…. y los sueños, sueños son.
“La vida es sueño”
Calderón de la Barca
El coche avanzaba rebasando el límite marcado en la señal de tráfico.
Entró en el pueblo por la calle principal; un perro salió corriendo entre
aullidos, revolotearon las gallinas en medio de cacareos y dos mujeres, de
negro, se metieron en su casa a tiempo de no ser atropelladas.
Al
final de la plaza, se perfilaba la fuente. Hasta allí llegó el coche y quedó
empotrado mientras el pilón vertía el agua, empapando el suelo. Salieron a
duras penas los ocupantes, un hombre y
una mujer, y se abrazaron. La gente que
había acudido al oír el estruendo, se arremolinó y entre el grupo, una mujer, con el pelo
recogido en un moño y un vestido a medio abotonar, vociferaba con los brazos en
jarras, “¡Desgraciado!, ¿Dónde pescaste a esa puta?”. El aludido se hizo el
sordo, ella le arreó un guantazo y empujó a la presunta puta al pilón. Una
vieja, de mirada maliciosa, cuchicheaba
al oído a otra comadre: “Es la novia”. Los espectadores aplaudieron el gesto de la
chillona, mientras el agua gorgoteaba en el motor del coche.
Tras
el suceso, la gente iba abandonando la plaza. El compañero de viaje fue uno de
los últimos. Miró a la mujer que salía del pilón. Hizo un gesto de impotencia
con los brazos abiertos y desapareció al doblar una esquina.
La
mujer, con el pelo pegado a la cara y el vestido chorreando, observaba, desde
uno de los escalones, la plaza solitaria. Con la mano se apartó una guedeja y,
de nuevo, su vista fue de uno a otro lado de su entorno.
Años atrás había abandonado su pueblo. Le ahogaba la estrechez de sus
calles y quiso respirar en horizontes más amplios. A su memoria vino el recuerdo de la mañana, en la que, al
comenzar el sol su andadura, con la maleta a sus pies, detuvo su mirada, por última vez, sobre las siluetas de los edificios
que iban tomando forma. Al fin, con el equipaje en la mano, avanzó despacio
hasta dejar las últimas casas, camino de la estación de tren. Más tarde,
envuelta en su abrigo, contemplaba, desde la ventanilla del vagón, el discurrir
del paisaje. Con el traqueteo quedó adormecida y al despertar, pudo ver, a lo
lejos, el contorno de la ciudad de su destino. Ya en el andén, le agobió, en
principio, el trasiego de la multitud. Después de instalarse en una pensión céntrica
y barata, fue recorriendo las calles con los ojos abiertos a todo lo nuevo. Por
la noche, al contemplar los luminosos, le parecía que, con sus guiños, le daban
la bienvenida a una nueva existencia. Sin embargo sus previsiones no se
cumplieron. Trabajó en los empleos más diversos, pero o eran mal pagados o
carecía de la suficiente experiencia; no obstante continuaba su búsqueda para
no admitir el fracaso. Y se sucedieron los meses y las estaciones, en su
cambio, la acompañaron en el descenso
hasta caer en un bar de copas, como chica de alterne. Allí lo había conocido,
le pareció un buen tipo, atento y cariñoso. Sus encuentros fueron cada vez más
frecuentes. Él le hizo promesas y ella quiso creerlas, estableciéndose entre
los dos una creciente intimidad.
Aquel día el hombre vino muy alegre y, después de unos whiskys, le pidió que le acompañara a dar una vuelta en
el coche que acababa de comprar. Y así fue como salieron de la ciudad por la
autopista que, más tarde, abandonaron para tomar una carretera local. El coche
recorría los kilómetros en competencia con el pasar de las nubes. Ella sacó una
mano por la ventanilla para sentir el golpeteo del viento. Estaba contenta.
Dejaron atrás árboles y prados. Un riachuelo les seguía, contiguo a una
de las lindes del camino. Tras dos horas desde su salida, avistaron un conjunto
de casas. Ella pudo ver, al entrar, el nombre del pueblo, después la calle
principal y la fuente, luego el final de un sueño.
El sueño por Alejandro Chanes Cardiel se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Me ha gustado mucho el cuento, es una pena, pero sé que en algunas ocasiones una realidad.
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