Llegó al
Departamento de Homicidios. Traía un canasto con bocadillos, huevos
duros y una almohada pequeña. Pidió hablar con el Comisario, los nervios la
hacían tartamudear.
- ‒Vengo a denunciar mi asesinato.
Mientras los
policías se miraban entre sí, tomó un huevo y comenzó a quitarle la cáscara. Entonces pidió
hablar con un psicólogo. Uno de los agentes dijo:
- ‒Señora, si lo que necesita es un psicólogo ¿qué
hace en una Comisaría? Usted nos ha
dicho que la han asesinado, lo menos que hace falta, es que esté muerta.
‒Lo estaré si no me escucháis. Pero como no me
vais a creer, necesito un loquero que atestigüe que tengo un poder en la mente.
Esta noche duermo aquí.
Por fin salió
el jefe de esa sección, la tomó del codo y con una sonrisa le dijo:
- ‒Venga conmigo.
‒
Ella le
ofreció un bocadillo y él lo aceptó. La llevó a su Despacho y señalando una
silla la invitó a sentarse. Rodeó su mesa y le pidió que se explicara.
- ‒Mire usted, desde niña cuando miro fijo a una
persona veo lo que va hacer en las próximas veinticuatro horas y escucho lo que
está pensando.
El policía
apartó la vista de ella y se tapó los ojos. Y ella continuó.
‒Es por ese poderío que tengo que sé que mi
marido me engaña con otra. Él es un poco entretenido pero muy apasionado. Ya
sabe usted que a todos los tontos les da por lo mismo. No se fue a buscarla muy
lejos. Es mi vecina. Desde que lo supe que fue por casualidad, porque la verdad
es que miraba poco a mi marido, me despierto de madrugada y me dedico a mirarle
de cuerpo entero. Él duerme boca arriba. Y entre unas partes y otras hay que
ver de lo que me he enterado. Lo sé todo. La querida, mi vecina Jacinta, ha ideado un plan para matarme y él está de
acuerdo.
‒Y ¿cuál es ese plan?
‒Muy raro, oiga. Esta noche va a querer... Ya sabe usted, lo que digo. Y sacará un artilugio al que llaman preservativo. Le juro que esa cosa nunca entró en mi casa y no creo que a mis años haga falta, después de tener diez hijos. Ahora para qué si ya se me pasó el arroz. Pues en las imágenes aparece con esa goma en la mano y la introduce en un frasco con un líquido. Una no tiene estudios pero a lista no hay quien me gane. Como con él no iba a sacar nada en claro, me levanté, me vestí y me fui a la casa de la vecina. Con la calor ella duerme con la ventana abierta, me senté en el alféizar y empecé a mirarla como los búhos.
‒Muy raro, oiga. Esta noche va a querer... Ya sabe usted, lo que digo. Y sacará un artilugio al que llaman preservativo. Le juro que esa cosa nunca entró en mi casa y no creo que a mis años haga falta, después de tener diez hijos. Ahora para qué si ya se me pasó el arroz. Pues en las imágenes aparece con esa goma en la mano y la introduce en un frasco con un líquido. Una no tiene estudios pero a lista no hay quien me gane. Como con él no iba a sacar nada en claro, me levanté, me vestí y me fui a la casa de la vecina. Con la calor ella duerme con la ventana abierta, me senté en el alféizar y empecé a mirarla como los búhos.
Lanzó un profundo suspiró, se
secó una lágrima y dando un mordisco al huevo, continuó:
‒La de la idea es ella. Fíjese ¡qué retorcida! Ha
comprado un veneno muy eficaz en una farmacia que por supuesto no es la del
pueblo. Y le ha dicho que moje ese globo en la preparación que ella le hará y
cuando esté empapado se lo ponga y comience la faena. A mí no me parece justo,
señor, que me envenenen con tan poca delicadeza, las partes bajas se merecen
más respeto, pero fíjese si es tonto mi Eutiquio, que no se ha dado cuenta que
él también la puede palmar o en el peor de los casos, estropear su virilidad.
© Marieta Alonso Más
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