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domingo, 23 de marzo de 2014

Adolfo Suárez: Premio Príncipe de Asturias, 1996. Discurso de la Concordia


 
Adolfo Suárez
(Cebreros, Ávila, 1932 - Madrid, 2014)




Majestad,
Alteza Real,
Sr. Presidente de la Fundación,
Sr. Presidente del Principado,
Autoridades,
Sra. Ministra,
Señoras y Señores,



Quiero que mis primeras palabras sean de gratitud a S.M. la Reina, que nos honra con Su presencia, a S.A.R. el Príncipe de Asturias -que nos preside-, a la Fundación, al Jurado que ha tenido a bien otorgarme el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, a las personas y entidades que apoyaron mi nominación y a todos cuantos asisten a este acto.

Creo que se premia en mí la obra realizada por todo un pueblo: en definitiva, la forma y el talante con que se llevó a cabo la transición española a la democracia.

En esta empresa creo que participaron todos los españoles, empezando por S.M. el Rey D. Juan Carlos I que la propició y la amparó, y creo también que la responsabilidad de la tarea me corresponde y que el éxito es de todos los españoles.

Creo que la concordia entre los hombres y los pueblos, en el orden nacional y en el ámbito internacional, debe seguir siendo un ideal permanente de la humanidad. Su consecución -y lo estamos viendo desgraciadamente en nuestros días- es, sin embargo, difícil. Pero cuando se logra, alcanzamos momentos estelares en la humanidad.

Con frecuencia se confunde la concordia con el conformismo y con la uniformidad y creo que nada tiene que ver con ellos. Su raíz estriba precisamente en el pluralismo, la libertad y la solidaridad. Sin ellas no es posible la concordia. La concordia jamás se impone, se busca en común y se realiza con el esfuerzo de todos.
La lucha política, la controversia, el debate, el disentimiento, el conflicto no constituyen una patología social. No son acontecimientos negativos. Al contrario, a mi juicio, reflejan la vitalidad de una sociedad.

En toda comunidad política existen siempre distintos estratos de opinión; las discrepancias son por tanto naturales, pero hay uno, a mi juicio el básico, el que se refiere a las razones últimas y esenciales que afectan a la raíz de la propia convivencia, en que creo es necesaria la coincidencia de todos y el consenso de la inmensa mayoría, y ese consenso es el cimiento de una sociedad perfectamente moderna.

Cuando ese consenso se destruye sobreviene la discordia y nuestro mundo ofrece dramáticos ejemplos de todo esto. Y así como la concordia es capaz de hacer crecer las cosas más pequeñas, la discordia es capaz de destruir las cosas más grandes.

Ese consenso se ciñe a muy pocas cosas y esenciales cuestiones. Tal vez solamente a una: la voluntad firme y profunda de convivir en libertad. Y eso más que una idea es a veces una "creencia", o al menos funciona como tal. Ortega señalaba que a las ideas las sostenemos nosotros pero que las "creencias" son las que nos sostienen a nosotros. Y desde ellas vivimos en común, es decir, convivimos.

La convivencia democrática se basa en "creencias". Por tanto, también creemos en los derechos humanos. Creemos en la libertad, en la igualdad, en la justicia, en la solidaridad. Creemos en la democracia y en el Estado de derecho.

En España estas "creencias" se hicieron tangibles en la transición política. Hoy son la coincidencia básica que se fundamenta en el pacto que nos constituye como Estado social y democrático de derecho.

En la transición nos propusimos todos los españoles la reconciliación definitiva. Y quisimos acabar con el mito de las dos Españas, siempre excluyentes y permanentemente enfrentadas. Pensamos que España o es obra común de todos los españoles, de todos los pueblos que la forman y de todos los ciudadanos que la integran, o simplemente no es España.

La transición fue, sobre todo, a mi juicio, un proceso político y social de reconocimiento y compresión del "distinto", del "diferente", "del otro español", que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha nacido en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mí me impulsan y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario, el que completa mi propio "yo" como ciudadano y como español, y con el que tengo necesariamente que convivir porque sólo en esa convivencia él y yo podemos defender nuestros ideales, practicar nuestras creencias y realizar nuestras propias ideas. Creo que nadie, en política democrática posee la verdad absoluta. La verdad siempre implica una búsqueda esforzada que tenemos que llevar a cabo en común, desde el acuerdo de convivir y trabajar juntos. A esta convivencia libre y pacífica, a esa concordia, nos impulsa como necesidad no solamente el pasado histórico, sino el presente y el futuro. Esa concordia está fundada en realidades comunes económicas, sociales y políticas que, a mi juicio, son indiscutibles.

Todos los españoles teníamos que llegar -sin abdicar de nuestras propias ideas y creencias- a un acuerdo esencial, a un pacto fundamental de concordia que es necesario renovar cada día. Creo que así lo hicimos bajo el amparo de la Corona. Así creo que lo debemos seguir haciendo en torno a la Constitución y su cumplimiento y en torno a la Monarquía y a esa realidad común que se llama España. Ese acuerdo ha de reflejar lógicamente la necesidad que tenemos de afrontar juntos, en forma solidaria, el futuro, que a todos nos concierne y hasta la energía, la esperanza y el optimismo con que debemos hacerlo.

Creo que la piedra angular sobre la que, en nuestra transición, se asentó la democracia, consistió, precisamente, en la implantación política y vital de la concordia civil. Y eso debíamos conseguirlo desde el pluralismo que, realmente, se daba entre nosotros. Desde la tolerancia y desde la libertad.

El ánimo común para buscar la concordia y la consolidación de este pacto fundamental de convivencia política fue la que permitió la adopción de las decisiones esenciales de la transición: el reconocimiento de los derechos humanos y las libertades públicas, la aprobación de la Ley para la Reforma Política, las amnistías que permitieron la vuelta de los exiliados de hacía casi cuarenta años, la celebración de las primeras elecciones generales libres, la construcción política del consenso, la elaboración y aprobación de los Pactos de la Moncloa y, por último, la aprobación y promulgación de nuestra vigente Constitución.
Alguien ha dicho que en la Transición conseguimos los españoles en doscientos días lo que no habíamos logrado en doscientos años: que en nuestras cárceles no hubiera un sólo preso político, que en el extranjero no hubiera un solo exiliado por sus ideas y que la ley fuera igual para todos los españoles.

Señoras y Señores,

En la transición trabajamos un grupo de personas con todo el pueblo español por la comprensión, la tolerancia, el diálogo y la concordia. Hemos intentado e intentamos desarrollar los viejos hábitos de la prepotencia, la intolerancia, el dogmatismo, la discordia y la insolidaridad. Ese fue -y sigue siendo- mi talante personal y político. En algún momento he llegado a pensar que yo fui víctima política de la práctica de la concordia. Pero si así fue, me enorgullezco de ello.

Alteza Real,


Si la concordia fue posible hace veinte años, pese a los obstáculos que a ella se oponían, creo que no podemos dudar de la capacidad de los españoles de hoy y del futuro que Vuestra Alteza representa.

Hemos demostrado nuestra aptitud para la convivencia en libertad. Hoy debemos consolidar nuestra voluntad de concordia. Hemos conseguido, desde ella, nuestra integración en la Unión Europea y en los más importantes foros internacionales. Hoy España está abierta al mundo y el mundo valora los esfuerzos realizados desde la transición.

Hoy, sobre todo, los españoles somos conscientes de que cualquier violación de los derechos humanos o de la dignidad de la persona, que se produzca en nuestro país o en cualquier otro lugar del mundo, constituye asimismo una violación que se hace a nuestros derechos y a nuestra dignidad personal. Y debemos actuar con la solidaridad debida y con la eficacia necesaria.

La España de hoy, con sus luces y sus sombras, apenas tiene que ver con las zozobras de la España de ayer. Somos un pueblo que ha superado muchísimos problemas en estos años, pero que debe seguir aprendiendo la gran lección de la concordia, de la convivencia en libertad y en justicia.

En el futuro yo creo que España podrá superar cuantas dificultades se le planteen y realizar su decisiva aportación a la concordia de las naciones. Y para ello creo que los españoles puede que sólo tengamos que hacer una cosa: cultivar, día a día, allí donde nos encontremos, la buena semilla de la concordia.

Muchas gracias.



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