Majestad,
Alteza Real,
Alteza Real,
Sr. Presidente de la
Fundación,
Sr. Presidente del
Principado,
Autoridades,
Sra. Ministra,
Sra. Ministra,
Señoras y Señores,
Quiero que mis primeras
palabras sean de gratitud a S.M. la Reina, que nos honra con Su presencia, a
S.A.R. el Príncipe de Asturias -que nos preside-, a la Fundación, al Jurado que
ha tenido a bien otorgarme el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, a
las personas y entidades que apoyaron mi nominación y a todos cuantos asisten a
este acto.
Creo que se premia en mí
la obra realizada por todo un pueblo: en definitiva, la forma y el talante con
que se llevó a cabo la transición española a la democracia.
En esta empresa creo que
participaron todos los españoles, empezando por S.M. el Rey D. Juan Carlos I
que la propició y la amparó, y creo también que la responsabilidad de la tarea
me corresponde y que el éxito es de todos los españoles.
Creo que la concordia
entre los hombres y los pueblos, en el orden nacional y en el ámbito
internacional, debe seguir siendo un ideal permanente de la humanidad. Su
consecución -y lo estamos viendo desgraciadamente en nuestros días- es, sin
embargo, difícil. Pero cuando se logra, alcanzamos momentos estelares en la
humanidad.
Con frecuencia se
confunde la concordia con el conformismo y con la uniformidad y creo que nada
tiene que ver con ellos. Su raíz estriba precisamente en el pluralismo, la
libertad y la solidaridad. Sin ellas no es posible la concordia. La concordia
jamás se impone, se busca en común y se realiza con el esfuerzo de todos.
La lucha política, la
controversia, el debate, el disentimiento, el conflicto no constituyen una
patología social. No son acontecimientos negativos. Al contrario, a mi juicio,
reflejan la vitalidad de una sociedad.
En toda comunidad
política existen siempre distintos estratos de opinión; las discrepancias son
por tanto naturales, pero hay uno, a mi juicio el básico, el que se refiere a
las razones últimas y esenciales que afectan a la raíz de la propia
convivencia, en que creo es necesaria la coincidencia de todos y el consenso de
la inmensa mayoría, y ese consenso es el cimiento de una sociedad perfectamente
moderna.
Cuando ese consenso se
destruye sobreviene la discordia y nuestro mundo ofrece dramáticos ejemplos de
todo esto. Y así como la concordia es capaz de hacer crecer las cosas más
pequeñas, la discordia es capaz de destruir las cosas más grandes.
Ese consenso se ciñe a
muy pocas cosas y esenciales cuestiones. Tal vez solamente a una: la voluntad
firme y profunda de convivir en libertad. Y eso más que una idea es a veces una
"creencia", o al menos funciona como tal. Ortega señalaba que a las
ideas las sostenemos nosotros pero que las "creencias" son las que
nos sostienen a nosotros. Y desde ellas vivimos en común, es decir, convivimos.
La convivencia
democrática se basa en "creencias". Por tanto, también creemos en los
derechos humanos. Creemos en la libertad, en la igualdad, en la justicia, en la
solidaridad. Creemos en la democracia y en el Estado de derecho.
En España estas
"creencias" se hicieron tangibles en la transición política. Hoy son
la coincidencia básica que se fundamenta en el pacto que nos constituye como
Estado social y democrático de derecho.
En la transición nos
propusimos todos los españoles la reconciliación definitiva. Y quisimos acabar
con el mito de las dos Españas, siempre excluyentes y permanentemente
enfrentadas. Pensamos que España o es obra común de todos los españoles, de todos
los pueblos que la forman y de todos los ciudadanos que la integran, o
simplemente no es España.
La transición fue, sobre
todo, a mi juicio, un proceso político y social de reconocimiento y compresión
del "distinto", del "diferente", "del otro español",
que no piensa como yo, que no tiene mis mismas creencias religiosas, que no ha
nacido en mi comunidad, que no se mueve por los ideales políticos que a mí me
impulsan y que, sin embargo, no es mi enemigo sino mi complementario, el que
completa mi propio "yo" como ciudadano y como español, y con el que
tengo necesariamente que convivir porque sólo en esa convivencia él y yo
podemos defender nuestros ideales, practicar nuestras creencias y realizar
nuestras propias ideas. Creo que nadie, en política democrática posee la verdad
absoluta. La verdad siempre implica una búsqueda esforzada que tenemos que
llevar a cabo en común, desde el acuerdo de convivir y trabajar juntos. A esta
convivencia libre y pacífica, a esa concordia, nos impulsa como necesidad no solamente
el pasado histórico, sino el presente y el futuro. Esa concordia está fundada
en realidades comunes económicas, sociales y políticas que, a mi juicio, son
indiscutibles.
Todos los españoles
teníamos que llegar -sin abdicar de nuestras propias ideas y creencias- a un
acuerdo esencial, a un pacto fundamental de concordia que es necesario renovar
cada día. Creo que así lo hicimos bajo el amparo de la Corona. Así creo que lo
debemos seguir haciendo en torno a la Constitución y su cumplimiento y en torno
a la Monarquía y a esa realidad común que se llama España. Ese acuerdo ha de
reflejar lógicamente la necesidad que tenemos de afrontar juntos, en forma
solidaria, el futuro, que a todos nos concierne y hasta la energía, la
esperanza y el optimismo con que debemos hacerlo.
Creo que la piedra
angular sobre la que, en nuestra transición, se asentó la democracia,
consistió, precisamente, en la implantación política y vital de la concordia
civil. Y eso debíamos conseguirlo desde el pluralismo que, realmente, se daba
entre nosotros. Desde la tolerancia y desde la libertad.
El ánimo común para
buscar la concordia y la consolidación de este pacto fundamental de convivencia
política fue la que permitió la adopción de las decisiones esenciales de la
transición: el reconocimiento de los derechos humanos y las libertades
públicas, la aprobación de la Ley para la Reforma Política, las amnistías que
permitieron la vuelta de los exiliados de hacía casi cuarenta años, la
celebración de las primeras elecciones generales libres, la construcción
política del consenso, la elaboración y aprobación de los Pactos de la Moncloa
y, por último, la aprobación y promulgación de nuestra vigente Constitución.
Alguien ha dicho que en
la Transición conseguimos los españoles en doscientos días lo que no habíamos
logrado en doscientos años: que en nuestras cárceles no hubiera un sólo preso
político, que en el extranjero no hubiera un solo exiliado por sus ideas y que
la ley fuera igual para todos los españoles.
Señoras y Señores,
En la transición
trabajamos un grupo de personas con todo el pueblo español por la comprensión,
la tolerancia, el diálogo y la concordia. Hemos intentado e intentamos
desarrollar los viejos hábitos de la prepotencia, la intolerancia, el
dogmatismo, la discordia y la insolidaridad. Ese fue -y sigue siendo- mi
talante personal y político. En algún momento he llegado a pensar que yo fui
víctima política de la práctica de la concordia. Pero si así fue, me
enorgullezco de ello.
Alteza Real,
Si la concordia fue posible
hace veinte años, pese a los obstáculos que a ella se oponían, creo que no
podemos dudar de la capacidad de los españoles de hoy y del futuro que Vuestra
Alteza representa.
Hemos demostrado nuestra
aptitud para la convivencia en libertad. Hoy debemos consolidar nuestra
voluntad de concordia. Hemos conseguido, desde ella, nuestra integración en la
Unión Europea y en los más importantes foros internacionales. Hoy España está
abierta al mundo y el mundo valora los esfuerzos realizados desde la transición.
Hoy, sobre todo, los
españoles somos conscientes de que cualquier violación de los derechos humanos
o de la dignidad de la persona, que se produzca en nuestro país o en cualquier
otro lugar del mundo, constituye asimismo una violación que se hace a nuestros
derechos y a nuestra dignidad personal. Y debemos actuar con la solidaridad
debida y con la eficacia necesaria.
La España de hoy, con
sus luces y sus sombras, apenas tiene que ver con las zozobras de la España de
ayer. Somos un pueblo que ha superado muchísimos problemas en estos años, pero
que debe seguir aprendiendo la gran lección de la concordia, de la convivencia
en libertad y en justicia.
En el futuro yo creo que
España podrá superar cuantas dificultades se le planteen y realizar su decisiva
aportación a la concordia de las naciones. Y para ello creo que los españoles
puede que sólo tengamos que hacer una cosa: cultivar, día a día, allí donde nos
encontremos, la buena semilla de la concordia.
Muchas gracias.
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