Esquimales |
Un joven oso se enamoró un buen día de una joven esquimal. Todos los días en que el marido de la joven salía a cazarlo, el oso se deslizaba en el interior del iglú. Un día que estaban juntos, el oso dijo a la mujer:
‒Pequeña, yo vivo arriba, en la montaña y para
llegar allí tienes que ir en esta dirección y después, en ésta y más tarde, en
esta otra. Mi iglú es muy hermoso pero me gustaría compartirlo con una esposa
¡Una esposa como tú! ‒Después añadió‒: Pero no digas nunca a tu marido, que ha
salido a cazarme, dónde vivo. Recuerda que, si se lo dices, yo lo sentiré en mi
corazón.
Pasaron muchos días y aún semanas
y el marido de la joven no había cazado todavía al oso, por lo que se sentía
muy desdichado. Pero, una noche, la mujer no pudo guardarse más el secreto y
acurrucándose junto a su marido, le susurró al oído:
‒¡Nanok! ¡Oso!
‒¿Dónde? ‒Exclamó el esposo.
Y en voz muy baja ella le dijo:
‒Arriba en la montaña. Y para llegar allí tienes
que ir en esta dirección, y después, en ésta y más tarde, en esta otra.
El hombre salió inmediatamente,
pero cuando llegó, la madriguera del oso estaba vacía. Mientras el esposo
estaba ausente, la mujer asustada, permanecía echada sobre la plataforma de
dormir hasta que oyó un ruido parecido a un trueno que descendía por las
laderas de la montaña.
Era él, el enorme oso. El oso
corrió, se detuvo para coger fuerzas y se dirigió hasta el iglú. ¡Lo iba a
aplastar! Levantó su poderosa pata y… Pero no, solamente hizo un amago de
aplastar el techo y pasó de largo con el lomo encorvado, las patas tambaleantes
y los cuartos delanteros fláccidos, como los de un oso viejo.
Traicionado y desgraciado se
dirigió a la inmensidad de los hielos, mientras dos grandes lágrimas rodaban
por su brillante hocico negro.
Fuente: Talleres gráficos de la Editorial
Espasa Calpe, S.A. Madrid, 1989
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