¡Qué
desgracia! Pensaba mientras caía y recorría los trece pisos que separaban su
balcón del asolado del patio de vecinos. No tuvo tiempo de más. Ni de ver pasar
su vida, como todos dicen que ocurre en esos angustiosos minutos previos al
desenlace. Se estrelló sin remedio con un estruendo seco de huesos rotos.
Los
vecinos se fueron asomando uno a uno. Primero con sorpresa, luego con terror y
en cuestión de segundos, la tranquilidad de la noche se convirtió en un frenesí
de idas y venidas, gritos de desesperación y llamadas de móvil.
Cuando
llegó la policía, todo el inmueble bullía en conversaciones alteradas. Se
hablaba de suicidio, de un desengaño amoroso, de problemas económicos, tal vez.
Hubo alguien que insinuó un robo con violencia pero rápidamente fue descartado
por los agentes que registraron el piso.
Su muerte, a las dos de la mañana y en pijama, era un gran enigma para
sus vecinos. Fue su madre, que al llegar bañada en lágrimas, desveló el
misterio:
-Una
vez de niño se cayó por el hueco de la escalera en uno de sus paseos nocturnos
-informó entre sollozos. En aquella ocasión el accidente se saldó con dos
huesos rotos. Esta vez no ha tenido tanta suerte.
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