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sábado, 1 de diciembre de 2012

Amantes de mis cuentos: El asesino

Cerca de cuatrocientos empleados forman la plantilla de la empresa “Mentidero” dedicada a la contratación de toda clase de seguros. Yo soy uno de esos empleados. Después de cuarenta años, casi es como mi segunda casa. Conozco a todos los compañeros que trabajamos en este edificio. Una empresa es como una botica, hay de todo. Cada empleado tiene sus problemas, sus necesidades, sus complejos, rencores, simpatías e intereses laborales.  
Aquí nunca había ocurrido nada de interés, porque ¿qué interés tienen aquéllos compañeros que por jubilarse se marchan, aquellos que por encontrar un trabajo mejor remunerado se despiden voluntariamente, aquéllos que por no interesar a la Empresa los despiden bajo cualquier pretexto, aquéllos que por casarse, embarazarse, sacarse la primitiva, quitarse al jefe de encima, ligarse a un compañero o por el simple hecho de cambiar de ambiente u otro motivo respetable se marchan a otros quehaceres o se dedican a sus labores? Eso es lo normal en el discurrir de una vida laboral.
En un centro de trabajo que se respete transcurren los años, los meses, las semanas y las horas de forma rutinaria. Si hay mucho trabajo nadie habla porque tiene que estar centrado en lo que está haciendo. Si tiene poco trabajo charla con sus compañeros. 
En una de esas charlas intrascendentes a la hora de la comida y comentando un doble asesinato aparecido en todos los periódicos del país, surgió el tema sobre ese halo de buena persona que suelen tener los asesinos que hacen que sus propios vecinos no se crean la noticia de vivir cerca de un homicida.
A mi lado, Henar, una compañera que lleva tantos años como yo y que la he visto envejecer a mi lado, a su lado, Camino, una madre de familia que lleva en la empresa unos diez años y yo, nos hicimos una pregunta:
-Si ocurriese un asesinato en nuestro centro de trabajo ¿Quién podría ser el asesino?
Henar pensó en Javier, un compañero que es ordenanza y lleva muchos años en la empresa. Nadie puede pensar que Javier sea capaz de matar. Es una persona servicial, trabajadora, tan bueno que se llega a pensar que le falta un hervor. Como recorre llevando cartas y paquetes a todos los departamentos del edificio, tiene facilidad para entrar y salir en todos los rincones. Como más de uno abusa de él, motivos para odiar no le faltan.
Camino dijo que podría ser María, una informática, a punto de jubilarse, a la que por méritos propios le correspondía el puesto que le han dado a otra informática que tiene tipo de modelo y a la que María le resuelve todos los problemas llevándose la otra todos los méritos y quedándole a ella el trabajo. Como había esperado toda su vida ese ascenso, lloró al sentirse discriminada. Desde entonces no habla con nadie, solo responde cuando le preguntan.
Por mi parte, pondría de asesino a un abogado llamado Isidro. De todos los empleados es la persona con mejor carácter que hemos conocido, siempre atiende todas las llamadas telefónicas, siempre a punto esa palabra amable tan difícil de recibir en momentos puntuales. Solidario de palabra y de hecho. En fin, una persona buena. Todos sabemos que las personas tranquilas, nobles, buenas, cuando se enfadan son peores que las que tienen mal carácter porque éstas se desahogan cada día y en cambio los primeros van acumulando desaires, enojos y la explosión llega a ser mayor cuando se produce.
Un buen asesino es una persona que nadie se imagina que pueda hacer daño. Un asesinato es un conjunto de datos para encajar como un puzzle de un millón de piezas o más. Hay que estar conscientes que pueden producirse equivocaciones, que no se está creando un personaje, que una falsa conjetura puede desgraciar la vida de una persona. Claro que cabe la posibilidad que al encasquetar un asesinato a alguien se le saque de esa vida tan anodina a la que a veces nos conduce la vida. Como hay gente para todo, también se puede encontrar a quien por llamar la atención prefiere ser catalogado como un asesino antes de pasar desapercibido. ¡Vaya cariz filosófico que tomó nuestra conversación!
Nos olvidamos del tema para seguir trabajando, esperando con ansiedad la hora de salida, porque era viernes.
El lunes a las ocho de la mañana nos incorporamos cada uno a nuestro trabajo. A media mañana el ruido de sirenas, tanto de ambulancias como de coches de policía nos sorprendió. Nadie sabía qué pasaba. Comenzaron rumores de todo tipo, desde una bomba, a un infarto de algún compañero. Piden por megafonía que nadie salga del edificio y que nos mantengamos en nuestros puestos de trabajo.
Pasan las horas lentamente hasta que todos nos vamos enterando que en el Departamento de Reprografía, Javier, al ir a colocar unas cajas vacías detrás de una de las fotocopiadoras ha encontrado el cuerpo apuñalado de don Matías.
Javier con los nervios ha tocado el cadáver y tiene manchadas las manos de sangre. María ha sido atendida por los servicios médicos de la empresa con un ataque de histeria porque el viernes a última hora había discutido con don Matías. Isidro, el abogado, llamó a primera hora de la mañana para decir que no podía venir a trabajar porque estaba con fiebre.
Un policía de la Brigada Criminal nos ha comunicado que cada empleado será interrogado por los Inspectores Caravantes, Conejo y Blas.
Yo siempre he sido una persona tranquila, pero debido a la conversación del viernes y a los sucesos del lunes, mi mente se ha disparado en tantas direcciones que mi lengua está paralizada. Mis pensamientos se solapan, se entretejen unos con otros. No razono con lógica. Me pregunto si el inspector me leerá mis derechos, si tomará mis huellas dactilares.
Henar, mujer al fin y al cabo y yo no soy machista, no para de hablar. Está convencida que los inspectores llegarán con gabardina. Y duda si debe o no, contarles la conversación del viernes. Ella no quiere llamar la atención hacia Javier, ni hacia María, ni hacia Isidro, porque también el inspector puede llegar a pensar que ella ha podido hacerlo y no le parece justo convertirse en una presunta asesina.
A Camino las ciencias ocultas siempre le han fascinado y busca conexiones entre tantas coincidencias. Ha hecho que salgamos al pasillo y que hablemos para comprobar si nuestra conversación del viernes ha podido ser oída por el asesino. Los tabiques son tan delgados que por supuesto cualquiera nos pudo oír.
Don Matías era, que raro suena hablar en pasado, un director puesto a dedo, un señorito andaluz al estilo de don Guido el del poema de Antonio Machado. No tenía muchas simpatías, pero asesinarle, con un puñal en pleno corazón es muy fuerte. Insoportable si era, te repetía las cosas una y otra vez, dale que dale bolita, quedándose siempre hasta muy tarde, por lo que algún subalterno no podía salir a su hora. Al que le tocaba en suerte, maldita la gracia que le hacía tenerse que quedar una o dos horas, por un trabajo que podía hacerse perfectamente al día siguiente, oyendo a don Matías, que podría resultar muy agradable porque tenía salero para contar sus recuerdos, pero mejor si lo hiciera en horas laborales.
Menos mal que son varios los inspectores. Así se agilizan los interrogatorios y podremos salir todos a nuestra hora. Trabajar lo que se dice trabajar, no hemos hecho nada, se han formado corros y las conversaciones cada vez son más disparatadas...

Han pasado varios meses desde que ocurrió este triste suceso. El control de entradas y salidas reflejó que salvo don Matías todos los empleados que entraron en la Empresa, salieron ese día entre las dieciocho treinta y las dieciocho cuarenta y cinco. El informe del médico forense constató que don Matías murió sobre las veintidós horas del viernes. El cien por cien de los empleados tuvo coartadas. No hay huellas. No hay presunto matarife. No hay nada.
Y nos imaginamos que los inspectores al igual que nosotros se preguntan:
-¿Quién asesinó a don Matías?

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