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martes, 3 de agosto de 2021

Amantes de mis cuentos: Ante todo, buenos modales

 


Hay quien no tiene papá. Hay quien no tiene dinero. Hay quien no tiene ninguna de las dos cosas. Eso le pasaba a Benjamín que nació en una época en que ser hijo de madre soltera estaba muy mal visto.

La primera vez que apareció en la puerta de la escuela, tendría unos ocho años y aunque aseado su aspecto era algo enclenque y torpón al querer esconder los zurcidos de la camisa y el pantalón a la vez. El maestro lo mandó a sentar en un pupitre de la segunda fila.  Hubo amagos de risa que el profesor acalló con un gesto. Solo su compañerita de la izquierda le dijo: ¡Hola! Y él asombrado, le sonrió.

Al patio de recreo se accedía por un largo pasillo y a media mañana salieron corriendo todos los alumnos, y como Benjamín iba despacio, pegado a la pared recibió todo tipo de empujones. Aquel primer día los chicos se olvidaron de jugar con el balón para acorralar al novato que con el mentón bajo y los ojos hacia arriba miraba con auténtico pavor. Las chicas se quedaron expectantes viendo cómo le pellizcaban, le ponían zancadillas, solo Cecilia, la niña que le había saludado, salió en su defensa y la mandaron a paseo.

Uno de ellos, jocoso, preguntó en qué trabajaba su madre. Todos se reían a carcajadas hasta que con un vozarrón que no parecía poder salir de cuerpo tan pequeño, le contestó que le preguntara a su padre que acostumbraba ir los miércoles a su casa. El puño iba directo a la cara del niño cuando don Jacinto agarró aquel brazo y aconsejó que no volvieran a poner contra la pared al pequeño Benjamín.

Aquella tarde el buen maestro se acercó al bar y dio un discurso muy instructivo sobre la efervescencia hormonal entre los que ya habían dejado tiempo atrás la etapa de la adolescencia. Que debían dar buenos ejemplos a sus hijos, advirtió. Ya de noche cada padre abrevió el sermón a su manera, advirtiendo a su prole que si volvían a meterse con aquel niño lo mínimo que recibirían era una somanta de palos.

Desde entonces le respetaron un poquito. Y una de sus mejores amigas fue Cecilia, huérfana de padre como él, que un día le pronosticó con gran solemnidad que se casaría con él cuando fueran mayores.

 

© Marieta Alonso Más


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