Cuando era una adolescente siempre pensaba que mi peor miedo era la soledad. Sentirme aislada y sin compañía. Le daba vueltas y me agobiaba, con una tristeza que llegaba a hacerme llorar. Entiendo que cuando una tiene 14 años ese tipo de cosas son las que más duelen. Lo sé porque he sido esa muchacha. Lo sé porque, en parte, sigo siendo ella.
Sin embargo, con el paso del tiempo, me he dado cuenta que estar sola no es lo mismo que estar aislada. A veces, un poco de silencio y tiempo para una misma es lo mejor que podemos regalarnos. No os equivoquéis, todas las personas necesitan compañía, somos seres sociales. Sin embargo, con el paso del tiempo lo que queremos es tiempo de calidad con gente que merezca la pena.
No me arrepiento de las personas a las que he considerado cercanas a mí a lo largo de los años, porque fue su momento de estar ahí, conmigo. Sin embargo, se lo agradezco más a las que lo siguen estando. A las que, a pesar de la distancia o la vida, siempre tienen un momento para ti. Las que te escuchan y se preocupan. Las que no se marchan porque hay un problema.
Es importante recalcar que no es imprescindible tener a estar personas cerca de ti cada día, sino saber que estarán allí, que siempre lo están. Por ello, batallar con la soledad se hace más fácil porque aunque físicamente estés sola, estas personas (que pasan a ser familia) te apoyan, te arropan y te quieren como eres.
A todas esas personas, desde aquí, gracias. Por aceptarme así, por no querer cambiarme y, sobre todo, por no tirar la toalla frente a los problemas. Infinitas gracias por hacerme sentir tan llena de dicha porque, aunque no estéis físicamente conmigo, siempre os tengo.
© MJ Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario