La tía Graciela nació pesimista y murió tal cual. Yo soy todo lo contrario, acabado de nacer me pareció un placer de dioses, aprender a mamar, dar patadas en la cuna, morder lo que cayera en mis manos. A mi tía le molestaba el juego de los niños en la calle, y para mí jugar al escondite era pura emoción. Siempre me mantuvo a distancia.
Protestaba por el té con
pastas que todas las tardes le preparaba mi madre, o estaba frío, o templado,
nunca en el punto exacto de temperatura que le gustaba. Un día lo probé y
estaba tan caliente que por fuerza tenía que quemarle la garganta. Según mi
padre la tenía de amianto.
Protestaba del invierno, un
tiempo muerto, triste, días más cortos, noches más largas, la nieve ¡un horror!,
se resbalaba, los árboles se desnudaban impúdicamente y el frío le hacía
castañetear los dientes.
―Son postizos ―me susurraba
mi padre.
Protestaba de la primavera.
Ese renacer de la naturaleza no podía ser decente, y el deshielo, ¡puf! tanto
barro, la lluvia, el sol molestando en los ojos, los árboles pariendo hojas, el
despertar de las flores, el regreso de las aves. Tanto ruido era dañino para
sus pobres oídos.
Protestaba del verano. Los
días más largos, las noches más cortas, ella sola en casa por ese afán de la
familia de hacer camping en la montaña y un deporte llamado senderismo que era
andar y andar por gusto, y en la playa ¡horror! Todo el día en el agua, la
arena abarrotada de sombrillas y de gente. Ni siquiera le gustaba ir a su
pueblo, con tantas fiestas que no dejaban descansar, esas madrugadas teniendo
que apartar las sábanas en busca de frescor. Hasta el color broncíneo, sinónimo
de salud en nuestra piel era motivo de desagrado para ella.
Protestaba del otoño. El afán
de las hojas por llamar la atención era alucinante, pasaban del verde al
amarillo, luego al ocre para terminar en el suelo y tenerlas que barrer. ¿Cómo
puede gustar esta estación? Si hasta se festejaba el Día de los Muertos, cuando
a estos hay que dejarles descansar en paz.
Y a pesar de tanto desacuerdo
con lo que le rodeaba nunca quiso morir y lo pospuso hasta ser centenaria. Mi
padre no se explica cómo podemos echarla tanto de menos.
© Marieta Alonso Más
Sí.
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