«Cinco
divisiones. Cuarenta mil ninjas. Eso son ocho mil por división,
considerando cinco grandes aldeas y cinco tipos de habilidades
básicas; la proporción sería...».
Shikamaru
frunció el ceño levemente, con proporciones, probabilidades y
cifras dando vueltas en su mente por pura costumbre. No le suponía
un gran esfuerzo y, en el fondo, le relajaba. Era como calcular los
movimientos y predecir las acciones que ocurrirían en una partida de
shōgi, solo que esta era a mucha mayor escala que el duelo en
un simple tablero. Poca gente lo entendía, pero a él tampoco le
importaba demasiado.
Los
shinobi convocados por los Cinco Kages se veían del
tamaño de hormigas desde su posición frente al ventanal a media
altura de la Torre Raikage, en la Aldea Oculta de la Nube. De hecho,
el símil se acentuaba al ver los movimientos zigzagueantes, pero
ordenados, de los que se incorporaban a filas poco a poco.
Chōji,
Ino y él habían llegado la noche anterior y, esa misma madrugada,
el joven Nara había debatido con su padre la distribución de las
cinco divisiones. Sin querer, su mente divagaba entre nombres que
conocía de sobra, repasando quién estaría en cada pelotón y cuál
podría ser su suerte en la batalla. Shikamaru suspiró. No le
gustaba el conflicto, nunca lo había hecho.
«Cuarenta
mil personas», recordó con amargura, sintiendo un nudo en el
estómago. «Todos buscando detener a quienes quieren acabar con
nuestro sistema de vida. Qué fastidio».
—¿No
deberías estar de camino a la formación?
La
voz femenina a su espalda, grave y modulada como solo «ella» podía
tenerla, lo sobresaltó apenas. Sin embargo, Shikamaru se esforzó
por mostrar la emoción justa en su rostro antes de girarse despacio.
Aun así, no pudo evitar esa extraña y pesada sensación que se
alojaba en su pecho desde hacía ya algunos años cada vez que se
encontraban.
—Temari
—saludó, cordial—. Cuánto tiempo.
«Desde
lo de Asuma», recordó, con un ligero sabor amargo en la garganta.
Sin
embargo, no lo dijo en voz alta. Tampoco pareció hacer falta. Cuando
sus miradas se cruzaron, ella esbozó una sonrisa tensa y se acercó
un par de pasos más. Llevaba un fardo de tela parda entre las manos,
entre cuyos pliegues sobresalían unas hombreras de armadura. Por
otra parte, llevaba ropa más corta de la que Shikamaru recordaba
haberle visto nunca: sin mangas, pero con mucho tejido de rejilla
debajo. Cuando los ojos del joven, por un extraño impulso, buscaron
bajar más allá de sus clavículas, su mente lo obligó suavemente a
encarar de nuevo sus iris verdes.
—Hola,
llorón —repuso la kunoichi, con ese deje de humor
fastidioso que siempre le provocaba punzadas en el pecho—. Deberías
estar de camino —reiteró, ajena a sus pensamientos, señalando con
la cabeza la amplia explanada que había al otro lado de los
cristales—. No te conviene ser el último en llegar, por respeto a
tu apellido.
Shikamaru
entrecerró los ojos, hastiado sin quererlo por dentro a causa del
comentario. Admiraba a su padre como el que más y sabía que Temari
también, desde hacía años; no era algo que ella nunca hubiese
ocultado. Pero le escocía que le recordaran que tenía que estar a
la altura de lo que se esperaba de él... otra vez.
—No
habrá problema —expuso entonces, sereno, apartando apenas la
mirada hacia el exterior de la ventana—. Según mis cálculos, a
ojo, aún queda más de la mitad de nuestro ejército por llegar.
“Ejército”
era una palabra casi extraña en su lengua, pero sabía que no había
muchas más formas de denominarlo. Era la guerra, les gustara o no, y
en ella todo efectivo preparado para la batalla se convertía en
soldado. Temari, por su parte, no lo interrumpió. Se limitó a
observarlo con los brazos cruzados bajo el pecho mientras él
proseguía:
—Además,
cuando he subido esta mañana a hablar con mi padre, había una cola
considerable de gente que quería recibir sus bandas de la Alianza.
Al
poner el brazo izquierdo en jarras, su propia insignia, cosida a la
manga de la camisa del uniforme, refulgió bajo el tímido sol que ya
asomaba en el cielo. Shikamaru se encogió de hombros, giró hacia
Temari el rostro inmutable.
—Así
que no, no creo que vaya a llegar el último.
El
ceño de ella se frunció y sus ojos se movieron de arriba abajo como
si lo estuviera evaluando. Quizá, en realidad, y conociéndola un
poco, estaba intentando encontrar algún agujero en su lógica por
donde insistir con su argumento. En el fondo, es lo que él habría
hecho. Por supuesto, Temari no encontró resquicio alguno, aunque su
postura apenas se relajó al resoplar y apartar la vista.
—No
has cambiado nada, ¿eh, llorón?
El
apelativo le escoció como el roce ligero de una espina sobre la
piel, sin llegar a hacer sangre. De hecho, Shikamaru casi se
sorprendió al notar la falta de tono burlón que siempre acompañaba
a esa palabra. Aun así, su rostro permaneció neutro mientras ella
añadía con cierto cansancio:
—Bueno,
pues... te habrás enterado de que estamos en la misma división.
Con
el corazón extrañamente acelerado, Shikamaru asintió despacio.
—Ambos
tenemos buenas habilidades a distancia, aunque sean de distinta
naturaleza —arguyó, práctico—. Supongo que era de esperar.
En
ese momento, Temari lo observó con fijeza de una forma que, por
primera vez, Shikamaru no supo interpretar correctamente. Había...
algo distinto y extraño, y por un momento se sintió terriblemente
confundido. De hecho, un segundo después, ella resopló, apartó la
vista y cambió el peso de un pie a otro. Casi como si, sin saberlo,
él hubiese dicho algo que no debía y la hubiese molestado. Sin
embargo, la sensación llegó y pasó tan rápido que el joven ninja
casi pensó que se lo había imaginado.
—Hum
—respondió Temari entonces, en un tono de lo más neutral y con
esa seriedad habitual en ella, antes de volver a encararlo sin rastro
ya de emoción—. Diez minutos, llorón. Ese es el tiempo que te doy
para verte a mi lado.
Él
alzó una ceja, pero se quedó helado cuando ella añadió con media
sonrisa peligrosa:
—O
tu nuevo capitán tendrá noticias tuyas.
“Gaara.”
Shikamaru
reprimió un escalofrío. No es que el pelirrojo y taciturno Kazekage
fuese el mismo homicida aterrador de años atrás, pero tampoco era
alguien con quien quisiera medirse de buenas a primeras. Entrecerró
los ojos, picado. ¿Acaso Temari lo estaba provocando a propósito?
No es que le faltara razón, pero no podía imaginarse a la kunoichi
rubia haciendo algo semejante.
«No,
no puedes dejarte ganar en eso», resolvió, sosteniéndole la mirada
como pudo. «No te atrapará en una trampa tan burda como esa».
Por
suerte o por desgracia, antes de que pudiera rebatirla, una silueta
grande, roja y coronada por una amplia melena castaña apareció por
una esquina.
***
—Ah,
Chōji —escuchó entonces Temari decir a Shikamaru mientras este
oteaba algún punto a sus espaldas—. ¿Ya estás listo?
La
joven rubia se giró a tiempo de ver aparecer al rubicundo aludido,
sonriente como de costumbre, con una bolsa de patatas fritas abierta
en la mano.
—Sí,
ya está todo listo. Y he conseguido un aperitivo para la espera.
Sin
verlo, Temari notó que Shikamaru suspiraba detrás de ella, justo
antes de que la esquivara para reunirse con su mejor amigo.
—No
tienes remedio, Chōji. Anda, vamos para abajo.
—Sí,
vamos.
En
ese momento, Akimichi pareció darse cuenta de que había alguien
más, porque se giró un instante e inclinó la cabeza con educación.
—Perdón,
señorita Temari. No la había visto.
La
joven suspiró, lo encaró sin violencia y se relajó apenas.
—Chōji,
es un placer volver a verte. Y, ya que vamos a ser compañeros de
armas los tres, no hace falta que seas tan formal.
El
aludido pareció enrojecer un instante ante aquella indicación, pero
enseguida recuperó la sonrisa y asintió.
—De
acuerdo, Temari.
—¿Nos
vamos ya, Chōji?
Temari
alzó una ceja al comprobar que, de repente, Shikamaru parecía
nervioso y con ganas de desaparecer de allí cuanto antes. Sin
embargo, no dijo nada mientras Chōji se despedía, de nuevo con una
educación que contrastaba de forma increíble con su aspecto orondo
y su gula sin fin. No obstante, antes de que ella pudiera decir nada
más, Shikamaru se giró y agregó:
—Nos
vemos en diez minutos, Temari. No faltes.
Dicho
lo cual, ambos se giraron para desaparecer por el pasillo. En ese
momento, la joven rubia se dio cuenta de que tenía poco tiempo para
cambiarse antes de bajar a formar.
«Maldito
sea, me ha salido el tiro por la culata», pensó, mientras corría
en dirección contraria hacia los aposentos de Gaara y su escolta.
Sin
embargo, ni mientras se vestía con dedos temblorosos ni al descender
casi a saltos las escaleras de la torre hasta el patio principal pudo
evitar que su estómago se revoltijara como si hubiera cien mil
mariposas en su interior. Pero lo peor de todo era que sabía
perfectamente quién lo provocaba, aunque se negara a admitirlo. Y no
ayudaba el hecho de que, a pesar de que todos ellos estaban a las
puertas de una guerra que podría cambiar su mundo por completo, su
mente rezara constantemente para que tanto ella como Shikamaru
salieran con vida de ella.
Historia
inspirada en Shikamaru Nara y Temari, personajes del manga/anime
“Naruto/Naruto Shippuden”
Imagen:
“Stargazing”, de Paula de Vera
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