Hoy
mi amiga Carmen, a la que le gusta menos que a mí cocinar, pero sí comer, ha
venido a visitarme. Justo llegó en el momento en que sonaba el móvil. Era uno
de mis sobrinos, el que tiene seis niños, para pedirme un gran favor. Nada
menos que me quedara con ellos el fin de semana. Tenían que pintar el piso y
sin la chiquillería adelantarían mucho más. Ya venían en camino.
Me
quedé petrificada. Muda. Y ellos lo tomaron como un sí.
¡Cómo
me vería mi amiga, que decidió echarme una mano!
Les daríamos
de comer arroz blanco con tomate y les enseñaríamos a hacer una receta
deliciosa de su abuela: huevos tontos. Mañana domingo: a base de bocadillos y a
desfogarles al campo.
Preparamos
los ingredientes básicos:
600
gr de pan duro (barra, molde, el que haya)
600
ml de leche
5
huevos
3
dientes de ajo
Perejil
fresco
Pimienta
negra molida
Sal
Aceite
oliva virgen extra
Nada
más llegar despedimos a los padres a cajas destempladas y a cada uno le pusimos
un delantal para que desmenuzaran el pan duro en un bol. Luego, añadimos poco a
poco la leche, removiendo con una cuchara para que el pan absorbiera bien el
líquido. Tenía que quedar bien hidratado, según Carmen, pero sin llegar a
empaparse.
Picamos
los dientes de ajo y el perejil muy fino, para que no se notara nada y lo
añadimos a la masa de pan y leche. Los huevos bien batidos los echamos a
continuación. Salpimentamos y con la ayuda de un tenedor, fuimos aplastando hasta
conseguir una mezcla homogénea, que cubrimos con papel film. Bueno antes de
cubrirlo, como mis sobrinos nietos son unos zampones, para que diera más de sí,
se nos ocurrió dividir en tres partes la masa. Y a cada porción le añadimos una
versión moderna con trocitos de pollo de una pechuga que había quedado de la
noche anterior, trocitos de jamón, migajas de atún… Y lo dejamos reposar un buen
rato en la nevera.
Mientras
tanto nos fuimos al parque a tirarnos por el tobogán. De regreso entramos en
una pastelería.
Carmen
enseñó a los niños cómo hacer croquetas con dos cucharas y preparó dos grandes
sartenes al fuego con aceite de oliva virgen abundante. Cuando el aceite estuvo
bien caliente echó fuera a los niños, también a mí que soy una patosa y fue
friendo las croquetas o huevos tontos hasta que tuvieron un apetitoso color dorado.
El
mayor que está en esa edad que todo lo analiza, comentó:
—No
sé por qué se les llama «huevos tontos» cuando son croquetas.
El
más pequeño, con la boca llena, le respondió:
—¡Porque
se dejan comer!
Hago constar que no quedó ni una miajita.
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