sábado, 19 de julio de 2025

Liliana Delucchi: La venganza de la moda

 


Como era costumbre, mis amigas y yo montábamos guardia a la puerta del centro comercial el primer día de rebajas. En cuanto abrieron, entramos en medio de esa nube de abrigos, sombreros y bolsos dispuesta a arrebatar aquello que ansiábamos llevar a casa. Estábamos entrenadas para luchar por lo que queríamos…, pero las otras también. La contienda se lleva a cabo sin ceder un centímetro al avance del enemigo; un espacio cedido puede significar una ganga menos en nuestro vestidor, una de esas que más tarde nos preguntamos para qué la compramos y termina en el saco destinado a los más desfavorecidos.

Sin embargo, esa mañana nos depararía una sorpresa. Agotadas de tanto tira y afloja, nos dimos un descanso para un café. Entonces vimos a una de ellas. ¿Es…? Sí, era la de los días impares. Así llamábamos a Lola Morales, una de las amantes del primer ministro. El mote se debía a que la veíamos con él los martes y jueves. Los lunes, miércoles y viernes correspondían a Encarna Ferreiro, y los fines de semana a su legítima, apodada “la señora”, con sus hijos.

Lola era alta, delgada y rubia, con una de esas sonrisas perennes que parecen dibujadas por un experto artista, debido a que no se modifica nunca, ideal para alegrar la segunda y cuarta jornada de la semana, si da la casualidad de amanecer lluvioso.

Encarna, por su parte, era la propietaria de una abundante cabellera cobriza que brillaba al sol y ella sabía mover como nadie. De mayor estatura que su rival y un cuerpo más contundente, se prodigaba menos que la rubia en eventos fuera del ministerio, lo cual era lógico, dado que trabajaba más. Lo que las unía era que sus mentes se movían en un círculo más limitado de lo esperado, aunque sin perder su capacidad para la ordinariez.

“La señora” tenía el pelo castaño, generalmente recogido; un rostro que, pese a no ser poseedor de una belleza clásica, era de lo más atractivo; sus maneras evidenciaban la calma y confianza que se adquiere tras una larga experiencia. En definitiva, era una mujer que mantenía a raya sus fuertes impulsos, lo cual otorgaba serenidad a sus gestos y movimientos.

Nos sorprendió ver a Lola en la cafetería la primera mañana de rebajas. ¿Acaso el ministro no era pródigo con sus amantes? Siempre habíamos pensado que ella compraría en tiendas de grandes marcas donde dan cita para que no te encuentres con otras clientas.

Sin embargo, el material de cotilleo durante nuestras partidas de cartas se vería incrementado ¡y cómo!, con la situación que iba a tener lugar jornadas más tarde en una recepción en la embajada de Suecia.

No recuerdo el motivo del coctel, ni me importa…, sería alguna fiesta nacional de ese país o la visita de un miembro del gobierno o de la Corona. Da igual. Lo importante fue que, quizás por error, o tal vez por maldad, las tres mujeres de la vida del político fueron invitadas.

Recuerdo a “la señora”, con su elegancia habitual, enfundada en un diseño exclusivo, conversando con dos hombres en un idioma desconocido para mí. También atesoro en mi memoria su expresión cuando vio llegar a Lola, no sé si demudada o estoica, y su sonrisa cuando Encarna hizo una entrada triunfal, sacudiendo la melena. El gesto de satisfacción de la legítima se debía a que las dos amantes de su marido lucían el mismo vestido.

© Liliana Delucchi

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