Los del gran almacén tendrían que tener un poco de cuidado y no anunciar las rebajas en los envoltorios de esa forma tan alarmante. Y lo digo porque anoche discutí con Antonio. Buscando su ropa de jugar al fútbol mi marido encontró las bolsas vacías de la tienda en de donde compré mi ropa de verano.
Como últimamente en cuestión de dinero Antonio no se fía de mí, las había escondido. Pero, claro, cuando volvió a casa dispuesto a ir a jugar al fútbol, y yo no estaba —había llevado a nuestra hija Lucía a la gimnasia rítmica— él decidió buscar por sí mismo su equipo. Es muy desordenado y nunca encuentra nada. Y claro, se puso a mirar en un sitio y en otro. Encontró el pantalón y la camiseta, pero no las zapatillas ni los calcetines. Con lo que sí se topó fue con las bolsas del gran almacén. Y mira que las escondí con cuidado. Se puso furioso. Según él soy una maquinita de gastar. Este pensamiento tan inútil le hace perder mucho tiempo. Ya lo creo. Siempre anda acechando por los armarios, busca que te busca, con la única intención de conocer en qué desembolso su dinero. ¡Qué pérdida de tiempo, Señor!
Cuando llegué a casa me esperaba en el salón. Estaba sentado en el sofá con una cerveza en la mano y las bolsas vacías del gran almacén descansando sobre sus rodillas. Sin hablarme, golpeó con el dedo el papel. Luego y sin importarle que la niña estuviera delante dijo: ¿Te creías que no las iba a encontrar, que no me iba a enterar? Y yo, que en los grandes momentos razono con tranquilidad, seria, molesta, dije que no. Que si las bolsas estaban bien guardadas era porque soy una persona muy ordenada y me gusta almacenarlas por si alguna vez nos hacen falta.
—¿De verdad te crees que soy gilipollas? —dijo con los ojos cerrados como un chinito.
Y como no me gusta que Lucía vea ciertas cosas, sin contestarle, con la niña de la mano, salí del salón.
Y todo aquel jaleo lo armó porque me compré unos pantalones amarillos, dos blusas, bien sencillas, un vestido más arreglado y una chaqueta por si hace frío. Esta la adquirí porque veraneamos en una casa que tiene su madre en una aldea del norte. ¡Qué quiere! ¿Que coja una pulmonía? Además, ¿es que no comprende que el perfume de un gran almacén en rebajas es inigualable? A mí, la emoción que me produce cruzar esas grandes puertas de cristal hace que hasta las aletas de la nariz me tiemblen.
Lo cierto es que si aquella vez me fui de compras fue por lo pesado que se puso la noche anterior. La causa de su enfado era algo tan simple como que me teñí el pelo de un color dorado, muy propio para el verano. Gritaba que el mío era más bonito, que quería el mismo que tenía cuando me conoció. ¿Pero es que no se da cuenta de que eso ya no se lleva? ¡Anda ya! Qué se cree él que voy a ir a recoger a Lucía al colegio con mi pelo al natural. La otra tarde, Marina, la mujer de Carlos, que también lleva su niña al mismo cole que nosotros, lucía unas mechas color... Bueno, no sé ni de qué color eran, pero preciosas. Le pedí la dirección de su peluquería y nada más ver entrar a mi Lucía en el edificio, para allí que me fui. Me tiñeron con un tinte vegetal, para que no haga daño al medio ambiente, que según el peluquero me levantaba dos o tres tonos el color de la piel. La verdad es que me encuentro monísima. Pues, ¡a Antonio no le gusta! Y eso que no se ha enterado de lo que me costó. Pero el dinero a mí no me importa. ¡La de cosas que me enseñó mi madre a hacer con chorizo y carne de pollo picada!
Por la mañana cuando se fue de casa todavía me seguía chillando por lo de las rebajas. Lo cierto es que aquel mal trato me produjo un nerviosismo tremendo. Y esas situaciones tan drásticas son las que te llevan a un divorcio seguro, cavilaba mientras llevaba a Lucía al colegio.
En la puerta de la escuela, cuando me despedía de mi niña, me di cuenta de que más de una me miraba. Suspiré profundo y sacudí con fuerza la hermosa melena. Y en ese instante percibí que era cierto que esos disgustos te podían llevar a un divorcio. Eso sí, a cualquiera menos a mí. Mi madre me enseñó que nada como ir de compras para levantarte el ánimo. Y como Antonio, aunque es igual a la suya de enrabietado, es un buen hombre, bastante guapo por cierto, y me divierto con él muchísimo, pues decidí seguir el consejo de mi mamá. Hoy vuelvo a ir de compras. Además, siguen las rebajas, con lo que siempre ahorras. Eso sí, esta vez no esconderé las bolsas. Las tiraré directamente al contenedor. Lo que es a mí, ese no me vuelve a pillar.
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