Hay quien no tiene papá. Hay
quien no tiene dinero. Hay quien no tiene ninguna de las dos cosas. Eso le
pasaba a Benjamín que nació en una época en que ser hijo de madre soltera estaba
muy mal visto.
La primera vez que apareció
en la puerta de la escuela, tendría unos ocho años y aunque aseado su aspecto
era algo enclenque y torpón al querer esconder los zurcidos de la camisa y el
pantalón a la vez. El maestro lo mandó a sentar en un pupitre de la segunda
fila. Hubo amagos de risa que el profesor
acalló con un gesto. Solo su compañerita de la izquierda le dijo: ¡Hola! Y él
asombrado, le sonrió.
Al patio de recreo se accedía
por un largo pasillo y a media mañana salieron corriendo todos los alumnos, y como
Benjamín iba despacio, pegado a la pared recibió todo tipo de empujones. Aquel primer
día los chicos se olvidaron de jugar con el balón para acorralar al novato que
con el mentón bajo y los ojos hacia arriba miraba con auténtico pavor. Las
chicas se quedaron expectantes viendo cómo le pellizcaban, le ponían
zancadillas, solo Cecilia, la niña que le había saludado, salió en su defensa y
la mandaron a paseo.
Uno de ellos, jocoso, preguntó
en qué trabajaba su madre. Todos se reían a carcajadas hasta que con un
vozarrón que no parecía poder salir de cuerpo tan pequeño, le contestó que le
preguntara a su padre que acostumbraba ir los miércoles a su casa. El puño iba
directo a la cara del niño cuando don Jacinto agarró aquel brazo y aconsejó que
no volvieran a poner contra la pared al pequeño Benjamín.
Aquella tarde el buen maestro
se acercó al bar y dio un discurso muy instructivo sobre la efervescencia
hormonal entre los que ya habían dejado tiempo atrás la etapa de la adolescencia.
Que debían dar buenos ejemplos a sus hijos, advirtió. Ya de noche cada padre abrevió
el sermón a su manera, advirtiendo a su prole que si volvían a meterse con aquel
niño lo mínimo que recibirían era una somanta de palos.
Desde entonces le respetaron
un poquito. Y una de sus mejores amigas fue Cecilia, huérfana de padre como él,
que un día le pronosticó con gran solemnidad que se casaría con él cuando
fueran mayores.
© Marieta Alonso Más
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