de Sabaody y la
aventura en Fishman Island, había algo diferente en el aire.
Sin querer, recordó cómo él no había
hecho ningún comentario cuando ella había cambiado. De hecho, casi había
insultado a Sanji cuando este insinuó otra de sus habituales barrabasadas sobre
ella y su naturaleza femenina. Cuando Z atacó, de hecho, incluso con todos
atados por las lianas de aquel extraño payaso ninja, el primer impulso de Nami
había sido retroceder en busca de Zoro. De su cuerpo, de su protección. En frío
y en voz alta, no lo admitiría jamás, pero era un impulso casi innato desde
hacía más de dos años que navegaba con Luffy. Y, a la hora de decidir qué
hacer, Zoro había recurrido a una sola persona.
Ella.
Nami suspiró. Por mucho que quisiera
negarlo, algo que ella no sabía identificar estaba ahí, latente. Sin poder
evitarlo, de nuevo sus pasos la guiaron hacia él, hacia esa sensación
silenciosa de protección que él le ofrecía sin saberlo.
—¿Qué pasa? ¿Se había acabado el
sake en la bodega? ---preguntó con suavidad, cuando estaba a apenas dos metros
de distancia.
Al parecer alertado, el espadachín
se irguió y se giró despacio, enfocándola con su ojo bueno. Su gesto tenso se
relajó en un instante, dando paso incluso a una sonrisa amistosa.
—Eh, hola.
Divertida sólo en parte por su
reacción, Nami esbozó una sonrisa camarada.
—Hola. ¿Te he asustado?
En la penumbra, Nami juraría que
Zoro se ruborizaba mientras apartaba la vista con el ceño fruncido por la
incomodidad.
—¿Por qué ibas a hacerlo? ---gruñó,
sin acritud.
Nami reprimió una risita y sacudió
la cabeza, sin responder. En cambio, se recostó en la baranda a su lado y miró
el agua, apenas movida por la cubierta del barco. Solo estaban ellos dos y
Franky, ocupado conduciendo y dándoles la espalda, pero eso no relajó un ápice
a la joven navegante. Tras reunirse de nuevo en Sabaody y superar el primer
momento incómodo de volver a verse cara a cara, considerando lo que había
ocurrido entre ellos poco antes de que Kuma los separase durante dos años, Nami
todavía no podía evitar sentir un ligero nudo en el estómago si estaba
demasiado cerca del espadachín. Entre la huida hacia Fishman Island y todo lo
ocurrido allí, parecía casi la primera vez en dos años que ambos tenían la
ocasión de hablar a solas y con calma, pero, llegado el momento, ninguno
parecía saber qué decir.
—¿Cómo...? —arrancó entonces él, con
aparente timidez.
Nami ladeó la cabeza, interesada.
—¿Cómo…? ¿Qué? —lo invitó a
continuar.
Zoro pareció respirar en
profundidad, sin encararla todavía.
—¿Cómo estás?
Tras la sorpresa, Nami sonrió,
sintiendo cómo se disolvía parte de la tensión como por arte de magia. Una
pregunta sencilla. Un comienzo de conversación.
—Bien, al menos ahora que he
recuperado mi cuerpo del todo —respondió, de entrada—. Y tú, ¿qué tal?
Zoro se encogió de hombros.
—Sin problema. Esa espadachina con
ínfulas no era rival para mí.
Nami suspiró divertida y sacudió la
cabeza.
—Desde luego, no has cambiado en estos
años.
—Tú tampoco —dijo entonces él,
mirándola más directamente. Sin embargo, debió de entender la ceja enarcada y
escéptica de ella, porque agregó con aparente azoro—. Bueno, no mucho, al
menos.
—Ya decía yo que no creía que te
hubieses vuelto ciego de repente —lo provocó Nami, haciendo un gesto elocuente
hacia su larga melena.
Por un momento, dudó al ver que él
la observaba con los ojos entrecerrados, pero no parecía enfadado.
—Perdón, quizá he dicho algo que no
debía ---se disculpó Nami, de inmediato, situando las manos frente al regazo.
Ese movimiento hizo que su pecho se
encogiera de una forma que, a pesar de todo, no pasó del todo desapercibida
para Zoro y ella lo notó con un estremecimiento. Sin embargo, la caída de su
único ojo gris fue tan rápida que Nami incluso creyó haberlo imaginado. De
hecho, Zoro inmediatamente suspiró y se señaló el lado izquierdo del rostro,
apartando apenas la vista.
—Si te refieres a esto, no te
preocupes. Es lo que hay ---indicó, sin más.
Nami tragó saliva, nerviosa por
motivos muy distintos y queriendo recuperar la compostura cuanto antes, sin
éxito.
—¿Te molesta? ---preguntó, tratando
de canalizar sus pensamientos hacia una conversación neutral.
Él la observó con calma, pero su ojo
gris y profundo le despertó un escalofrío nada desagradable, dadas las
circunstancias.
—No mucho. No siempre —repuso él,
sucinto.
Ella asintió y carraspeó, apartando
la mirada hacia el mar.
—¿Cómo...? —arrancó Nami, insegura.
Al final, agregó—. Si puedo preguntar, claro.
Zoro, por su parte, hizo un gesto
displicente como si en efecto no tuviese más relevancia.
—Bah, no te preocupes. No es nada.
Nami meneó la cabeza y volvió a
mirar al mar, nerviosa como pocas veces en los últimos dos años. Tenía que
admitir que, incluso con aquella nueva cicatriz, Zoro seguía siendo el
compañero más atractivo del barco. Y no estaba segura de que ese fuera el pensamiento
más cómodo del mundo, sobre todo dadas las circunstancias. Sin saber qué más
decir, Nami permaneció callada mirando el mar, y él tampoco dijo nada.
El silencio se alargó entre ellos,
pero no era del todo incómodo. La brisa nocturna agitó suavemente el cabello de
Nami y Zoro la observó por el rabillo del ojo sin que ella se percatase. Hubo
un momento en que la joven pareció dudar, como si considerara decir algo más,
pero al final solo suspiró, apoyando los antebrazos en la baranda.
—Gracias.
Zoro frunció el ceño y la miró de
reojo.
—¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—Por ayudarme a recuperar mi cuerpo.
Y no sé. Por seguir protegiéndonos y aguantándonos a todos.
Él no respondió de inmediato, pero
su agarre en la taza de té se relajó ligeramente y resopló apenas.
—No es nada. Sois mi gente, mis
camaradas, y todos somos piratas de Luffy ---le recordó---. Eso es lo más
importante para mí.
Nami esbozó una sonrisa. Se volvió
hacia él y, con naturalidad, le apoyó una mano en el hombro. A pesar de lo
ocurrido en Amber Bay y de que sabía que entre ellos cabían pocos secretos a
esas alturas, en ese instante no se atrevió a más. Tal vez por estar de nuevo
todos juntos en el Sunny o por la incertidumbre de si todavía era algo
aceptable entre ellos después de dos años de separación, Nami solo mantuvo los
dedos sobre la túnica unos segundos antes de susurrar.
—Buenas noches, Zoro.
Antes de que él pudiera reaccionar,
ella ya se había dado la vuelta y se dirigía hacia los dormitorios de las
chicas con una expresión imposible de leer. Discretamente y de espaldas a él,
se abrazó en un intento de calmar el escalofrío que le había subido por todo el
cuerpo. No era por frío. No del todo. Sin embargo, por dentro temblaba por muchos
motivos diferentes. Lo había echado de menos y le alegraba ver que, en el
fondo, seguía siendo él; sin embargo, no sabía por qué una parte de ella
deseaba que hubiese algo más. No quería un cambio, pero ¿quizá otra proximidad
entre ellos?
«Han pasado dos años desde aquello»,
se recordó. «Mejor que lo olvides. Será mejor para todos».
Lo que no sabía, o no era capaz de
intuir a esas alturas, era que no faltaba mucho para que Nami y Zoro pudieran
volver a encontrarse a solas... Y que, en ese instante, quedaría claro que
había fuerzas en el mundo entre dos personas que ni la peor Fruta del Diablo
podría detener.
One-shot
inspirado en Nami y Zoro Roronoa, personajes del manga “One Piece” de Eiichiro
Oda
Imagen:
“clases de nigiri”, de Paula de Vera
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