martes, 15 de abril de 2025

Nuevo Akelarre Literario no. 115 Mujer escribiendo en un sillón



Gabriele Münter fue una fotógrafa y pintora alemana del expresionismo.

En 1994 se creó el Premio Gabriele Munter destinado a mujeres artistas mayores de 40 años, para contribuir a darles visibilidad. El Museo de las mujeres de Bonn participa en el premio.

Para disfrutar con nuestros cuentos:

Pinchad en el link

https://www.nuevoakelarreliterario.com/mujer-escribiendo-en-sillon/ 

lunes, 14 de abril de 2025

Paula de Vera: Vuelta a la normalidad (Post “One Piece Z”)

 



 

Aquella noche, la quietud de la noche envolvía el Sunny como una manta. Nada más salir de la bañera, el sonido del agua al caer de su cuerpo al suelo tras salir de la bañera invadió a Nami de una calma que llevaba tiempo esperando, más aún desde su regreso físico a la normalidad. Al mirarse en el espejo, la joven no pudo evitar sonreír levemente al notar lo familiar de su reflejo: el cuerpo elegante, de vuelta y en perfectas condiciones, con cada curva en su sitio. Aunque la impotencia de ese retorno físico a la infancia en los últimos días aún estaba presente, había algo en su interior que le decía que por fin podría respirar tranquila... Al menos, por unos días.

El silencio del barco la acompañó mientras salía del aseo y se dirigía hacia la silenciosa cubierta. Sus compañeros dormían, en su mayoría, y el mar estaba en calma. La luna se reflejaba a intervalos sobre las pocas olas que acompañaban su estela, y la enorme vela mayor crujía y gemía apenas ante el empuje del viento, llevándolos siempre hacia delante en su aventura.

A pesar de estar agotada, los pensamientos de Nami bullían sin cesar, girando en torno a todo lo que había pasado en los últimos días: la derrota de Z, el haber desbaratado sus planes para cubrir el mundo de lava volcánica... Había sido una batalla ardua, en la que finalmente habían escapado de la Marina por los pelos y gracias a su peor enemigo en ese momento. En particular, Nami seguía un poco enfadada con Luffy por haber rescatado a Z, sobre todo después de saber que era un asesino de piratas peor que cualquier marine… Pero, al final, todos estaban bien. Y ahora, Nami se sentía más fuerte y más ella misma que nunca en los últimos dos años.

Al llegar a la cubierta, su mirada recorrió el barco vacío como por costumbre. Al menos, hasta que una figura solitaria en la zona central llamó su atención y le hizo dar un respingo involuntario.

Zoro.

No le sorprendió verlo allí a esas horas, aunque quizá si se extrañó de verlo despierto y alerta, encarando el mar. Estaba apoyado en la baranda, con una taza de té en las manos, mirando el mar, inmóvil y alerta, pero con esa expresión serena que a la joven siempre le aportaba una extraña paz mental.

Un suspiro se le escapó de forma involuntaria. Hacía dos años que no se encontraban tan cerca, sin la presión de las batallas ni la tormenta de emociones del pasado. Aunque apenas habían podido hablar con calma en estos últimos días, entre la huida de Sabaody y la aventura en Fishman Island, había algo diferente en el aire.

Sin querer, recordó cómo él no había hecho ningún comentario cuando ella había cambiado. De hecho, casi había insultado a Sanji cuando este insinuó otra de sus habituales barrabasadas sobre ella y su naturaleza femenina. Cuando Z atacó, de hecho, incluso con todos atados por las lianas de aquel extraño payaso ninja, el primer impulso de Nami había sido retroceder en busca de Zoro. De su cuerpo, de su protección. En frío y en voz alta, no lo admitiría jamás, pero era un impulso casi innato desde hacía más de dos años que navegaba con Luffy. Y, a la hora de decidir qué hacer, Zoro había recurrido a una sola persona.

Ella.

Nami suspiró. Por mucho que quisiera negarlo, algo que ella no sabía identificar estaba ahí, latente. Sin poder evitarlo, de nuevo sus pasos la guiaron hacia él, hacia esa sensación silenciosa de protección que él le ofrecía sin saberlo.

—¿Qué pasa? ¿Se había acabado el sake en la bodega? ---preguntó con suavidad, cuando estaba a apenas dos metros de distancia.

Al parecer alertado, el espadachín se irguió y se giró despacio, enfocándola con su ojo bueno. Su gesto tenso se relajó en un instante, dando paso incluso a una sonrisa amistosa.

—Eh, hola.

Divertida sólo en parte por su reacción, Nami esbozó una sonrisa camarada.

—Hola. ¿Te he asustado?

En la penumbra, Nami juraría que Zoro se ruborizaba mientras apartaba la vista con el ceño fruncido por la incomodidad.

—¿Por qué ibas a hacerlo? ---gruñó, sin acritud.

Nami reprimió una risita y sacudió la cabeza, sin responder. En cambio, se recostó en la baranda a su lado y miró el agua, apenas movida por la cubierta del barco. Solo estaban ellos dos y Franky, ocupado conduciendo y dándoles la espalda, pero eso no relajó un ápice a la joven navegante. Tras reunirse de nuevo en Sabaody y superar el primer momento incómodo de volver a verse cara a cara, considerando lo que había ocurrido entre ellos poco antes de que Kuma los separase durante dos años, Nami todavía no podía evitar sentir un ligero nudo en el estómago si estaba demasiado cerca del espadachín. Entre la huida hacia Fishman Island y todo lo ocurrido allí, parecía casi la primera vez en dos años que ambos tenían la ocasión de hablar a solas y con calma, pero, llegado el momento, ninguno parecía saber qué decir.

—¿Cómo...? —arrancó entonces él, con aparente timidez.

Nami ladeó la cabeza, interesada.

—¿Cómo…? ¿Qué? —lo invitó a continuar.

Zoro pareció respirar en profundidad, sin encararla todavía.

—¿Cómo estás?

Tras la sorpresa, Nami sonrió, sintiendo cómo se disolvía parte de la tensión como por arte de magia. Una pregunta sencilla. Un comienzo de conversación.

—Bien, al menos ahora que he recuperado mi cuerpo del todo —respondió, de entrada—. Y tú, ¿qué tal?

Zoro se encogió de hombros.

—Sin problema. Esa espadachina con ínfulas no era rival para mí.

Nami suspiró divertida y sacudió la cabeza.

—Desde luego, no has cambiado en estos años.

—Tú tampoco —dijo entonces él, mirándola más directamente. Sin embargo, debió de entender la ceja enarcada y escéptica de ella, porque agregó con aparente azoro—. Bueno, no mucho, al menos.

—Ya decía yo que no creía que te hubieses vuelto ciego de repente —lo provocó Nami, haciendo un gesto elocuente hacia su larga melena.

Por un momento, dudó al ver que él la observaba con los ojos entrecerrados, pero no parecía enfadado.

—Perdón, quizá he dicho algo que no debía ---se disculpó Nami, de inmediato, situando las manos frente al regazo.

Ese movimiento hizo que su pecho se encogiera de una forma que, a pesar de todo, no pasó del todo desapercibida para Zoro y ella lo notó con un estremecimiento. Sin embargo, la caída de su único ojo gris fue tan rápida que Nami incluso creyó haberlo imaginado. De hecho, Zoro inmediatamente suspiró y se señaló el lado izquierdo del rostro, apartando apenas la vista.

—Si te refieres a esto, no te preocupes. Es lo que hay ---indicó, sin más.

Nami tragó saliva, nerviosa por motivos muy distintos y queriendo recuperar la compostura cuanto antes, sin éxito.

—¿Te molesta? ---preguntó, tratando de canalizar sus pensamientos hacia una conversación neutral.

Él la observó con calma, pero su ojo gris y profundo le despertó un escalofrío nada desagradable, dadas las circunstancias.

—No mucho. No siempre —repuso él, sucinto.

Ella asintió y carraspeó, apartando la mirada hacia el mar.

—¿Cómo...? —arrancó Nami, insegura. Al final, agregó—. Si puedo preguntar, claro.

Zoro, por su parte, hizo un gesto displicente como si en efecto no tuviese más relevancia.

—Bah, no te preocupes. No es nada.

Nami meneó la cabeza y volvió a mirar al mar, nerviosa como pocas veces en los últimos dos años. Tenía que admitir que, incluso con aquella nueva cicatriz, Zoro seguía siendo el compañero más atractivo del barco. Y no estaba segura de que ese fuera el pensamiento más cómodo del mundo, sobre todo dadas las circunstancias. Sin saber qué más decir, Nami permaneció callada mirando el mar, y él tampoco dijo nada.

El silencio se alargó entre ellos, pero no era del todo incómodo. La brisa nocturna agitó suavemente el cabello de Nami y Zoro la observó por el rabillo del ojo sin que ella se percatase. Hubo un momento en que la joven pareció dudar, como si considerara decir algo más, pero al final solo suspiró, apoyando los antebrazos en la baranda.

—Gracias.

Zoro frunció el ceño y la miró de reojo.

—¿Por qué?

Ella se encogió de hombros.

—Por ayudarme a recuperar mi cuerpo. Y no sé. Por seguir protegiéndonos y aguantándonos a todos.

Él no respondió de inmediato, pero su agarre en la taza de té se relajó ligeramente y resopló apenas.

—No es nada. Sois mi gente, mis camaradas, y todos somos piratas de Luffy ---le recordó---. Eso es lo más importante para mí.

Nami esbozó una sonrisa. Se volvió hacia él y, con naturalidad, le apoyó una mano en el hombro. A pesar de lo ocurrido en Amber Bay y de que sabía que entre ellos cabían pocos secretos a esas alturas, en ese instante no se atrevió a más. Tal vez por estar de nuevo todos juntos en el Sunny o por la incertidumbre de si todavía era algo aceptable entre ellos después de dos años de separación, Nami solo mantuvo los dedos sobre la túnica unos segundos antes de susurrar.

—Buenas noches, Zoro.

Antes de que él pudiera reaccionar, ella ya se había dado la vuelta y se dirigía hacia los dormitorios de las chicas con una expresión imposible de leer. Discretamente y de espaldas a él, se abrazó en un intento de calmar el escalofrío que le había subido por todo el cuerpo. No era por frío. No del todo. Sin embargo, por dentro temblaba por muchos motivos diferentes. Lo había echado de menos y le alegraba ver que, en el fondo, seguía siendo él; sin embargo, no sabía por qué una parte de ella deseaba que hubiese algo más. No quería un cambio, pero ¿quizá otra proximidad entre ellos?

«Han pasado dos años desde aquello», se recordó. «Mejor que lo olvides. Será mejor para todos».

Lo que no sabía, o no era capaz de intuir a esas alturas, era que no faltaba mucho para que Nami y Zoro pudieran volver a encontrarse a solas... Y que, en ese instante, quedaría claro que había fuerzas en el mundo entre dos personas que ni la peor Fruta del Diablo podría detener.

 

One-shot inspirado en Nami y Zoro Roronoa, personajes del manga “One Piece” de Eiichiro Oda

Imagen: “clases de nigiri”, de Paula de Vera

Más información, relatos y reseñas en https://pauladeveraescritora.com

 

domingo, 13 de abril de 2025

Malena Teigeiro: La cometa de seda china

 


Después de llegar de un largo viaje a China, el padre de Pedro sacó de la maleta despacio, casi como un prestidigitador, uno a uno, los regalos comprados en el lejano país. Eran un mantón bordado que le regaló a su madre, una caja de pinturas de geisha para Lola, su hermana, y una cometa para él. Su regalo venía dentro de una larga y estrecha caja de madera lacada en negro recamada con incrustaciones de nácar. Le dijo que la adquirió en un anticuario chino. Al tiempo que se la entregaba, le contó que al hombre le colgaba sobre la espalda una raquítica trenza. Mientras él admiraba el estuche de la cometa, el chino le dijo que la había recogido entre los escombros de un antiguo palacio de Pekín. Y que después de haberla estudiado mucho, llegó a la conclusión de que había pertenecido a un sobrino de la poderosa emperatriz Cixí. La cometa tenía forma de mariposa. A modo de timón entre las alas de seda de colores, arrastraba una larga cola de lacitos azules. A él le sorprendió que el cordel de la bobina fuera hecho con hilo de oro. Al menos a él así se lo pareció. Le dijo también que los adornos que lucía en las alas eran láminas de pan de oro, y que tuviera cuidado de no volarla muy alto, ni a las horas de mucho sol, porque aquellas finísimas laminitas se podrían fundir.

Nervioso, Pedro, que quería verla en todo su esplendor, extendió la cometa sobre la mesa. Y fue entonces cuando su madre, siempre tan práctica, quiso hacer con ella una lámpara. Él se negó.

Al día siguiente bajó a la playa al atardecer. Iba con su padre y juntos la hicieron volar. Se sorprendieron de lo rápido que se elevó. Parecía una mariposa con vida propia y con deseos de escapar. A partir de esa tarde, y mientras duró el veraneo, padre e hijo bajaban a volarla con la brisa del ocaso, a esa hora en que el sol, ya más frío, no podía hacer daño a los adornos de oro.

Desde la primera tarde, se les acercó Beatriz, la hija del director del banco de la ciudad. Ella y su familia vivían todo el año en la playa, en una casa vecina a la suya. Era una niña morena, de trencitas delgadas y pestañas negras y largas que daban sombra a sus achinados ojos azules. Corría detrás de Pedro y su cometa y su risa se unía a la del chico. A veces incluso lo hacían cogidos de la mano. Una tarde su padre colocó la bobina de hilo entre los dedos de Beatriz. La niña corrió por la arena y ellos lo hicieron detrás. Iban asustados, pues parecía que de un momento a otro la cría fuera a elevar el vuelo detrás de aquella enorme mariposa de seda de colores.

Poco a poco pasó el verano y cuando una mañana ventosa iban a salir hacia la ciudad, Pedro decidió dejar la cometa guardada en la casa de Beatriz. En Madrid no tenía un espacio donde volarla y era posible que su madre no pudiera soportar la tentación de hacer la famosa lámpara de la que no dejaba de hablar. La niña, con los ojos brillantes y las mejillas rojas, apretó la caja contra su pecho como si fuera su más preciado muñeco.

—Yo te la cuidaré siempre —su voz parecía que fuera a caer en un emocionado llanto.

Sin embargo, en aquel viaje de vuelta no todo sucedió como se esperaba. Casi llegando a Madrid, un autobús se echó encima del pequeño coche. Fallecieron los padres. Pedro y su hermana se quedaron a vivir con sus abuelos, que lo primero que hicieron fue vender la casa de la playa. Nunca, decía su llorosa abuela, nunca volvería a circular por esa carretera.

Pasaron los años sin que Pedro olvidara su cometa de seda. Y cuando tiempo después volvió a aquella playa y se acercó a la casa de Beatriz, se encontró que en ella vivía otra familia. A don Jorge, hacía años que lo trasladaron de plaza, le comunicó el nuevo director del banco.

Desde que se independizó, Pedro todos los años volvía a pasar algunos días en aquella playa. Y todos los atardeceres, paseaba por la arena con la mirada fija en el cielo. Era un mero acto de romanticismo, le confesó una tarde a Marcela, su coqueta y presumida novia. Tenía el presentimiento de que iba a recuperar su cometa, le susurraba muy seguro de lo que decía. Y ella, que deseaba veranear en alguna playa de moda, poco tardó en dejarlo, cosa que a él pareció no importarle demasiado.

Una de esas vacaciones, paseando al atardecer por la arena la vio. A lo lejos una joven sostenía el hilo de oro de la mariposa de seda. Cerró los ojos y como cuando era niño, revivió las tardes en las que, junto con su padre, corría detrás de la cometa. Es la tuya, le decía inquieto su corazón que palpitaba con tanta fuerza que creyó que iba a salírsele del pecho. Si esa era su cometa, Beatriz tenía que estar allí.

Cuando llegó a su lado, la joven alargó la mano para entregarle la bobina de hilo de oro. Con ella entre los dedos, sintió que un rayo le recorría la espalda. Miró al cielo. Detrás de las alas de colores le sonreía su padre. Cerró los ojos y se desplomó sobre la arena.

© Malena Teigeiro

viernes, 11 de abril de 2025

Templos megalíticos (Malta)

 



Cultura singular que se desarrolló en Malta y Gozo entre los años 5000 a.C. y 2500 a.C. Más antiguos que las pirámides egipcias y que Stonehenge. Probablemente los primeros colonizadores llegaron a Malta desde Sicilia en el año 5000 a.C.

Las islas de Malta y de Gozo albergan siete templos megalíticos cada uno manifestando un desarrollo diferente. El uso que le dieron los pobladores a los templos es aún desconocido. La técnica arquitectónica sigue resultando sorprendente. Todo está hecho en piedra, sobre una base en forma de trébol.

Ggantija: erigido durante el Neolítico, se compone de dos templos distintos rodeados de un muro exterior curvado, cuya parte expuesta al sudeste constituye su fachada común. El mayor, el más antiguo y mejor conservado de los dos templos es el Templo Sur, construido hacia el año 3600 a.C. Utilizando la entrada situada a la izquierda se penetra en un amplio patio de donde parten los muros curvados de dos habitaciones o ábsides semicirculares. Más allá de esta zona, se repite la misma disposición a mayor escala.

El templo norte es diferente y más reciente. Su disposición desde la entrada este se asemeja a los planos de los templos del final de la Edad del Bronce. En ellos se han encontrado estatuas y figuras que parecen representar una diosa madre. Según una leyenda sus torres gigantes fueron construidas por enormes criaturas con el fin de utilizarlas como sitios de adoración.

Otros templos destacados son los de Hagar Qim que contiene el mayor megalito maltés, que mide cerca de 5,2 metros y pesa unas 57 toneladas; el de Mnajdra con una estructura homóloga a la de Hagar Qim, aunque su piedra de origen coralino es mucho más fuerte y el de Tarxien que contiene recámaras semicirculares que están conectadas unas con otras por medio de estrechos pasadizos. Son obras arquitectónicas impresionantes, si se consideran los escasos recursos de los que disponían los constructores.

Por otro lado, los templos de Skorba aunque no se encuentren en las mejores condiciones, su importancia radica en lo que se obtuvo a partir de su excavación y los templos de Ta’Hagrat, son uno de los sitios religiosos más antiguos del mundo.

Fueron declarados Patrimonio de la Humanidad entre 1980 y 1992.

 

miércoles, 9 de abril de 2025

La cocina a mi alcance: Sopa de cebolla al estilo francés

 



 

Las sopas son sencillas, humildes, sabrosas, nutritivas, económicas, saludables. Me encantan. Y se toman con cuchara. A no ser que te hayas hecho un consomé. Pensad que, si no hay caldo, no hay sopa. Y se suele servir al inicio de cada comida, pero eso puede variar según el gusto de cada familia.

Los ingleses la llaman soup, los franceses soupe, los italianos zuppa…, con lo fácil que es decir sopa, si es que en español hasta el nombre se puede saborear. El apellido que se les otorga es según los ingredientes que encontremos en ella.

Según Alexandre Dumas, el autor de Los tres mosqueteros esta sopa de cebolla al estilo francés era muy querida por los borrachos. No especificó si lo sabía de primera mano o por algún buen amigo.

Ingredientes:

3 cebollas dulces, grandes

1 litro de caldo de carne

1 cucharada de mantequilla

2 cucharadas soperas de aceite de oliva

1 diente de ajo

4 rebanadas de pan

Una pizca de sal y pimienta negra

1 copita de brandy o coñac o un chorrito de vino blanco

100 gramos de queso emmental, parmesano, el que más os guste.

Preparación:

Cortamos las cebollas unos recomiendan a la juliana, mi amiga Stephanie la hizo a cuadritos. Calentamos en una olla el aceite de oliva y la mantequilla cuando esté todo derretido agregamos las cebollas, una vez pochadas echamos el brandy, coñac o vino blanco y dejamos evaporar el alcohol. A continuación, el ajo muy picadito y la pizca de pimienta. Añadimos el caldo. Cocemos a fuego muy suave por unos 30 minutos con la cazuela tapada.

Se sirve caliente con una rebanada de pan y el queso rallado o fundido sobre ella.

 ¡A Comer!

lunes, 7 de abril de 2025

Amantes de mis cuentos: Historias de la niñez. El farmacéutico

 


Era un pueblo de campo con nombre rimbombante. En una esquina de la calle Real había una farmacia. El boticario era algo cascarrabias y tenía una expresión en la cara, que a veces, dejaba sin palabras. En cambio, María, mi hermana pequeña, lo llamaba tío Pancho. El hombre no tenía hijos ni sobrinos y hacía unos pocos meses se había quedado viudo.

De vez en cuando le daba vitaminas a mi madre para nosotras. Según ella, yo era lo más parecido a un cardo borriquero. Un día el pobre hombre fue a darme un beso y me limpié la cara. Desde entonces ni me miraba, yo a él, tampoco.

Cada mes subía a María a una pesa y anotaba en una libreta el resultado. También en la trastienda, en una pared iba marcando su crecimiento.

De lunes a viernes para ir al colegio teníamos que pasar por delante de la botica. Tanto a la ida como a la vuelta, la empalagosa se paraba a darle un beso y él le regalaba azúcar candi. A mí nunca me dio nada. Siempre estaba detrás del mostrador. Los sábados cuando íbamos al parque infantil, la besucona corría a darle un abracito y le daba lo de siempre. Y le advertía del peligro de impulsarnos tanto en los columpios. También los domingos al ir y al venir de misa la pesada de mi hermana corría a su encuentro.   

Raro era el día que no nos deteníamos a ver un reloj de cuco que había en la pared, a la derecha, a la entrada. Y esperábamos a que saliera aquel pájaro parecido a un cuclillo y nos saludara con su cucú.

Un día mi padre se quedó sin trabajo. Y nos tuvimos que ir al pueblo de los abuelos, muy lejos, en otra provincia. Pero todos los meses mi madre recibía una llamada, hablaba un rato con él y luego llamaba, ¿a quién creen? para que le tirara un beso a través del auricular. Yo esperaba que preguntara por mí, pero nunca lo hizo.

Pasaron los años y un día cuando María iba a cumplir los quince años y yo los dieciocho, nos llamó un notario. Muy circunspecto nos dio una noticia triste y otra alegre: El boticario había muerto y me dejaba heredera de todos sus bienes. Pensamos que era un error. Pero no. Mi nombre completo aparecía en el testamento. Me quedé de piedra.  

Gracias a él pude ir a la Universidad, comprar una casa para mis padres y en ella pusimos en el lugar más destacado aquel reloj que seguía diciendo cucú cada media hora.

Desde entonces, a escondidas, para que mi familia no se entere, lanzo a las estrellas todos los besos que en vida no le di.

© Marieta Alonso Más

 

 

 

 

sábado, 5 de abril de 2025

Sol Cerrato Rubio: Día aburrido

 


 

El día más aburrido del mundo

se sintió inclinado a pasear por las veredas.

Se sentía ofuscado, confundido, extraviado.

No comprendía cómo podía haber llegado

a ese punto de inflexión.

El día más alegre del momento

se cruzó en su camino.

Se miraron por un instante.

¡Eran tan distintos!

 

 

 

Luz, y oscuridad

aceite y agua

murciélago y caimán

plata y oro

raza humana bípeda, dinosaurios cuadrúpedos

grito ahogado, canto armónico.

Molino de viento, aspa de aerogenerador.

Día sociable, noche disoluta

luz verdolaga, oscuridad plateada

invierno acompañado, verano humeante

sol enamorado, luna solitaria

arroz y carbón.

 

 

 

A partir de entonces...

el día más aburrido tomó clases de zumba

y el día más alegre

concedió a la realidad unos minutos plúmbeos de sensatez.

 

© Sol Cerrato Rubio