Páginas

viernes, 19 de diciembre de 2025

Liliana Delucchi: Fragancias del pasado

 


Incapaz de vislumbrar cómo pueden caber treinta años en ese diminuto espacio, Emilia, sentada en el borde de la cama, contempla la maleta vacía. Ya le dijo a él que no quiere nada de la casa, solo su ropa y accesorios. Pero ¿y el resto? ¿Se pueden guardar los recuerdos en una valija? No, porque, además, no quiere llevárselos. Ni siquiera las fotos, no harían más que hacerla dudar sobre su nueva vida. La decisión está tomada, eso fue lo que le dijo antes de encerrarse en su cuarto con los ojos tan vacíos como la maleta.

¿Y Carolina? Ella ya está haciendo su nueva vida. Allá lejos, en la universidad, con nuevos amigos y nuevas experiencias. Su  habitación la echa de menos desde hace meses, y por mucho que Emilia rocíe los cojines con el perfume de su hija, solo azuza su nostalgia.

No fue su partida. No. El silencio se había instalado entre Mario y ella, solo roto por reuniones con amigos, los diálogos de alguna película o por el bullicio de esa adolescente que se fue para seguir con su vida.

Silencio. El mismo del dormitorio que una vez compartieron y que en breve Emilia va a abandonar… ¿para siempre? Ahora sí sus ojos vuelven a llenarse de esa agua salada que sorbe como si fuese una niña pequeña.

A través de los cristales de la ventana, las ramas todavía sin flores del magnolio le recuerdan que probablemente allí, en la playa, donde piensa instalarse, hayan florecido. Mejor clima, arena limpia y paseos a orillas del mar. Por primera vez desde hace días, sonríe ante un futuro más prometedor que ese presente cargado de desasosiego.

Vuelve a la habitación de Carolina, se tumba en la cama y, abrazada a uno de sus peluches, se queda dormida. La despierta el viento que golpea una rama contra el cristal de la ventana, el viento y un pensamiento o quizás una voz que le dijo entre sueños: «No tienes por qué irte. Que se vaya él.»

Con una fuerza que había olvidado poseer, se levanta y corre a su cuarto. Desocupa la mitad del vestidor que pertenece a Mario, coge su ropa que huele a un perfume de mujer que no es el suyo, y la tira por la ventana. En la maleta desierta, esa que horas atrás no alcanzaba a vislumbrar con qué llenaría, vierte todo el contenido de la mesilla de noche de su marido. Todo no. Las pastillas azules las tira por el retrete. ¡A ver cómo te las arreglas ahora con tu amante!

Antes de que Mario regrese, ha hecho cambiar la cerradura y puesto la valija sin recuerdos delante de la puerta.

© Liliana Delucchi

No hay comentarios:

Publicar un comentario